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Elegidos para fructificar

29 de abril de 2017

Tiempo de lectura: 4 minutos

Dios te hizo útil y fructífero. No hay persona inútil, pero el diablo se encarga de hacerte creer que estás incapacitado para ciertas cosas. Yo no me veía al frente de un gran ministerio, parecía como que no comprendía ciertas cosas, que era complicado, pero con el tiempo, descubrí que Dios, simplemente, usa a las personas que quieren dejarse usar. Pedro, por ejemplo, era una persona con muchos defectos; podríamos decir que lo regañó la Trinidad completa: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entonces, ¿por qué lo usó? Porque era lo que había. ¡Así de sencillo! Si te dispones para el Señor, todo es posible y te usará con poder, porque Él es poderoso y nos ha creado para ser fructíferos. Si lo pensamos, somos bien complicaditos, nuestra constitución física es elaborada, el Señor no nos hizo con tanto detalle para nada, sino para cosas grandes.

Dios nos habla de frutos por todas partes y la clave para obtenerlo es consagrar nuestra vida al Señor. De hecho, la Biblia inicia y termina hablando de frutos. Somos milagros de perfección, cada uno de los procesos de nuestro cuerpo es exacto: respirar, pensar, ver…y cada cosa que hacemos es un milagro. Hay que dar fruto y también aprender a tratar ese fruto cuando ya lo cosechamos.

Adán y Eva no supieron tratar con el fruto, tomaron algo que no les correspondía, no respetaron y desobedecieron[1]. Si queremos recoger frutos, debemos aprender sobre procesos, sobre humildad, porque la arrogancia destruye la vendimia. Un pastor estresado por la competencia no podrá cosechar y cuidar sus frutos. Hay que aprender a manejar el fruto que obtenemos. Hay personas que se envenenan con el mismo fruto que cosechan, porque no saben tratar con lo que han obtenido. ¿De qué sirve haber logrado éxito financiero, tener una hermosa esposa y un ministerio, si no sabemos cómo cuidar lo que Dios nos ha confiado? Debemos aprender a tratar con el fruto que producimos.

Estamos rodeados de “exitomanía”, nos afanamos por alcanzar objetivos que luego no sabemos manejar. Tenemos problema con el fracaso, todo lo queremos perfecto, pero luego no sabemos administrar el éxito. Ninguna de las dos situaciones es fácil. Huimos cuando se presenta alguna dificultad, nos acobardamos y desestabilizamos. En el matrimonio, por ejemplo, pensamos en la separación al menor conflicto, y si ya logramos la cosecha de una pareja, debemos cuidar y desarrollar esa bendición. Con mi esposa nos casamos muy jóvenes y en medio de tantas situaciones que nos generaban duda, aprendimos para qué sirven las rodillas, para postrarnos a orar. Todo lo que no sabes, todo lo que no resulta, óralo, pide sabiduría al Señor y Él te enseñará a manejar la vendimia, el fruto que obtienes.

Saber participar de la vendimia y aprender a manejarla es clave. No hay vendimia poderosa si no hay un sano ejercicio de la autoridad. Adán y Eva perdieron esa claridad, perdieron el respeto y la obediencia a la autoridad. Si no siembras, no cosechas, y si no recolectas bien, el fruto se puede echar a perder. Tu esposo es autoridad en tu familia, no porque sea perfecto, sino porque así está establecido. El nivel de rebelión de hoy es impresionante. Sin respeto, sin manejo de autoridad, la vendimia se echa a perder. Si hay fruto, pero no sabemos manejarlo, de nada sirve la cosecha. ¡Cuidado con eso! Las canas de tus padres tienen una razón de ser, respétalos. Las buenísimas ideas de los jóvenes jamás reemplazarán el respeto a la autoridad a los mayores. La vendimia está reservada para quienes respetan lo que Dios establece, no para los que se dejan guiar por su inteligencia. Tratar con el fruto demanda obediencia. Dios te da fruto para objetivos específicos, así que debes preguntarle qué quiere que hagas y luego, obedecerle. Tu cosecha es de Dios, Él sabe para qué te la ha dado. ¡Pregúntale! La vendimia es tema de ayuda idónea. El primer fruto del hombre no es el trabajo o el ministerio, sino su esposa. Si no aprendemos a tratar con nuestra esposa, no tendremos ni idea de cómo tratar con el ministerio, con la empresa y con la vida. Aprendamos a tratar con el fruto que Dios nos ha dado.

Producir fruto y administrarlo tiene que ver con intimidad con Dios[2]. Una verdadera intimidad es soñar con lo que Dios sueña, no pedirle que Él se ajuste a los sueños que nosotros tenemos. Cuando te comprometes con los sueños de Dios, todo lo demás aparece. Cuando te muevas en esa dimensión del pensamiento del Señor, se acabó la frustración, porque ya no tendrás falsas expectativas, sino que las expectativas de Dios y todo estará en Sus manos.

Dar fruto y administrarlo implica valentía y esfuerzo, levantarnos para intentar lo que Dios anhela, las veces que sea necesario. El trabajo es difícil, pero debemos morir con las botas puestas. Y cuando obtengamos el fruto, cuidarlo y tratarlo como se debe requiere lealtad y fidelidad. Reprendemos todo pensamiento de incapacidad, de inutilidad, de esterilidad. Declaramos que somos un pueblo que se levanta a fructificar, a multiplicarse y que sabe cómo administrar su cosecha para que ningún extraño la arrebate[3]. 


[1] Génesis 1:27-28: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.

[2] Juan 15:15: Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.

[3] Isaías 62:8: Juró Jehová por su mano derecha, y por su poderoso brazo: Que jamás daré tu trigo por comida a tus enemigos, ni beberán los extraños el vino que es fruto de tu trabajo;

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