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Con ojos llenos de aprecio

06 de noviembre de 2007

Tiempo de lectura: 11 minutos

 

 

 

Génesis 25:27 Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas. Y amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza; mas Rebeca amaba a Jacob.

 

Dos hermanos en la misma casa. Uno agradaba el corazón de su padre, pues todas las tardes salía a cazar y llevaba la comida para que él se alimentara. El otro pasaba  mucho tiempo con su mamá.

29-31 Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura.

Uno se presenta y le dice: “Tengo hambre, mucha hambre. Dame de la comida que preparaste”. Quiero que note a una persona agresiva contestar. Jacob no le dijo: “Con mucho gusto te la voy a servir”. Lo primero que le dijo fue: “Véndeme la primogenitura”. Eso a mí me impactó mucho. Tenía en su boca la Palabra, estaba esperando el momento en que le dijera que le daba lo que fuera con tal que le diera un plato de comida.


32 Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura.

Así le puso menos valor a lo que a él le tocaba. Así como esta persona menospreció lo que era para él, hay gente, incluso nosotros mismos, que ha menospreciado muchas cosas y esto los saca de donde les tocaba vivir. Empiece a llegar tarde al trabajo y un día la bendición le llegará al trabajador que estaba debajo de usted. Un día menosprecia a su esposa, y encuentra a otro ocupando ese lugar. Eso pasa. A veces, menospreciamos nuestra célula y por ahí aparece alguien que ocupa el lugar, porque nosotros lo menospreciamos. La historia debería de ser así. ¿Ha oído hablar del padre de la fe? Es Abraham y cuando se habla de los padres de la fe, se habla de Abraham, Isaac y Jacob, no de Esaú. El hombre que leímos dice que se iba a morir por no comer una comida, a mí me parece absurdo. ¿Cuándo ha visto que alguien se muera por no desayunar o almorzar? Nunca. Primero se muere uno de no dormir que de no comer. Dice la Palabra que con lágrimas procuró volver a tomar lo que era de él y no pudo. Hay muchos versículos en la Biblia que hablan de los padres de la fe: Abraham, Isaac y Jacob. ¡Que triste para Esaú haber actuado así! Pero nosotros no estamos muy lejos de este hombre. ¿Cuántas cosas hemos perdido?

 

Quiero llevarte a que entiendas algo. Vas a salir cargado de aprecio de este lugar. Tus ojos van a ser cambiados, al igual que tu corazón. Los ojos son las ventanas del corazón. “Señor, si tú me diste esta Palabra, la gente de aquí tiene que salir con ojos y un corazón lleno de aprecio.”Abra su corazón y entienda esto.

 

Lucas 7:36 Le voy a contar la historia de un hombre que me impactó. Él se llamaba Simón, era fariseo.

 

Uno de los fariseos rogó a Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume;  y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora.

 

Le voy a explicar esto: un hombre lleno de necesidad, pero fariseo; de una posición económica alta, tenía el deseo en su corazón de invitar al maestro, sentarse con él, compartir con él. Me imagino a Jesús sanando por todos lados y este hombre le decía: “Come conmigo, por favor. De verdad, tengo la necesidad de que nos sentemos.” Él caminando y de repente, se voltea y le dice: “Simón, voy a ir a tu casa a comer contigo”. Imagino que Simón estaba feliz. Mandó a su criado a la casa para avisar que Jesús llegaría, corrió a ponerse sus mejores trajes, estaba listo para tener un encuentro personal con Jesús. Pensemos por un momento, identifiquémonos con este hombre. Él tenía un buen deseo en su corazón, estaba ahí sentado y en eso, ocurre lo que la historia nos cuenta. Aparece una mujer. Piense en este momento, todo listo y en eso, se mete una mujer. ¿Se puede imaginar a ese hombre viviendo ese momento, su momento y esta mujer se va a meter y lo peor es que empieza a llorar? ¿Cómo llora la gente? No lo hace suavecito, dice que era tanta el agua que le salía de sus ojos que la empezó a derramar delante de Jesús. Ese hombre parado viendo, pensaba: ¿Qué estás haciendo, mujer? ¿Por qué vienes con lágrimas a besar sus pies? Y ese perfume, ¡cómo huele!”. ¿Dígame si no tenia para enojarse el fariseo? Era su momento. Pero mire lo que Jesús habla después. Dios conoce sus pensamientos. Lo que está pensando ahora, eso Dios lo sabe.


Tenga cuidado con lo que piensa. 40-43 Entonces respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.

 

Inmediatamente, Jesús sacó un ejemplo. Había una persona que prestó a otras dos; eran dos deudores, uno debía 500 y el otro 50. Lo que le estaba diciendo era: el fariseo era la de 50; eres tú a quien le perdoné poco. Y, seguramente, la mujer pecadora era la de 500. Le pongo un ejemplo acá y medito sobre esto. Ese hombre inmediatamente dijo: “Yo soy el de 50; ella la de 500 y en su mente, empezó a maquinar que al que más se le perdona, más puede llegar a amar a Dios.

 

La misma Biblia le dice: “la mujer pecadora,” ¿será que sólo por las mentiritas que haya dicho, o habrá sido una mujer de alto calibre, de cuidado? Pero Jesús lo dejó enmarcado en la Palabra, porque los pecados que había cometido eran grandes. Cuando mira al fariseo, le empieza a decir: “No me diste agua para mis pies, pero ésta ha regado mis pies con lágrimas”. ¿A qué voy con esto? El Señor le dice: “No estaba esperando que tú me los lavaras, pero ni siquiera me diste agua; sin embargo, esta mujer que no traía agua, la tuvo que sacar de sus ojos, se tiró a mis pies a lavarlos”.

 

Siguiente punto, miremos al de 50; le dice: “No me diste el beso en la mejilla, pero ésta no ha cesado de besar mis pies. Ni siquiera un ósculo santo me diste”. Ese era un beso que se daban los hombres en la mejilla. Ahora lo hemos transformado a darle la mano a un hermano, pero en esa cultura, sí se acostumbraba así. “Pero ésta no ha cesado de besar mis pies, tal vez no se cree digna de ir a mi mejilla, pero se tiró a mis pies. No me diste aceite para ungir mi cabeza, pero ésta me ha ungido con perfume en mis pies”. Me pongo a pensar que la mujer se enteró que iba a casa de Simón y pensó en ir allá. Fue a su cuarto y sacó su perfume, lo más valioso que tenía, ese olor que utilizaba para atraer hombres, que para ella era importante para lo que hacía. Pensó: “No hay aceite en la casa, pero esto voy a usar y se fue delante del Señor y derramó lo mejor que ella tenía. La tierra es el estrado de Dios y sus pies están acá.

 

¿Cuál eres tú? ¿El de 50 o el de 10? ¿El de 75 o el de 150? ¿Eres de 500? ¿O al rato eres una gran joyita y eres de 600 ó 1,000? Me pongo a analizar y no logro entender algo. Me hice una pregunta, porque aquí dice en el versículo 47: Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho más aquel a quien se le perdona poco, poco ama. ¿Cómo así? ¿Y si fuiste de 10? ¿Ni siquiera de 50? ¿Estás condenado a amar poco? ¿O será que la invitación que Dios está haciendo es esta: que Dios toma a los dos y espera lo mismo de los dos? No sé qué tipo de vida has estado llevando, pero El está esperando lo mismo, que tú lo ames mucho. Ustedes que ya conocen lo subjetivo y lo objetivo, y esa fue una pregunta subjetiva. Porque si usted se pone a pensar en que si se puede pecar mucho o poco, pues no se puede. Porque pecado es pecado; no hay pecados grandes y pequeños. Pecado es pecado, con una mentirita te vas al infierno y con un asesinato también. Lo que es diferente es la consecuencia de los pecados.

 

Lo voy a explicar de esta forma: Pensemos que el infierno es un edificio para abajo, estamos esperando el ascensor, se abren las puertas, entra, se cierra el ascensor y pasamos al primer piso. Ahí se escucha una voz que dice: “Bienvenidos al piso uno, aquí se encuentran las personas con mentiritas, o sea los que aman poco”. Seguimos y dice: “Bienvenidos al piso cinco, aquí es donde están las prostitutas, y empieza la lista, estos son los que medio aman”. Luego vamos al número 13, y dice: “Bienvenidos, este es el piso de los violadores, matones a sueldo, etc.” ¿Eso es así? No, a la par de unos están los otros. Dios está esperando que todos seamos de 500, aunque hayamos pecado de a 50, pero pecado es pecado y eso nos separa de Dios y hoy debemos acercarnos a él con gratitud.

 

Le voy a explicar algo, la mujer hizo tres cosas con Jesús: dos de ellas iban relacionadas con sus pies. Lo primero que hizo que fue lavárselos. Eso tiene que ver con el servicio. Cuando uno está arrepentido de corazón y ama a Dios con todas sus fuerzas, se acaba de ir a su Encuentro y tener un encuentro personal con Jesús, lo primero que hace es acercarse con estas tres cosas que se presentó esta mujer. Primero, lleva el servicio. Segunda cosa, usted besa al Señor. Eso tiene que ver con intimidad. El beso no era que todo el mundo se andaba dando besitos en esa época, sino sólo los íntimos, los cercanos; eso tiene que ver con intimidad. Vas a llegar con tu servicio, pero también con intimidad. Y vas a acercarte a Dios con aceite, perfume y  a derramarlo delante de Dios, lo mejor que tú tengas. Eso tiene que ver con la autoridad. Cuando tú te acercas al Señor y él te perdona, hay tres cosas que deberían de saltar en ti.

 

Si lees bien, Él le dice al Fariseo que esperaba eso de él; pero a la mujer le dice que sus pecados le son perdonados. Y los que estaban sentados pensaban: “¿Quién es este que le dice esto a esa mujer?” Pero Él le dice: “Tú fe te ha salvado”. Ella consiguió dos cosas que no llegó a buscar. Esta mujer no llegó a rogar ante Jesús compungida por el pecado, pero ¿qué sacó ella de Jesús? Él dijo: “Tú vienes a mí con tu servicio, con intimidad, reconociendo mi autoridad; aunque no me hayas pedido perdón, te voy a perdonar. Y aunque no me hayas pedido ser salva, te voy a dar la salvación. Los corazones agradecidos consiguen muchas cosas.

 

Te voy hablar de aprecio y gratitud. Hay dos llaves que uno puede utilizar en la vida, una de ellas es el aprecio. Cuando valoras lo que tienes, algo empieza a ocurrir. ¿Qué pasa cuando no has apreciado lo que tienes? Hay un momento en que lo pierdes, y cuando pasa, reconoces lo que valía para ti. ¿A qué voy con eso? Un papá muerto. ¿Qué darías tú por volver a tener una tarde con tu papá que murió? Lo más probable es que sin estas llaves no pueda entrar a otra dimensión.

 

Que triste cuando uno pierde algo; cuando por menosprecio perdiste a tu mujer, porque no la apreciaste, la descuidaste, dejaste que se muriera el amor, el cariño. No hay que menospreciar. Sin ir tan lejos, uno dice: “Me robaron el celular”, pero uno no se acuerda  dónde lo dejó, no apreciamos ese aparatito. No culpemos a nadie. Aprecie las cosas.

 

Llegamos a un punto que es tremendo. Le voy a hablar de la llave de la gratitud y del agradecimiento. Esta es vital, es clave. Usted  debe tener una vida agradecido con Dios, Él actúa diferente con los agradecidos que con los mal agradecidos. Ni sabemos qué hizo con el fariseo, pero la otra mujer se llevó el perdón de pecados y la entrada directa al cielo.

 

Hoy quiero hacer una pregunta: ¿Qué comió esta semana? No sé si le tocó comer tortilla, echarle sal y repartirla entre sus hijos, pero si así fuera, después de repartirla entre sus hijos, enséñeles a dar gracias por ello. Si lo hace, Dios mismo le va a poner algo en medio de esa tortilla.  No sé cómo vino hoy acá, cuál fue su medio de locomoción, pero si fue en una carcachita, que no quería arrancar o al final no arrancó y le tocó bajar a sus  hijos de ese carro, no importa, déle gracias a Dios. Él ve eso y en ese momento, si Dios lo ve alegre con ese carrito que tiene, lo va a bendecir porque lo quiere ver más alegre con otro mejor. No sé si vino en camioneta aquí, póngase enfrente y diga: “Ahí viene mi Mercedes Benz”, y cuando se suba, déle gracias a Dios, ya Él le va a dar un Mercedes Benz más pequeño.

 

Recuerdo algo que me ocurrió. A mí no gustan los trajes de color café, y cuando llegué a Casa de Dios, quería llegar bien vestido. Yo recuerdo que le dije a mi mamá: “Yo quiero un traje para ir a la iglesia,” y ella me fue a comprar uno. Cuando lo abrí,  era de color café. Del que no me gusta a mí. Pero al ver los ojos de mi mamá que me lo había dado y con el esfuerzo que lo compró, pues ella es una mujer sola, le dije: “¡Qué lindo, y café!”. Es lo mismo que hace Dios con usted. ¿Cuántos de ustedes tienen cosas que no les gustan? Sonrían, Dios se los dio. No vaya pensar nada más, porque Dios lee sus pensamientos, pero cuando Él vea que se alegra con eso, ¿qué va a pasar?

 

Ayer estaba llorando en mi cuarto, quebrantado, porque al terminar de orar, el Señor me recordó cómo en mi vida he aprendido a ser agradecido. Recordé  lo sucedido con ese traje y, rápidamente, fui a mi closet y al ver mis trajes que tengo hoy, que Dios me ha dado, me dieron ganas de llorar y lo hice con agradecido, quebrantado, delante de Dios. Pero, muchas veces, el problema es que somos malagradecidos, no nos gustan las cosas que tenemos. Pero si lo fuéramos, Dios nos daría más.

 

Ese traje lo usé mucho, con una corbata color corinto con amarillo. Se miraba bien. Y recuerdo que yo feliz, le di duro. La verdad le hice ganas al traje. Llegaba yo y miraba a todos mis amigos de la iglesia con sus trajes bonitos y yo con mi traje café. Recuerdo que el pantalón era un color café, pero más claro, y se me gastó. Le dije a mi mamá: “Se me arruinó el pantalón,” y ella respondió: “Ya me había dado cuenta, mira…” y me tenía otro pantalón  color café.

 

Es muy común venir a la iglesia, quejándose por los del parqueo, por los jóvenes del IgleKids, pero ¿por qué no agradece que haya personas que Dios ha puesto ahí para servirlo y cuidar a sus hijos?  Mire esta iglesia, es nuestra, la Casa de Dios, y Él es nuestro papá. ¿Cuántos de ustedes le dan gracias a Dios por nuestro pastor? Nosotros tenemos un pacto de oración, y cada vez que vamos a dar gracias a Dios por los alimentos, damos gracias por nuestros pastores, y oramos por ellos. Cada vez que usted pueda, ore por ellos. ¿Dónde vamos a conseguir un pastor así, como el nuestro? Que gente viaja 20 horas para oírlo en una cruzada. Por favor, sea agradecido, dé gracias a Dios por nuestra casa, nuestros pastores. Quiero decirle algo antes de terminar: ¿cuántos de ustedes saben que tienen que salir de acá y tener sesiones de aprecio? Le voy a explicar algo. ¿A cuántos les gusta el fútbol? ¿Qué pasaría si hubiera una oportunidad de pasar toda una tarde con Ronaldiño? ¿Qué harías? Me imagino que inmediatamente se pararía, iría corriendo a su casa a traer su camisola, a cortarse el pelo, y hasta se rasura, feliz; no llega tarde a la cita. Pero, ¿quién es Ronaldiño y qué ha hecho por ti? Pero a sus papás, sí los tiene ahí, puede aprovechar para hacer una cita con ellos, amarlos.

 

¿Cuántos de ustedes quieren servirle? Pero a veces lo cotidiano se vuelve parte de la vida. Por ejemplo, el aire. ¿Quiere hacer algo conmigo? Cierre sus ojos, vamos a respirar y le vamos a dar gracias a Dios por ello. ¡Dé gracias! Siéntalo pasando por todo su cuerpo. Dígale al Señor: “Gracias por el aire, por un respiro, Señor, gracias, quiero ser como la mujer, quiero darte lo mejor de mí”.

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