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La fe del centurión romano

08 de julio de 2012

Tiempo de lectura: 4 minutos

 

La fe nos distingue como cristianos, es el común denominador de los hombres y mujeres de la Biblia, es la razón por la que ellos alcanzaron buen testimonio. En Hebreos 11 no leemos sobre hombres y mujeres perfectos sino esforzados y valientes que creyeron en Dios. Sabemos que Abraham, Sansón, David, Josué, incluso Raab terminaron bien, entonces decimos creer que el Señor estuvo con ellos. Pero la cuestión es creer que Él quiere hacer Su obra con nosotros en este tiempo. Ahora no construiremos un arca, no tendremos que vencer a Goliat, pero enfrentamos nuestros propios desafíos: la empresa, la iglesia y la familia, que no son menos retadores. En estas circunstancias es cuando debemos demostrar que tenemos fe para emprender sin necesidad de tantas confirmaciones de Dios. La razón nos abandona donde la fe nos da la mano. Demostremos que nuestra voluntad es de perfecta obediencia a Dios, quien nos manda a ser esforzados y valientes. ¡Este es el momento cuando tu fe será desafiada para emprender lo que piensas que es imposible lograr!

Para comprender la enseñanza sobre la fe del centurión romano, debemos analizar los antecedentes y el contexto. Primero vemos que Jesús era parte del pueblo judío, que en esa época era esclavo de Roma. Cuando le preguntaron si debían tributar a César, Él respondió con justicia diciendo que debían dar al César y a Dios lo que le pertenecía a cada uno1. Así que debemos hacer lo mismo, pagar nuestros impuestos y darle a Dios como merece. Esa es nuestra responsabilidad.

El segundo antecedente es cuando Jesús, siendo parte del pueblo subyugado por la orden de llevar una milla la carga de los romanos, ¡les pide que se sometan aún más y la lleven otra milla!2 Cuando hacemos lo que Jesús nos pide, nuestra disposición cambia para bien. Los judíos estaban resentidos porque eran esclavos, pero Jesús vino a liberarlos del rencor. Jesús nos enseñó que nuestro corazón sana cuando damos más de lo que nos han pedido. En este contexto, analicemos la historia del centurión.
Lo primero que aprendemos de este personaje es que nuestra fe crece al escuchar. El centurión escuchó sobre Jesús y tuvo fe en Su poder para sanar al siervo enfermo. Congregarnos y escuchar la Escritura alimenta nuestra fe que debe crecer para enfrentar nuevos desafíos. Tu fe debe llevarte a pedir por llegar a la cima, no solamente por salir del pozo.
La Palabra dice que Jesús se maravilló de la fe del centurión romano. Con la cananea fue diferente porque la hizo pasar por un proceso de confrontación, pero con el centurión se maravilló desde el inicio y alabó su fe. Eso lo hace digno de ser estudiado e imitado.

Este romano sabía quién era Jesús. Seguramente lo investigó y supo que era aquel hombre que le hablaba a las multitudes sobre el amor al prójimo, pero también les enseñaba sobre el respeto a la autoridad, sobre dar el tributo y ofrecer más de lo que se les exigía. Así que lo mandó llamar porque sabía que no podría negarse, como los ancianos tampoco podían negarse a ir a buscarlo porque eran esclavos de Roma.

Cuando Jesús estaba cerca, el centurión envió a otros mensajeros a darle instrucciones. En ese momento es cuando se hace evidente su fe con pantalones, casi impositiva. Usó el poder que tenía como romano sobre Jesús, quien era judío. Es increíble ver que le habló usando una parábola que explicaba la relación de autoridad: “Señor, conozco sobre obedecer órdenes. Digo que vayan y van, como lo hice con los ancianos para que te trajeran; a otros les pido que vengan y vienen, como Tú has venido; así que, aunque no soy digno, sana a mi sirviente”3.  En otras palabras le dijo: “Respeto Tu señorío como tú respetas el mío”. ¡Este hombre mandó a Jesús que obrara un milagro! Eso es tener fe.

¿Permitiremos que un romano tenga más fe que nosotros? Jesús sabía de autoridad, por eso no se molestó con las palabras del centurión y tampoco se ofenderá si te acercas convencido de tu posición como hijo y le dices: “Padre, soy heredero de estas promesas y te pido que se cumplan”. Entonces, Él dirá: “¡Wow! Qué fe la que tiene este hijo Mío”. Nosotros no tenemos autoridad sobre Jesús, pero sí tenemos los derechos de herederos que Él compró en la cruz del Calvario.

Así que este romano nos enseña a usar nuestra autoridad como hijos de Dios y a obtener bendición, utilizando la fe que hemos recibido de nuestro Padre. Si al centurión no lo detuvo ni siquiera su pecado, porque dijo que no era digno, nada debe detenernos ya que sabemos que somos salvos por la misericordia de nuestro Señor. Deja a un lado el temor y asume la confianza que te otorga el poder de Dios. Dile: “Gracias Padre, mi fe ha sido totalmente renovada, tendré los pantalones bien puestos para creer y lograr lo que anhelo”. ¡No te detengas y avanza hacia la meta!

 

 

 

1 Marcos 12:15-17 relata: Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea. Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él. 

2 En Mateo 5:39-41 leemos: Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. 

3 Lucas 7: 3-9 cuenta sobre la fe del centurión: Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

 

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