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Creí, por lo tanto, hablé

23 de octubre de 2010

Tiempo de lectura: 3 minutos

 

La fe tiene niveles y se activa si la boca la proclama. Con el corazón se creen las promesas y con la boca se activan. Mi corazón creyó que soy salvo para justicia y con la boca lo confieso para lograrlo. Podemos estar llenos de bien pero nada se activa si no se dice.

Cuando confesamos algo, hacemos evidente lo que tenemos dentro. No puedes ser un cristiano que en la iglesia dice amén a todo y fuera, con sus amigos, dice otra cosa. Dios ve lo que hablas en todo lugar y debes ser sincero.  Expresa tu fe sin timidez.

El Salmo 116:10 dice que  en medio de la pena hay que creer y hablar con fe. Las promesas deben estar en nuestra boca siempre, aun en medio de los problemas. Hay que hablar lo que Dios dice, no lo que nuestra alma afligida quiere que digamos.

Si no hablas palabra de confianza, tu fe es vacía.  La fe produce algo cuando se cree y se habla, no cuando se queda guardada dentro del corazón.  Además, las palabras de fe se reciben cuando se tiene el corazón dispuesto, de lo contrario, caen en tierra desierta. En medio de la aflicción no se habla de tristeza sino del gozo del Señor que es nuestra fuerza y de lo que esperamos que haga.  En medio de la enfermedad se habla  de la llaga de Jesús que nos salvó. Habla bien a pesar de la aflicción.

Las palabras aumentan los sentimientos e influyen en ellos, sean buenos o malos, así que habla bien para que tus sentimientos siempre sean buenos. Si  tu sentimiento de inseguridad es grande, se volverá  gigante  al decirlo. Habla de tu seguridad para que crezca y consuma a tu inseguridad. Las buenas palabras deben consumir la mala realidad. Si digo que no tengo, no tendré, si digo que tendré, así será. Demuestra tu fe con tus palabras, conversaciones y expresión.

La calidad de tu vida depende de lo que hables.  Busca la paz y la verdad, exprésala para recibirla.Eso nos dice 1ra. Pedro 3:10-11. Muéstrame cómo hablas y te mostraré los días que vendrán. Nadie que diga malas palabras podrá tener buenos días.

Santiago 3: 2-12 explica el efecto y origen de las palabras. La lengua, es decir la palabra, por pequeña que parezca, domina todo, como un pequeño fuego que puede incendiar todo un bosque.  El bien y el mal necesitan de una lengua que los diga para que se cumplan.  Entonces, es necesario dominarla pero la Biblia dice que no se puede.  La solución es corregir nuestro corazón que es la fuente, el origen de lo que decimos.

La lengua es el vehículo, no la fuente. Debemos cambiar el contenido para que lo que se expresa también cambie.  Yo fui una persona muy mal hablada. Decía palabras vulgares incluso frente a mi mamá. A los 15 días de recibir al Señor llegué al  capítulo 12 de Mateo y me di cuenta que efectivamente, tenía 15 días de no decir malas palabras porque mi boca hablaba de la abundancia que tenía mi corazón.

Renueva la fuente y el  agua amarga desaparecerá. Quita la envidia, el rencor y el dolor de tu corazón y verás que ya no habrá palabras malas en tu boca.El Señor dice “Les quitaré el corazón de piedra y les daré uno de carne”.  Somos cristianos verdaderos cuando tenemos un corazón nuevo que se expresa por la boca. Si en tu boca hay palabras hirientes e inadecuadas,  es porque en tu corazón no hay fe.

Pídele perdón al Señor por lo inadecuado que has dejado entrar a tu interior.  Dios quiere entrar a tu vida y cambiarla. Si le abres el corazón, tus palabras también cambiarán y verás esos buenos días que tu boca proclamará.

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