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Desatados

Desatados

12 de septiembre de 2009

Tiempo de lectura: 6 minutos

 

Juan 11: 40-45 cuenta: Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.

Todos tenemos una profunda necesidad de libertad. A nadie le gusta sentirse atado. Podemos ser como Lázaro que resucitó a una nueva vida de libertad para hacer grandes cosas en el Señor. En la Biblia hay muchos ejemplos sobre liberación de ataduras. La palabra original que se utiliza en este pasaje de Lázaro es “luo” que  se traduce como soltar, liberar y quitar cadenas.

Salmo 30: 11 dice: Has cambiado mi lamento en baile; Desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría.

Seremos liberados de todo flagelo porque el Señor desea nuestro bienestar y gozo.

Isaías 58:6  comparte: ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo?

La Escritura habla del verdadero ayuno que libera de la falta de piedad.

Isaías 10:27 afirma: Acontecerá en aquel tiempo que su carga será quitada de tu hombro, y su yugo de tu cerviz, y el yugo se pudrirá a causa de la unción.

La Palabra dice que cualquier yugo se pudrirá con el poder de la unción.

Mateo 16:19 recuerda: Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

Debemos liberarnos y liberar a los cautivos. Declara que eres libre de cualquier atadura en el nombre de Jesús.

Cuatro ataduras 

La primera atadura de la que debemos liberarnos es la culpa que agobia y destruye. A los 19 años mis padres murieron. Mi madre murió en diciembre y mi padre tres meses después. Me sentía culpable especialmente por la muerte de mi mamá, pensaba que debí llevarla con otros médicos o con otros pastores que oraran por ella. Pasé cinco años en dicha situación hasta que decidí compartir esos sentimientos con mis hermanos y pedir perdón a Dios delante de ellos para liberarme, si es que había dejado de hacer algo por salvarla. Todos somos agobiados por la culpa en algún momento. María, la hermana de Lázaro y algunos más, intentaron culpar a Jesús de su muerte al decirle que si hubiera estado allí, Lázaro no habría muerto. Ahora sucede lo mismo y muchas personas culpan a Dios de sus desgracias porque han crecido rodeados de una cultura de culpa. Algunos se sienten culpables por jugar fútbol, maquillarse o cualquier otra situación sin importancia. La religiosidad busca culpables pero Dios busca arrepentidos. Si te sientes culpable por los pecados que cometiste, o porque fracasaste en tu matrimonio, el Señor te dice que olvides el pasado, Él ya te ha perdonado  para que seas una persona nueva, capaz de  enfrentar el futuro. La culpa no te ayuda a mejorar, simplemente te limita.

La Palabra dice que son bienaventurados aquellos a quienes Dios no inculpa de iniquidad y a quien les fueron perdonado todos sus pecados.

Aprende a distinguir la diferencia entre arrepentimiento y culpa. Por ejemplo, cuando el hijo pródigo se dio cuenta de su terrible condición y decidió volver a su padre, se estaba arrepintiendo; pero cuando pensó en decirle que lo tratara como a uno de sus sirvientes porque no merecía ser llamado hijo, se estaba dejando manipular por el sentimiento de culpa. El Padre Celestial ya perdonó tus faltas y te recibirá como Su hijo. Siéntate a la mesa y disfruta de las bendiciones que ha preparado para ti. La Biblia dice que no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús.

1ra. de Corintios 15:54-57 dice: Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

La muerte es la segunda atadura de la que debes liberarte. Tal como lo hizo nuestro Señor Jesucristo. En casa tuve una experiencia desagradable cuando unos jóvenes dejaron en frente el cuerpo de un muchacho al que habían apuñalado unos delincuentes. Esa noche escuché unos pasos pero no vi a nadie.  Este hecho abrió la puerta al espíritu de la muerte que rondaba mi hogar, hasta que busqué a personas de la iglesia que me ayudaron a expulsarlo.

Satanás no puede matarte porque Dios es dador de vida y mora dentro de ti. Piensa que si pudiera, ya lo habría hecho. Cuídate de no desear la muerte y abrir puertas que luego será difícil cerrar.

Hechos 2:24 dice: al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.

El Señor se levantó y venció a la muerte. El libro de Apocalipsis dice que ahora Él tiene las llaves de la muerte y del Hares. Quien no disfruta la vida, no la merece. Valora cada día de tu existencia como si fuera el último. Hace algún tiempo aprendí una frase muy cierta que me hizo reflexionar: “Muchos se perdieron de las pequeñas alegrías de la vida esperando la gran felicidad”. Agradece y aprovecha cada momento que Dios te regala para compartir con tu familia, trabajar y ser feliz. La vida es un don maravilloso.

El Salmo 91:16 promete: Lo saciaré de larga vida, Y le mostraré mi salvación. 

La vida no es nada si no está llena del Señor. Sáciate en Su presencia porque Él quiere bendecirte más allá de lo que puedas imaginar.

La tercera atadura que hay que romper es la enfermedad. Seguramente cuando Lázaro fue resucitado no se quejó de algún dolor sino que celebró el gran milagro que Jesús obró en él. Si ya resucitaste a una vida nueva en Cristo no es consecuente que te sientas enfermo.  Al liberarte del pecado y de la muerte también te regala salud para tu cuerpo y espíritu. No toleres las enfermedades. Dicen que “el muerto pesa más cuando hay muchos para cargarlo”. Eso significa que consentir los malestares hace que se multipliquen. Toma autoridad y confiesa salud para tu cuerpo porque Dios te ha hecho perfecto. No te resignes a una vida de dolencias. Las medicinas no sanan sino que provocan reacciones químicas para que tu organismo se cure a sí mismo. La semilla de la sanidad está en ti, lo único que necesitas es una inyección de fe en “Cristocilina” y Su Palabra.

La pobreza es la cuarta atadura de la que debes liberarte. La familia de Lázaro era próspera, tanto que eran capaces de alimentar siempre al Señor y a todos los que le acompañaban, incluyendo a los doce discípulos. En su casa siempre había comida. Cuando el Maestro llegó, María lavó sus pies con un perfume que costaba lo que un hombre ganaba en un año. Su generosidad fue criticada por Judas pero Jesús lo reprendió diciéndole que la dejara porque los pobres siempre estarían allí para recibir ayuda, pero Él pronto se iría. No podrás ser desatado de la pobreza a menos que pienses que lo mereces. Debes tener la mentalidad y corazón de María y darle al Señor lo mejor que tengas. La ayuda más grande para los pobres es no ser uno de ellos y prosperar para compartirles lo que recibas de Dios. Ábrete a la abundancia y declara que tus mayores bendiciones están por venir.

Debes tener la mentalidad de un  heredero del Rey. Piensa que nadie de la realeza se preocupa por lo que desayunará al día siguiente. Ellos saben que tendrán cuanto necesiten porque su linaje los respalda. El Señor nos hizo reyes sobre la tierra, capaces de pelear por nuestros dominios. Sólo los esclavos ceden sus derechos. No le cedas al demonio  derechos sobre tu salud y prosperidad. Levántate como rey y  pelea por tu libertad y por cada preciosa bendición que Dios ha preparado para ti.

Pídele que te libere de la culpa. Cada día tiene sus afanes y no lograrás avanzar si además arrastras las preocupaciones del pasado. Desata todo pensamiento de muerte y enfermedad porque tu mente será renovada por Sus principios. Declara que fuiste llamado a la abundancia y que como María tendrás ofrendas para el Dios de justicia. Repite una y otra vez que eres libre y bendecido.

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