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Mirad lo que oís

24 de junio de 2009

Tiempo de lectura: 4 minutos

El enojo es un sentimiento que no es malo por sí mismo. La Biblia dice “airaos pero no pequéis”. Esto significa que cuando estás enojado no invoques el nombre de Dios o pienses que actúas con su aprobación porque te equivocas.  La ira del hombre no obra la justicia de Dios. Los cristianos somos capaces de justificar nuestro enojo hasta con las Escrituras, en medio de un pleito recitamos la Biblia entera y recordamos las prédicas completas sobre el tema que consideramos fundamenta nuestro malestar.

Enojado no actúas con la aprobación de Dios. Aunque hay momentos en la vida donde el enojo puede impulsarte a hacer cosas buenas.  Martín Lutero decía: “nunca trabajo mejor que cuando estoy inspirado por el enojo porque cuando estoy enojado puedo escribir orar y predicar bien porque entonces todo mi temperamento se despierta, mi entendimiento se agudiza y todas las variaciones mundanas y tentaciones se alejan”. Por supuesto que este hombre que fundó la iglesia protestante es recordado por su mal carácter, sin embargo usó el enojo para bien. Muchas veces el enojo puede hacer que reacciones y actúes positivamente en situaciones extremas. También puede alertarte frente a la mediocridad. Por ejemplo, si llegas a tu casa y te das cuenta que estás harto del desorden, la incomodidad te hace reaccionar y ordenar. Cuando estás cansado de que las cosas te salgan mal, puedes emprender un cambio. No significa que debes enojarte para hacer las cosas apropiadamente. Debes procurar hacer las cosas sin molestarte, pero si estás enojado canaliza esa energía para bien.

Ofensas que prueban el corazón

1ra. de Corintios 11: 19 nos recuerda: Porque es preciso que entre vosotros haya disensiones, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados.

El enojo puede generar ofensas.  Es necesario que existan situaciones de ofensa para que se manifieste quién es aprobado. Lo ideal sería que nunca nos peleáramos pero eso es imposible. Donde hay personas hay conflictos. No importa cuánto ames a tus familiares y amigos, en algún momento te disgustarás con ellos. Lo mismo sucede con tu pareja, hermanos de célula, compañeros de trabajo y vecinos.

La Palabra dice que las ofensas tienen su valor porque prueban nuestro corazón. El verdadero cristiano se manifiesta en el conflicto y la dificultad, no en la alegría. Ser cristiano en la prosperidad, salud y felicidad no es difícil, si acabas de casarte, eres exitoso y tienen a tu suegra lejos seguro que serás un buen cristiano. Demuestras tu fe cuando enfrentas presiones y cuando las palabras que escuchas no inician con un “gloria a Dios” y tampoco terminan con un “amén”. Manifiestas que eres igual a Cristo en el momento que te niegan lo que creías merecer y te ofenden. Si eres un cristiano de verdad debes demostrarlo ofreciendo ese mismo perdón que Jesús nos dio.

Es inevitable que el Señor te ponga a prueba a través de las situaciones de conflicto. Frente a una ofensa,  los ojos de los ángeles están sobre el ofendido no sobre el ofensor porque la gran interrogante es si ese hijo de Dios a quien ofendieron es capaz de perdonar tal como su Padre lo hizo. Si eres objeto de una injusticia y perdonas, aunque te cueste, en el cielo se levanta un aplauso porque estás desarrollando el carácter de Jesús. Debemos perdonar las ofensas así como el Señor ha perdonado nuestros pecados.

Todos estamos sujetos a ser ofendidos y debemos aprender a manejar la situación. No te detengas en evaluar la ofensa, deja de reconstruir la situación. Pensar en lo que la persona que te ofendió debió decir o hacer endurecerá tu corazón y te enojará, entonces ahogarás la fe y pecarás contra Dios, tus oraciones tendrán estorbo y tus relaciones con otras personas se debilitarán.  Por el contrario, cuando te concentras en perdonar y madurar estás procurándote una vida feliz y llena de paz.

Los cristianos creen que decir “que Dios juzgue entre nosotros y sacará a luz la ofensa que me hicieron” es manifestar su confianza en la justicia divina pero se equivocan. No esperes llegar ante el tribunal de Dios para acusar la ofensa de otros porque cuando estés allí lo que saldrá a luz será tu falta de perdón. Por eso dice la Escritura que si te acercas al altar y tienes algún problema con tu hermano, debes dejar la ofrenda y ponerte a cuentas, no sea que él sea quien te lleve con el juez.

Perdona y teme el juicio de Dios sobre ti, no sobre otros. El Señor nunca da la razón a un ofendido o consuela al quien se victimiza por una ofensa. La “victimitis” despierta lástima, nunca amor. Nadie respeta a una víctima. Si actúas de esa forma  sólo encontrarán compasión y serás vulnerable para que te manipulen. Si alguien te ama debe ser por tus virtudes, no por  la debilidad de no perdonar. Cuando una víctima se acerca a pedir trabajo y se queja de la empresa anterior está cerrando las puertas del lugar a donde vaya porque  no inspira confianza. Puedes conseguir pajera victimizándote pero seguro no lograrás una relación duradera. Si un hombre se queja de su relación de pareja seguramente quiere tenerte como amante. Nunca confíes en alguien que quiere ganar favor a costa de criticar a otros porque seguramente lo hará contigo también.

A través del manejo de las ofensas demuestras tu carácter y estatura espiritual. No te asocies con las personas orgullosas que se ofenden fácilmente, se humilde y  busca tener cerca personas humildes. Cada vez que te ofenden estás a prueba para saber si eres aprobado delante de Dios.

Derriba las murallas

Proverbios 18:19 dice: El hermano ofendido es más tenaz que una ciudad fuerte,  Y las contiendas de los hermanos son como cerrojos de alcázar.

La ofensa es la principal razón de separación de la iglesia y Dios. Hay personas a quienes se les ha dado Palabra y han recibido bendición por mucho ti

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