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No me doy por vencido

31 de julio de 2016

Tiempo de lectura: 6 minutos

El ADN que Dios ha puesto en nosotros es de vencedores. Somos perseguidos y derribados, pero nunca abandonados por Dios o destruidos[1]. Cierta vez, mis hermanos y yo fuimos a una embajada a solicitar visa y viajar a predicar. Cuando presentamos la papelería, como suele suceder, faltaba un papel. Lo buscamos y regresamos, pero la embajada había cerrado cuatro minutos antes. Al día siguiente, teníamos todo listo, lo presentamos, pero simplemente ¡nos denegaron la visa! El proceso se volvió cardíaco porque debíamos viajar al día siguiente. El colmo fue que al final, habíamos conseguido que nos la dieran, y justo cuando iban a sellar los pasaportes, se interrumpió el servicio de energía eléctrica porque un camión chocó y derribó el poste con los cables. Se estaba poniendo tan complicado, que me preguntaba si realmente Dios quería que viajáramos. Pero después de todo, lo logramos. En medio del problema, era difícil visualizar el panorama completo, porque cuando estamos atribulados, muchas veces, cometemos el error de aislar los eventos. Tal vez decimos: “Lo más seguro es que esto me sucede porque de plano hay algo en mi contra. Señor, Tu favor no me acompaña.” Viviremos frustrados si aislamos el evento de la crucifixión de Jesús y no vemos el panorama completo de que por Su muerte tenemos vida eterna. Así que lo mejor es aprender a ir más allá, visualizar que los planes del Señor son buenos, agradables y perfectos, que la aflicción no es el plan de Dios. Todo depende de a qué le prestamos atención, ¿en qué nos enfocamos? En la tribulación o en que no estamos abatidos; en que somos perseguidos o en que no estamos abandonados; en que estás derribado o en que no estás destruido. Cambiemos nuestro enfoque, no aislemos la situación del gran panorama del plan de Dios para nuestra vida.

Gracias a Dios, hay esperanza. Aprendamos ver lo bueno más que lo malo. En medio de un problema, agradece por todo lo que sí va bien. Un maestro que enseñaba a sus alumnos una tabla de multiplicar, pidió a uno de ellos que la repitiera. El alumno solamente se confundió en una multiplicación y se enojó por eso. Entonces, el maestro le dijo: “¡Muy bien! Tuviste nueve aciertos y un error. Enfócate en las nueve veces que lo hiciste bien, no en la equivocación”. Si tienes nueve aciertos, no te dejes abatir por el área de debilidad; no cometas el error de hacer a un lado tus éxitos por llorar tus fracasos, ya que esa actitud te debilita. Si no tienes trabajo, por ejemplo, pero están bien con tu familia y en tu relación con Dios, enfrentarás con optimismo el reto de encontrar trabajo.

Fundamentemos nuestra casa sobre la roca[2], es decir, fortalece y afianza tu fe en el Señor para estar firme cuando venga la tormenta. A veces, nos preguntamos por qué nos sucede algo malo si creemos en Dios, pero la Palabra no dice que no vendrán tormentas, dice que cuando vengan, si confías en tu Padre, estarás firme, porque tu casa estará edificada sobre la roca. Podrás estar atribulado, pero no serás derrotado, en el nombre de Jesús. Queremos la belleza de que se abra el mar frente a nosotros, pero sin la dificultad de tener un ejército persiguiéndonos. No sabremos qué significa ser libres hasta que no estemos acorralados, sin esperanza. Tal vez tu futuro no se mira prometedor, quizá hay puertas cerradas para tu empresa o tienes problemas en tu matrimonio; con seguridad no tienes un ejército detrás de ti, pero tienes un pasado que no te gusta y que quisieras olvidar; sin importar cuál sea tu dificultad, tienes un Padre poderoso, mayor que cualquier contexto, que te ayudará a superar esa prueba. Debemos hacer como Moisés, voltear a ver a los cielos y clamar a Dios para que obre a nuestro favor. ¡Él responderá! Pero no dejemos de llevar a Dios a nuestro contexto para que nos ayude. Queremos el privilegio de ser herramientas en Sus manos, pero no queremos pasar por el martillo y el fuego para ser formados. Queremos la belleza de Su presencia, pero no pasar por el horno de fuego para que Él se manifieste en medio de las llamas.

Debemos perder el miedo a pedir y recibir milagros. Cierta vez me invitaron a predicar en Colombia; cuando leí que el tema era “Viernes de milagros”, me dije: “Me tocará ser igual que mi papá en Noches de gloria.” Entonces, me preparé para ministrar milagros, tal como había visto hacer a mi papá. Todo salió bien, aunque después me dijeron que la idea no era precisamente esa, pero lo hice y Dios me dijo: “¿Cuántos milagros más vería si me pidieras y si confiaras en mí?” ¿Hacia dónde estás llevando a Dios? David lo llevó al campo de batalla. Si no has visto más milagros es porque debes atreverte a llevar al Señor frente a tu circunstancia para que obre maravillas. Aprende a pararte frente a tu contexto y decir con poder: “Dios se manifestará en mi vida.” Y con seguridad, Él lo hará. El problema es que en medio de esas circunstancias, nadie te puede vencer, pero sí te puedes dar por vencido. En nuestra luna de miel, mi esposa y yo sacamos nuestra licencia de buceo. Para lograrlo debíamos hacer inmersiones en piscina y en el mar. Parte de la práctica es aprender un lenguaje de señas y cuando nos sumergimos la primera vez en el mar, el instructor preguntó por señas cómo estábamos, y mi esposa hizo una seña que no era parte del vocabulario, pero le entendimos que quería ir a la superficie. Al subir al bote, ella nos dijo que ya no quería hacerlo, que mejor se quedaba allí, esperándonos. Al final, logré convencerla de que se sumergiera por segunda vez, y realmente pudimos disfrutar la experiencia. Vimos las maravillas de Dios, todo lo que no hubiéramos podido apreciar si ella se daba por vencida. Lo mismo sucede en cualquier situación si nos damos por vencidos, porque no veremos las maravillas que Dios tiene para nosotros. ¿Cuáles son las señales que le envías al cielo, le dices que ya no quieres arriesgarte en tu matrimonio, que das por perdidos a tus hijos o tus sueños?

Por supuesto que hay razones para darnos por vencidos, somos humanos y nos desgastamos; Pablo lo decía, pero también afirmaba que a pesar de que nuestro cuerpo estuviera como muriéndose, nuestro espíritu podía renovarse[3]. Abraham también tenía razones para rendirse, su cuerpo definitivamente era elemento en contra para que su promesa se cumpliera, pero no se dio por vencido[4]. Yo tengo la oportunidad de entrenar físicamente a personas. Hay un ejercicio que consiste en saltar una caja. Cuando logran saltar la de 20 cm, se emocionan, pero al ver una más alta, se quedan paralizados, sienten miedo y se dan por vencidos, muchas veces sin intentarlo, a pesar de que han comprobado que tienen la fuerza para hacerlo. Dios nos dice: “Ya te di las fuerzas y las cualidades para superar el reto. No te des por vencido a pesar de que las circunstancias intenten convencerte de que debes rendirte.” Date por vencedor, porque Dios está a tu lado y con Él nada ni nadie podrá derrotarte.

En el caso de Abraham, se dice que creyó esperanza contra esperanza, es decir que prevaleció la expectativa positiva que la negativa, porque hay esperanza de alcanzar el éxito, así como hay esperanza de fracasar, ambas luchan en nuestro interior diariamente. ¿A cuál de las dos le creerás? Frente a la enfermedad, ¿confías en que todo saldrá bien o te afliges por lo que pasará con tu familia si mueres? Debes prestarle atención a la esperanza correcta, a la que te mueve a creer porque serás sano.

Dile al Señor: “Tú eres todopoderoso y lo que dices se hará.” Él está a tu lado, pelea tus batallas y sale en tu defensa, tal como un amigo me defendió un día que iba a pelearme a puñetazos con otro niño de mi colonia. Este amigo, al ver que el niño se me tiraba encima, se interpuso con una patada voladora y nos separó. Así es Dios, aparece en el momento preciso para defendernos. Cuando sientas que te darás por vencido, recuerda que tienes un Padre que te da por vencedor, solo debes confiar en Él. Es como aquel famoso equilibrista que caminaba entre edificios a través de una cuerda; incluso atravesó las cataratas del Niágara de esa forma. Al llegar a la otra orilla, le preguntó a la multitud emocionada si creía que podría hacerlo en una bicicleta. Todos le gritaban que sí, pero al preguntar quién se subiría con él a la bicicleta, nadie respondió. Creemos que Jesús es capaz de hacer maravillas, pero retrocedemos al momento de confiar en Él en medio de nuestra dificultad. Crees que Él puede resolver tus problemas, pero no quieres comprobarlo. ¿Te subirás con Él a la bicicleta, asumirás el riesgo? No te des por vencido en tu matrimonio, en tu situación familiar. El Espíritu Santo nos hará libres de todo yugo. Demos gracias porque a pesar de las circunstancias, Dios nos ha hecho vencedores. Sin importar qué situación estás enfrentando, tu Padre celestial está contigo y ya te ha dado la victoria, así que no te des por vencido, sino que date por vencedor.


[1] 2 Corintios 4:8-9 NTV: Por todos lados nos presionan las dificultades, pero no nos aplastan. Estamos perplejos pero no caemos en la desesperación. Somos perseguidos pero nunca abandonados por Dios. Somos derribados, pero no destruidos.

[2] Mateo 7:24 NTV: Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye su casa sobre una roca sólida.

[3] 2 Corintios 4:16: Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día.

[4] Romanos 4:18-20: El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años , o la esterilidad de la matriz de Sara. Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios.

 

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