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En mi debilidad, fuerte soy

10 de abril de 2016

Tiempo de lectura: 3 minutos

El poder de Cristo puede y debe reposar en nosotros para darnos libertad y sanidad, porque Su gracia debe bastarnos, y en medio de nuestra debilidad, Su poder se perfecciona y nos fortalece[1]. En otras palabras, la Escritura nos dice que incluso siendo débiles, si tenemos a Jesús en nuestro corazón, seremos fuertes. Y yo lo he vivido muchas veces, porque también soy débil. Incluso cuando más vulnerable me siento, Dios toma el control y hace evidente Su poder en toda circunstancia.

En una de las primeras Noches de Gloria, la que organizamos en Venezuela, aprendimos mucho sobre las cuestiones de logística que debíamos preparar, porque nunca imaginamos que llovería y cayó una tormenta impresionante. Además, todos nos intoxicamos con una comida que nos dieron, por lo que en medio de la lluvia, cubriéndonos con lo que fue posible y físicamente débiles, fuimos testigos de que Dios obró en nuestra debilidad. Los pastores, el equipo de televisión, quienes atendían a las personas y yo trabajamos enfermos, pero la gracia de nuestro Señor nos levantó con Su fuerza para que nada impidiera la bendición que Él deseaba dar a las personas de Venezuela. ¡Fue impresionante la unción y la energía que recibíamos! Recuerdo que estábamos en la plataforma ministrando y al terminar las jornadas, todos caíamos temblando con fiebre, pero felices porque veíamos el poder de Dios sosteniéndonos, derribando cualquier lógica y razonamiento humano. En todo momento declarábamos que estaríamos bien y que muchas personas recibirían su milagro de sanidad.

No es por nosotros que Dios se manifiesta, sino por la fe que nos mueve a pesar de nuestra debilidad. A veces no recibimos nuestro milagro porque permitimos que esas debilidades sean más fuertes que nuestro deseo por sanar y por salir adelante. Boicoteamos nuestro milagro al decir que no somos dignos de recibirlo porque somos pecadores o débiles. Nos acercamos al Señor con dudas y vergüenza, en lugar de acercarnos con confianza y certidumbre, convencidos de que Él desea obrar en nosotros porque nos ama y anhela darnos Su gracia. Sabemos que no merecemos tanto amor, ni aún cuando nos sentimos fuertes y santos porque es una regalo demasiado grande, así que no intentes explicarlo, solo pídelo con fe, reconociendo tu debilidad, y lo recibirás.

El Señor no busca personas fuertes, sino personas que le crean, aún en medio de su debilidad. Por eso, Jesús sanaba a muchos y luego les decía: “Vete y no peques más, no sea que algo peor te acontezca.” Él no preguntaba: “¿Ya dejaste de pecar para sanarte?”, tampoco condenaba diciendo: “Si eres débil o pecador no te sano”. Al contrario, al sanar y aconsejar que las personas se alejaran del pecado, era como si les dijera: “En tu debilidad, Mi poder se perfecciona para sanarte y darte perdón.” Precisamente porque en ti no hay fuerza humana para lograr el milagro, Dios se glorificará haciéndolo, ya que será evidente que no eres tú quien hizo dicha obra sobrenatural. Levanta tus manos al cielo y di: “En mi debilidad se perfecciona Su poder. Cuando soy débil, fuerte soy por Su gracia”. No es lo mismo la fuerza de una persona, que la fuerza de Dios obrando en esa personas o a través de ella.

Otra debilidad que nos impide pedir y aceptar un milagro es la culpabilidad. Por ejemplo, una mujer que alguna vez abortó, no se sentirá digna de pedir por quedar embarazada o por ser sana de alguna enfermedad de la matriz, de los ovarios, de cáncer del seno o algo parecido. Su sentimiento de culpa la llevará a creer que no merece esos milagros, incluso pensará que merece morir, pero ¡nadie merece maldición! Si Jesús viniera por los justos, ninguno de nosotros tendría esperanza, porque de alguna forma cometemos errores, pero Él vino por los pecadores, para rescatar, perdonar, sanar y liberar. Otro ejemplo sería alguna persona que no se cree merecedora de un milagro financiero y no levanta su empresa porque carga con la culpa de haber sido el responsable de la quiebra del negocio familiar. Pero la condenación ya ha sido abolida, si has pedido perdón y te has arrepentido, si te has esforzado por cambiar, Dios te perdona. ¿Acaso nosotros somos superiores a Él para no perdonarnos?  Si ya te perdonó, ¿por qué no te perdonas tú? Recuerda que a Isaías le borraron sus pecados y también le quitaron la culpa para que pudiera ser portador del mensaje de Dios. Nuestro Señor no solo borra nuestro pecado, sino que también elimina la culpa que nos condena. Si nos llevaran a un juicio, todos seríamos culpables, pero hemos sido liberados bajo la fianza de nuestro Señor Jesucristo, quien ya pagó el precio por nuestro rescate. Él es nuestro abogado, nuestro intercesor, así que permite que el poder del Señor repose sobre ti y ¡recibe tu milagro, en el nombre de Jesús!

[1] 1 Corintios 12:9-10 asegura: Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

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