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Navidad en familia

11 de diciembre de 2016

Tiempo de lectura: 7 minutos

Es bella la Navidad, para qué negarlo, a no ser que algunos estén desencantados al descubrir que Santa Claus no existe. Aunque también es una época complicada para quienes han perdido algún ser querido o enfrentan dificultad. Justo por eso, vale la pena reflexionar sobre el verdadero sentido de la Navidad, porque al darle su dimensión real, la aprovecharemos al máximo. Esta es una época hermosa que debemos disfrutar fundamentados en su correcto significado: un tiempo para celebrar que Jesús vino al mundo como un pequeño niño que desea abrirnos la puerta a nuevas oportunidades y bendiciones. Sabemos que efectivamente, Jesús no nació en diciembre, pero lo importante es que se estableció una fecha para recordarlo, para reflexionar y unirnos como familia, como parte de ese engranaje tan poderoso que genera bienestar. Porque de la familia surgen las palabras, las oraciones y las acciones que nos configuran y que tienen el poder de trascender en nosotros.

Esta es época de amor, paciencia y cambio, de integración y de perdón. No se trata solo de regalos y convivios, sino que es tiempo para recordar a nuestro Señor, quien desea nacer en nosotros y regalarnos la salvación. ¿Qué encontraría Jesús en tu casa si decidiera celebrar la navidad con ustedes? ¿Encontraría cónyuges enfadados o contentos y unidos? ¿Encontraría padres satisfechos por lo que han logrado o frustrados porque no ha podido dar todo lo que quisieran? ¿Encontraría hermanos que se quieren o que pelean? ¿Encontraría una familia afanada o agradecida? Ninguna familia es perfecta, pero puede actuar de forma correcta. Tal vez te sucede, como en algunos hogares, que el padre aparece el 24 de diciembre embriagado y empaña la celebración, entonces, la madre come sola porque los hijos prefieren salir con sus amigos. De ser así, realmente es tiempo de reflexionar sobre la Navidad. ¿Qué es? Es un nacimiento, es el inicio de una nueva época cada año. Así como el tiempo fue marcado como “antes y después de Cristo”, nuestra vida tiene cada año un nuevo punto de partida al recordar y celebrar el nacimiento de Jesús. Este tiempo es valioso para provocar el amor, la integración y los cambios que sean necesarios para iniciar una nueva vida con nuestro Salvador.

En una ocasión, estaba triste, insatisfecho porque se llegó esta época y no había sucedido todo lo que yo esperaba. Incluso algunas personas de mi familia habían enfermado. Una de las cosas que surgió dentro de mí fue la queja. ¿Sirve de algo? Si lo analizamos, nos quejamos por todo, por el tráfico, el trabajo, la economía, los retos…pero la actitud derrotista que proyectamos con lamentos no sirve de nada. Librémonos de la queja que solo nos predispone negativamente.

Si quieres que te vaya bien el próximo año, si quieres bendición, metas y sueños cumplidos, si deseas alcanzar el propósito de Dios, aquello por lo que te escogió desde el vientre de tu madre, entonces prepara tu corazón y tus actitudes. Lo que hagas y digas define lo que sucederá el próximo año, especialmente lo que siembres y provoques en tu familia, porque la relación con tus seres queridos tiene la capacidad de generar la bendición que recibirán. No en balde dice la Palabra que honrar a tus padres te dará larga vida y bendición en todo lo que hagas. Para que eso suceda el corazón tiene que cambiar, debe nacer nuevo carácter y nueva forma de pensar. Nuestra vida debe ser marcada por un antes y un después al celebrar el nacimiento de Jesús. Incluso si ya le entregaste tu corazón al Señor, si ya le sirves con amor, permite que te renueve durante esta época, que nazcan nuevas emociones y sentimientos en ti. Elimina la queja por lo que no lograste, suelta la frustración y prepárate para lo que viene.

La queja provoca que Dios se enoje. Lo vemos cuando el pueblo se quejó en el desierto porque solo comían el maná que sobrenaturalmente caía del cielo[1]. Dios les proveía alimento en el desierto y ellos se quejaban. ¡Deja de quejarte! El lamento es el peor lenguaje de alguien que asegura llevar dentro el Espíritu de Dios, ya que solo sirve para generar malas actitudes que traen peores consecuencias. Yo lo viví. Cuando me quejaba por lo bueno que no había sucedido, solo me frustraba y enojaba más. Esa no era la mejor forma de prepararme para un nuevo comienzo. Si te quejas del maná que tienes porque crees que es siempre lo mismo, piensa que otros no tienen ni esa bendición que tú estás despreciando. Si dices molesto: “Otro año con el mismo trabajo, con las misas cosas…”, no estás listo para recibir más. Un domingo que decidíamos con mi familia qué almorzar, mi hijo pequeño protestó muy molesto: “No quiero pollo, me dan pollo todos los días”. ¡Pero realmente hay tantas personas ni siquiera tienen para comer! Al final, le dijimos que decidiera a qué lugar quería ir y cuando llegamos a donde él escogió, ¡pidió medallones de pollo! Será que tal vez lo que le aburría era la forma de cocinarlo. Como sea, debíamos dar gracias por tener la bendición de comer pollo y así se lo dije. El peligro de la queja es que dejamos de valorar, vemos como normales las bendiciones y exigimos, pero esa actitud negativa determina lo que viviremos. Imagina que Jesús, nuestro Dios, nació en una situación que no fue la ideal. Creo que ninguno ha nacido en un pesebre, como Él, sin embargo, nos quejamos. Antes de quejarte, aprende a valorar y agradecer las bendiciones que sí tienes. ¿Imagina que Dios dijera que dejaría sin oxígeno a la tierra por siete días? Nos moriríamos, pero es tan natural para nosotros respirar que ya no lo vemos como la bendición extraordinaria que es. Nos acostumbramos a lo sobrenatural. No sabes el trabajo que le pones a los ángeles cuando te arriesgas y conduces a alta velocidad, te acostumbras a que te protejan, cuando es extraordinario que suceda. Cada día es una oportunidad, es una bendición, hay que aprender a reconocerlo. Debes provocar lo extraordinario con tu agradecimiento. Algunos dicen que desde que conocen al Señor les va mal; parece que le aseguraran: “No eres capaz de hacer más de lo que yo podía lograr”. Pero sabemos que no es así.

Navidad también es una época donde comparamos mucho. Vemos lo que otros tienen, los regalos que recibieron y nos lamentamos. El Señor tiene lista tu bendición, pero debes agradecerla incluso antes de recibirla, porque todo se construye con base en nuestras buenas actitudes, pensamientos y acciones. Al pueblo que se quejaba, Dios lo envió a ver la tierra prometida. Ojalá tuviéramos algunas fotografías de las bendiciones que recibiremos en el 2017, pero no las tenemos, sin embargo, te garantizo que serán maravillosas, porque nuestro Padre siempre tiene lo mejor para nosotros, solo debemos creerlo y avanzar con buena disposición.

Cuando el pueblo envió espías para ver lo que les esperaba, surgieron dos puntos de vista, los pesimistas que vieron grandes peligros y riesgos, y los optimistas que vieron con fe las maravillas y victorias que Dios les daría. Debes ver lo que viene con fe, porque el 2017 es tu año de promesas cumplidas. Dilo: “Este año es mío”. No te quejes, seguro que has vivido grandes dificultades, pero aprendamos a ver lo valiosos que somos para Dios, quien nos ama y ya preparó lo mejor para nosotros. ¡Todo será hecho nuevo! El pueblo de Israel vio más grandes sus circunstancias, sus limitaciones y problemas que el poder del Señor, y eso provocó un estado de ánimo que los hizo ciegos a lo que ya era de ellos. Se contaminaron, perdieron su propósito, desvirtuaron lo que Dios les había prometido. Si vives una enfermedad, escasez o separación, no puedes negar la realidad, pero sobre esos hechos hay una verdad divida. Sabemos que por las llagas de Jesús fuimos curados y que Él se hizo pobre para darnos abundancia. ¡Esas son verdades divinas más poderosas que cualquier situación, son capaces de lograr que la realidad cambie, pero debes creerlas! Tú decides qué es más trascendental, la verdad divina o la realidad, a eso se le llama fe. ¿Qué es más fuerte en ti? Tienes las dos, tú escoges. Si le das más importancia a lo que vives, la verdad divina será anulada por los hechos, porque los sobredimensionamos, le damos más poder, tal como el pueblo hizo frente a sus enemigos en la tierra prometida. Dios les decía: “Pero si yo te lo estoy prometiendo, ¿por qué dudas?”

Si Dios les había dado maná y luego les dio carne hasta que se hartaron, por qué hicieron más trascendental lo que vieron sus ojos que la verdad divina. Que no te suceda lo mismo. Dios puede cambiar tus circunstancias, pero debes creer, porque Él solo obra a través de la fe. Reúnete con tu familia, den gracias por todo, valoren el regalo de Jesús. Aprendamos a generar una dinámica de familia que trascienda. El Antiguo Testamento termina con una restauración familiar al asegurar que Dios hará volver el corazón de los padres hacia los hijos y el de los hijos hacia los padres. De la misma forma, cada año termina con un tiempo especial para que el amor, la reconciliación y la paz nos renueven, para que cerremos bien una época y comencemos mejor la que viene. Como familia enfrentaremos desafíos nuevos, pero si permanecemos unidos, si nuestra conducta, valores, pensamientos y fe están de acuerdo, Dios concederá lo que nos esforzamos por conseguir. Esta no puede ser una época de alejamiento y contienda porque todos nos necesitamos. Hagamos de la Navidad un nuevo inicio que nos prepare para enfrentar los retos que vienen. Busca a tu familia, abraza a cada uno, bésalos, bendícelos, renueven el amor que fortalecerá su fe. Agradezcan juntos al Señor y asegúrenle que están listos para el 2017.


[1] Números 11:1-9: Aconteció que el pueblo se quejó a oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los extremos del campamento. Entonces el pueblo clamó a Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió. Y llamó a aquel lugar Tabera, porque el fuego de Jehová se encendió en ellos. Y la gente extranjera que se mezcló con ellos tuvo un vivo deseo, y los hijos de Israel también volvieron a llorar y dijeron: !!Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos; y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos. Y era el maná como semilla de culantro, y su color como color de bedelio. El pueblo se esparcía y lo recogía, y lo molía en molinos o lo majaba en morteros, y lo cocía en caldera o hacía de él tortas; su sabor era como sabor de aceite nuevo. Y cuando descendía el rocío sobre el campamento de noche, el maná descendía sobre él.

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