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Cuando al pobre damos

Cuando al pobre damos

08 de noviembre de 2015

Tiempo de lectura: 5 minutos

Cuando al pobre damos

En todo momento, tu actitud debe decir a los demás: “lo mío es tuyo”.

 

Todos conocemos el relato del buen samaritano que nos enseña a amar al prójimo con nuestra generosidad. En esa historia, podemos ver varios personajes[1]; uno es el herido, otro es el ladrón; también están los que siguieron de largo, el samaritano y un mesonero. Debemos recordar que los samaritanos y los judíos no se llevaban bien, lo cual le da aún más realce a la actitud del samaritano. En estos personajes hay tres actitudes que vale la pena analizar. El ladrón tiene la actitud “lo tuyo es mío”, ya que codicia lo que no le pertenece y lo toma sin importar las consecuencias.  Esta es la primera actitud.

 

La Escritura no dice que no debemos codiciar lo que el prójimo tiene[2], está claro, aunque la codicia, es decir, desear algo, no es malo en sí mismo, porque todos tenemos sueños y anhelos de lo que deseamos alcanzar. Por ejemplo, codiciar a tu esposa es bueno, también codiciar un mejor trabajo. Lo que se prohíbe es codiciar lo que otros tienen porque nos mueve a actuar mal. Todo depende de las intenciones del corazón. Además, la codicia negativa refleja falta de fe en que Dios puede darnos a todos. Recuerda que Él es nuestro Padre y tiene bendiciones para cada uno de Sus hijos. No codicies la casa de otro, porque tu Padre puede darte la tuya. Acércate confiado a Él, seguro de que te ama y te dará más abundantemente de lo que esperas. Él tiene cosas que son tuyas, y las tendrá hasta que se las pidas. Que la codicia por lo ajeno no te motive. Mejor ora y bendice para que el Señor te dé lo que te pertenece.

 

Luego, vemos la actitud egoísta de “lo mío es mío”. El sacerdote y el levita prefirieron alejarse, no involucrarse al ver a una persona mal herida y necesitada. Asumieron esa actitud de “no me meto con nadie, cada quien con sus problemas” que es tan común en estos días, donde se piensa que vivir aislado es bueno porque no se lastima a nadie, pero ser indiferente es pecado porque sabemos que no hacer el bien cuando podemos es contado como una falta grave de la que daremos cuentas.  No podemos pasar de una actitud codiciosa a una egoísta que no arrebata, pero tampoco ofrece, porque todos estamos relacionados y nos necesitamos. Algunos dicen: “Ese no es mi problema…”, sin embargo, si vivimos en comunidad, ¡claro que todo lo que sucede es de nuestra incumbencia y nos afecta! No podemos vivir en una sociedad de señalamientos sino de participación. No pases de largo con indiferencia, pon atención a lo que otros enfrentan porque todos necesitamos apoyo. Algunos viven en modo “lo mío es mío y lo tuyo es tuyo”. Incluso en una misma casa, en una familia, en una oficina y no puede ser. A veces veo que los matrimonios manejan sus finanzas individualmente, cada quien con lo suyo, cuando deben integrase en un solo proyecto de vida, ¿o no son una sola carne? Pues así se debe actuar. Igual en la Iglesia, ¿acaso no somos miembros de un solo cuerpo? El egoísmo no puede regir tu comportamiento, pasar de largo, levantar paredes a nuestro alrededor no soluciona las situaciones, al contrario, las empeora.

 

La tercera actitud es la de generosidad “lo mío es tuyo” del samaritano que se acercó y vio al hombre lastimado. Los otros ni siquiera eso hicieron, pero algo nos mueve a actuar cuando nos acercamos a alguien con necesidad. Eso es lo que debemos hacer, acercarnos, involucrarnos. No solo se trata de erradicar la codicia y sustituirla por indiferencia, sino que convertirla en generosidad. Por eso, la Palabra nos dice que no hay que robar, sino que se debe trabajar para tener algo que compartir con los necesitados[3]. ¡Deja de hacer lo malo y haz lo bueno! Deja de codiciar y atiende a quienes tienen necesidad. Busca a quién bendecir. No esperes a ser rico, a tener en abundancia, ofrece lo que tengas aunque creas que es poco. Al mundo debe moverlo la generosidad, no la codicia y el egoísmo. Al ser así, la sociedad cambiará para bien.

 

Me ocasionaba problemas asimilar la verdad de que si le damos a los pobres le prestamos a Dios, quien nos pagará, pero así es, la Escritura lo dice[4]. Al leerlo, yo le dije al Señor: “Yo sería incapaz de cobrarte”, pero Él me respondió: “Yo sería incapaz de no pagarte”. De esta forma, Él me mostró un valioso principio de la ley de intercambio en Su reino, porque dando es como recibimos. ¡Seamos el samaritano de alguien más!  Cada cosa que tú siembras en un necesitado, en manos de Dios lo pones, y ¡no hay mejores manos que esas para cosechar bendición! La generosidad debe ser parte esencial de nuestro carácter, sin ningún interés, ni siquiera el de evangelizar, porque sería terrible condicionar el corazón de las personas a recibir al Señor porque les proveemos algo material. Comparte de Jesús y también tus bienes.

 

También vemos que el samaritano era un hombre trabajador, ya que tomó al enfermo y lo dejó en un mesón en donde le pidió al mesonero que lo cuidara y que le pagaría cuando regresara. Así se cumplía efesios 4 que dice que trabajando tengamos para darle a quien está en necesidad. ¿Lo dramático? ¡Fue un samaritano quien cumplió la Escritura! Debemos bendecirnos unos a otros, pidamos a Dios que nos dé esa actitud de samaritano para hacer el bien a quienes podamos, sin esperar nada a cambio, aunque sabemos que Dios nos recompensará por tener la actitud correcta. Prójimo significa próximo y nuestro deber es hacer el bien a quienes nos rodean. ¡Hagamos un cambio radical, no pienses en tu necesidad sino en la de los demás! Digamos: “¡Padre, gracias por darnos para dar”. Pidámosle que nos ayude a ser como el samaritano y actuar conforme a “lo mío es tuyo”.

 

[1] Lucas 10:30-37 relata: Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

 

[2] Éxodo 20:17 dice: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.

 

[3] Efesios 4:28 explica: El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.

 

[4] Proverbios 19:17 enseña: A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.

 

 

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