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Por Dios y por alguien

31 de diciembre de 2005

Tiempo de lectura: 3 minutos

En 1 Samuel 17: 41-51 leemos cómo el gigante Goliat amenazaba al ejército de Israel y finalmente fue derrotado por David  En este pasaje vemos que David utilizó una espada, la del mismo Goliat, para rematarlo, pero la lucha fue de palabras y fe.La pelea que libramos en la vida no se gana con armas y violencia porque es espiritual. Diariamente nos enfrentamos a una batalla ante lo que escuchamos y hablamos. Lo malo se nos presenta tan grande como Goliat y tenemos dos opciones, usar nuestra fe para huir o para dar la cara porque estamos seguros que por su gran tamaño, no fallaremos  y derrotaremos la amenaza.  Justamente eso fue lo que sucedió, el ejército decía: “Siendo tan grande nos va a ganar”, mientras David decía “Siendo tan grande no voy a fallar”.

David ganó la batalla con las mismas palabras de temor que Goliat utilizó durante cuarenta días para infundir miedo en el pueblo de Israel. La victoria depende de nuestra fe, tenacidad y la percepción que tengamos del enemigo.  Muchas veces somos como ese ejército que se dejó engañar por las mentiras del gigante, percibimos equivocadamente la dimensión del problema  y nos dejamos vencer sin luchar. Aprende a percibir y concluir algo desde la perspectiva de la fe que te ha dado el Señor, de esa forma, no te rendirás.

El diablo dice tantas veces: “te destruiré” porque quiere convencerte, pero realmente no puede hacerlo. Si pudiera, actuaría y no diría nada. El fracaso y la enfermedad te atacan porque te dejas convencer, por el contrario, si tienes la certeza de que eres un vencedor, ningún gigante tendrá poder sobre ti.   Cuando te sientas atacado por un mal pensamiento, lucha contra él, convencido de que lo negativo no sucederá.  Al enemigo no se le vence con piedras o ejércitos, sino con palabras y pensamientos de victoria.  David escuchaba las amenazas de Goliat y se las devolvía tres veces más fuertes.  Atrévete a  amenazar al enemigo  y verás que Dios es quien gana la batalla por ti.

Lo que escuchamos y vemos cambia nuestra percepción de la realidad, influencia lo que decidimos, decimos y hacemos.  Ante una misma situación, unos deciden ver fracaso y otros, oportunidades. Tú decides lo que ves, no decidas ver lo malo y retroceder, atrévete a ver las promesas y avanzar.  Bendito Dios que está con nosotros y nos permite  hacerlo.

David escuchó las recompensas que recibiría aquel que venciera al gigante (1 Samuel  17: 25-27). Sin embargo, no se sintió motivado a luchar por las riquezas  o por la hija del rey porque ambas cosas podía lograrla él mismo. Lo que realmente le motivó fue el beneficio que podía dar a su padre al lograr que le exoneraran los impuestos.

Quienes desean algo por beneficio propio, difícilmente lo logran, pero quienes desean beneficiar a otros, alcanzan el éxito.  Hacer algo solamente por ti, no es suficiente motivación. Por el contrario, las fuerzas nunca se agotan cuando el deseo de actuar se sustenta en el amor a Dios y el beneficio de muchos.

Cuando el pueblo de Israel peleó contra los madianitas, su grito de guerra fue: “Por Jehová y por Gedeón”. Lucharon pensando en la victoria para Dios y para su líder. Actúa siempre pensando en las personas que se beneficiarán con tu buen proceder. Aprende a  vivir honrando a Dios y a otros.  No finjas espiritualidad diciendo que vives sólo para Dios porque Él te pide que lo demuestres entregándote a prójimo.  Jesús decía: “Por amor a vosotros me santifico”.

Pablo le dijo a Timoteo: “Aviva el don de Dios que está en ti que te fue dado por la imposición de mis manos. No te avergüences de Jesús ni de mí”.  Con estas palabras le recordaba que él le había dado lo que tenía en su interior y debía compartirlo.  Siempre busca hacer las cosas por Dios y por alguien más.  Solamente el amor compartido es capaz de dar frutos que beneficien a muchos.

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