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Las dos fuerzas más poderosas

Las dos fuerzas más poderosas

05 de noviembre de 2017

Tiempo de lectura: 5 minutos

Ahora que estoy terminando de escribir el libro No es por vista, he estado metido aún más en modo de fe. Orando e intercediendo por ustedes el Señor me hizo ver que aunque solemos decir que Él tiene un gran futuro para nosotros, creemos que no vamos a lograr grandes cosas; declaramos que él se hizo pobre para que nosotros fuésemos ricos pero creemos que mañana ya no habrá empleo. “El problema de mi gente no es un empleo, sino que no son capaces de creer que tienen la actitud para hacer riquezas”, dice el Señor.

Y es que sin fe es imposible agradar a Dios, sin importar lo que hagas. Rogamos a Dios que la moral no nos falte, lo cual es correcto, pero al hacer a un lado la fe, de nada sirve tener moral. La fe es la convicción de lo que no se ve,[1] pero el hecho de que no se vea no quiere decir que deje de ser realidad, pues hay realidades que no se ven pero no por eso dejan de ser ciertas. Nosotros no vemos el oxígeno aunque sepamos que es real. Los hermanos Wright dijeron que el hombre podría volar un día y los echaron de la iglesia por herejes, sin embargo, ¿cuántos aviones no vemos ahora volar en el cielo? Hasta a la luna ha llegado el hombre —o al menos eso es lo que nos hacen creer—, pero todas estas proezas empezaron con dos hermanos que un día imaginaron que el hombre podía volar.

Cuando actúas por fe, tu entendimiento es distinto al de los demás porque de esa forma ejercitas tu mente; ahora bien, cuando dudas, hasta tu cuerpo lo siente: te da insomnio, ansiedad, pierdes el apetito… Una depresión empieza con un pensamiento, pero cuando estás en modo de fe todo cambia y hasta tu cuerpo lo siente, ¿te has dado cuenta? ¿Acaso sirve de algo ponerse en modo de duda?

La renovación del entendimiento consiste en entender por fe,[2] y cuando lo hacemos también actuamos por fe y obtenemos los resultados que esta garantiza. Todo lo que hoy vemos, alguien más lo imaginó antes y usó su fe para convertirlo en algo real. El problema es que a veces ni siquiera queremos imaginar cosas grandes. Lo esencial de la vida no se ve con los ojos sino con el corazón.

La Palabra de Dios nos insta a comprobar Su voluntad buena y perfecta[3] y a no tener un concepto más alto de nosotros mismos del que debemos tener, pero nuestro problema muchas veces no radica en tener un alto concepto de nosotros mismos, sino todo lo contrario: llegamos a tener un concepto demasiado bajo. Nos creemos muy poca cosa. Solemos pensar que no podremos hacer algo, que no servimos, que no nacimos para hacer proezas, que Dios no quiere darnos bendición o que Su voluntad es que no la tengamos. Así te insultas a ti mismo. Dios le dio una medida de fe a cada uno y lo que debemos pensar de nosotros mismos debemos hacerlo con base en esa medida; Él te la dio para que tengas un alto concepto de ti pero sin llegar al punto de la arrogancia, la prepotencia, el orgullo, la falsa humildad y la hipocresía. ¿Somos personas que le enseñamos a nuestros hijos a tener un alto concepto de sí mismos? Recuerda que David para derrotar a Goliat creyó en Dios, pero quien lanzó la piedra fue él; Moisés para abrir el mar creyó en Dios, pero quien levantó la vara fue él; y Josué, para derribar los muros de la ciudad amurallada, también creyó en Dios pero quien dio las vueltas a Jericó fue él. En pocas palabras, creyeron en Dios, pero también en sí mismos. De igual forma, no puedes afirmar a tu equipo de futbol que Dios les a apoyará y luego no salir a jugar. Podrás creer que Dios está contigo, pero quien saldrá a patear la pelota serás tú, no Dios, y para ello es indispensable que tengas un alto concepto de ti mismo.

Entendemos por la fe que el universo fue hecho por la Palabra y no podemos desasociarla de la fe. Tu espíritu nació de la Palabra de Dios, o sea, de una simiente incorruptible;[4] pues aunque nuestro cuerpo es corruptible, nuestro espíritu no lo es. Así como no se puede desasociar la fe de la Palabra de Dios, tampoco se puede desasociar de la confesión de nuestra boca. La Palabra de Dios es viva y eficaz,[5] y simiente que puede cosechar, por eso la primera parábola que Jesús enseñó fue la del Sembrador[6]. A veces nos interesa más saber en cuál capítulo y versículo está Su Palabra que creerla, y cuando no la crees, aunque la retengas en tu mente natural, nunca pasa a tu mente espiritual. Tu afán por la vida puede ahogar la Palabra que Dios te está sembrando.[7] Cuando crees que no te faltará nada, te conviertes en buena tierra para la simiente del Señor. Tampoco dejes que las riquezas te engañen diciendo que sin ellas no podrás hacer nada, pues en eso consiste su engaño: en otorgarse un poder que no tienen. Mientras creas eso harás infructuosa la Palabra de Dios y no crecerás espiritualmente. No importa cuánta simiente incorruptible siembre Dios en ti: no dará fruto si siempre estás afanado en el mañana.

Las dos cosas más poderosas en el universo están dentro de ti, las llevas dentro: una se llama “fe” y la otra “duda”. La fe en la Palabra la vuelve fructífera y hace que puedas ver lo invisible; pero la duda más bien la ahoga. No olvides que vivir por fe es una decisión, y vivir por duda también lo es. ¡La decisión es tuya! Deja atrás la vida en tus fuerzas y prueba la vida de fe: es fenomenal, exquisita y no hace excepción de personas, no pide nivel de estudios y tampoco nivel económico, solo creer en Dios y en Su Palabra[8].


[1] Hebreos 11:1-3: Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.

[2] Romanos 12:2: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

[3] Romanos 12:3: Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

[4] 1 Pedro 23: Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.

[5] Hebreos 4:12: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.

[6] Mateo 13:18-19: Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino.

[7] Mateo 13:20-22: Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa.

[8] Marcos 11:22-24: Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

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