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Cómo obtener una identidad correcta

Cómo obtener una identidad correcta

31 de octubre de 2021

Tiempo de lectura: 3 minutos

En Hechos de los Apóstoles leemos que hubo un grupo de judíos que viajaba de ciudad en ciudad usando el nombre de Jesús para expulsar espíritus malignos; sin embargo, en una ocasión, uno de los espíritus no reconoció a Jesús en ellos, diciéndoles: “¿Quiénes son ustedes?”, pues no tenían la identidad y autoridad en Cristo.[1]

¿Qué pasaría si nosotros estuviéramos en el lugar de esas personas? Por ejemplo, que alguien nos diga: “Sí, conozco a Jesús; pero yo no sé quién eres tú”. Esta sería una alusión directa a nuestra identidad. Dudar quiénes somos es una inquietud que puede manifestarse en diferentes momentos de nuestra vida. Por ejemplo, un domingo, en la iglesia, cuando una vocecita interna nos dice: “¿Quién eres tú levantando tus manos, si hace unas horas estabas pecando? Tú no eres digno de levantar tus manos para adorar a Dios”. O quizá puede salir a relucir en situaciones más cotidianas; por ejemplo: “¿Quién eres tú, llamándote hijo de Dios, si no eres capaz de confiar en que no necesitas aceptar sobornos ni favores ilegales porque Dios ya prometió que te prosperará de la forma correcta?”

Son muchos los casos donde podríamos poner en duda quiénes somos y una identidad incorrecta es dañina para todos los aspectos de nuestra vida. Por eso te comparto tres puntos que te ayudarán a reforzar una identidad correcta en Cristo.

1. Huye del pecado

El pecado tiene el poder de etiquetarnos y funciona de manera simple. Por ejemplo, si tienes fama de beber mucho alcohol, la gente podría decir de ti que eres alcohólico y basta eso para quedarte con esa etiqueta. El pecado corrompe nuestra identidad como hijos de Dios. Si has estado en un camino lleno de faltas, tu corazón debe encontrar un lugar para arrepentirse de ellas. Recuerda que las misericordias del Señor son nuevas cada mañana[2] y que Jesús te ama por muy pecador que seas,[3] pero la identidad de pecador solo la puedes borrar con tu sincero arrepentimiento y disponibilidad a cambiar.

2. Sométete a Dios

Nuestra identidad como hijos de Dios nos llega cuando nos sometemos a Su autoridad divina. Cuando oremos, además de hacer las peticiones de nuestro corazón, también contemplemos al Señor. Tomemos el tiempo para ver nuestra condición frente a Su grandeza. Seamos conscientes de Su hermosura y su infinita bondad, y no olvidemos que a pesar de toda esa magnificencia Él sigue amándonos aunque seamos pecadores.

3. Atesora la Palabra del Señor

Nuestra identidad está en la Palabra de Dios,[4] no debe estar en percepciones personales de lo que hemos hecho. No podemos decir “Dios ya no me ama igual, por eso me están sucediendo cosas malas”, porque nada más alejado de la realidad. Él nunca ha dejado de amarnos y más bien somos nosotros quienes olvidamos nuestra identidad en Él. Así que cuando vengan las circunstancias adversas, pregúntate quién eres y cuánto vales para nuestro Padre.

Por ejemplo, cuando tengo días difíciles, a mí me gusta recordar que soy hijo y heredero de Dios, coheredero con Cristo y que provengo de un linaje de bendición que se remonta a Abraham: todo porque así está escrito en Su Palabra, no porque sean ilusiones o percepciones mías. De eso se trata tener una identidad basada en las Escrituras y no en las percepciones.

En conclusión, todos podemos tener una correcta identidad en Cristo cuando huyamos del pecado, cuando nos sometamos a Dios y atesoremos Su Palabra. No tengas un concepto equivocado de ti mismo, y más bien recuerda quién eres y cuánto vales para Él, y aférrate a esa verdad.


[1] Hechos 19:11-16 (NTV): Dios le dio a Pablo el poder para realizar milagros excepcionales. Cuando ponían sobre los enfermos pañuelos o delantales que apenas habían tocado la piel de Pablo, quedaban sanos de sus enfermedades y los espíritus malignos salían de ellos. Un grupo de judíos viajaba de ciudad en ciudad expulsando espíritus malignos. Trataban de usar el nombre del Señor Jesús en sus conjuros y decían: «¡Te ordeno en el nombre de Jesús, de quien Pablo predica, que salgas!». Siete de los hijos de Esceva, un sacerdote principal, hacían esto. En una ocasión que lo intentaron, el espíritu maligno respondió: «Conozco a Jesús y conozco a Pablo, ¿pero quiénes son ustedes?». Entonces el hombre con el espíritu maligno se lanzó sobre ellos, logró dominarlos y los atacó con tal violencia que ellos huyeron de la casa, desnudos y golpeados.

[2] Hebreos 4:15-16: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

[3] 2 Timoteo 2:22: Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.

[4] Salmos 119:105: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.

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