14 de julio de 2014
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La sabiduría está en todo lugar. Quien desea ser sabio aprende lo correcto donde quiera que vaya. Incluso podemos aprender del mundial de fútbol. Especialmente me gusta analizar el trabajo estratégico del director técnico, de quien depende la ejecución del equipo. Lo mismo sucede en la vida, el desempeño de un grupo, de la familia depende de las decisiones estratégicas que tome el director y de la obediencia del equipo.
El orden, la jerarquía es importante cuando hablamos de trabajo en equipo, ya sea en la familia, en la empresa, en la iglesia o en la nación. Siempre es necesario establecer autoridades y respetar el liderazgo, ya que de esa forma conocemos cuál es nuestra posición y cuáles son nuestras atribuciones. En la Palabra lo vemos cuando habla de la sujeción de las casadas a sus esposos, quienes son líderes, así como Cristo es cabeza de la iglesia[1]. En el caso de la familia, vemos que el varón tiene el liderazgo y la mujer tiene la influencia. Por eso, muchas veces digo que el esposo es la cabeza y la esposa es el cuello porque orienta hacia dónde verán los ojos. Es una gran responsabilidad ser la cabeza del hogar, y solamente puede hacerse un buen papel si se acepta a Cristo como la cabeza del varón[2]. Es decir que la línea de mando es esta: Jesús es cabeza del esposo, quien es cabeza de la familia. Con esta estructura todo funcionará mejor. La mayor expresión de inteligencia que podemos demostrar como personas y como familia es seguir a alguien que es más inteligente que nosotros. Sigue a Cristo y te irá bien. La clave es la obediencia al líder.
Sabemos que la vida espiritual de la familia es la sumatoria de la vida espiritual de cada uno. Si todos se sujetan a Jesús, la bendición está garantizada. Si mantenemos clara nuestra posición como personas que obedecen las instrucciones de Cristo, nuestro director técnico, la vida sería diferente, tal vez con dificultades, pero con Su respaldo para superarlas. Así que si ponemos nuestro ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe[3], estaremos más seguros del triunfo, ya que Su guía es certera.
Este principio de jerarquía y de obediencia se aplica en la familia y también en la congregación, que es nuestra familia espiritual. Nuestro Señor nos enseñó a amarnos y a respetarnos, ya que todos somos valiosos y contribuimos con nuestros talentos al crecimiento de Su Reino[4]. Por eso, Él constituyó cinco ministerios, el de apóstol, el de profeta, el de evangelista, el de pastor, y el de maestro[5]. Los cinco son importantes y se complementan para edificación unos de otros.
La Palabra es clara al decir que Él nos selecciona para servir y para formar parte del cuerpo de Cristo. También dice que cada quien tiene su actividad, lo que significa que debemos estar activos en el ministerio, no pasivos, sino apoyándonos mutuamente. Por lo tanto, ¡no es posible dejar de servirlo! Si aún no te activas como parte de Su cuerpo, pídele: “Señor sé que me has salvado y que me escogiste para ser parte de Tu cuerpo, quiero servirte, ¡actívame!”
Además, debemos activarnos con orden, ya que no todos podemos hacer lo mismo, sino que cada uno debe tener sus atribuciones. Si volvemos al ejemplo del fútbol, es evidente que debemos jugar como profesionales, no como cuates jugando una “chamusca”, es decir uno de esos partidos que se juegan en el barrio, en donde no importa tanto la habilidad de cada uno, sino la simpatía y la diversión. Por ejemplo, recuerdo que al escoger a los integrantes de cada equipo, se decidía por quedar bien con alguien. ¡El dueño de la pelota tenía su espacio asegurado aunque fuera el peor jugador! Pero en el cuerpo de Cristo no debe ser así; cada quien debe asumir con mucha seriedad y responsabilidad el trabajo asignado. Solo jugando como profesionales podremos ganar los campeonatos, siguiendo las instrucciones de Jesús, nuestra cabeza, nuestro director.
Por supuesto que alguien tal vez quisiera un cargo diferente. Muchos dicen: “Quisiera ser el pastor”, pero cada uno ha recibido dones para desempeñar un trabajo particular y especial. Por eso dice la Palabra que en el cuerpo de Cristo no todos pueden ser ojos o manos, sino que hay muchos órganos diferentes que se complementan[6]. Así que no desprecies tu labor, al contrario, confiesa que eres valioso haciendo tu trabajo y disfruta el privilegio de servir al Señor, quien te recompensará por tu excelencia, no por la posición o nivel de jerarquía que tengas. Tal como sucede en un equipo de fútbol, cada quien debe jugar bien en su posición porque debe haber defensas, delanteros y portero. Sirve a Dios con gusto y espera, porque el tiempo de tu honra vendrá.
En un cuerpo, todos vemos lo externo, los ojos, la piel, la boca, pero hay órganos internos que son vitales, sin los cuales el cuerpo no tendría vida. Nadie dice: “Qué lindos los riñones de esa chica”, pero si no los tuviera, ella moriría. Así es el cuerpo de Cristo, algunos somos la parte visible, pero el ministerio funciona gracias al esfuerzo de todos, y la gran mayoría trabaja de incógnito, ya que nadie los conoce, aunque su labor será recompensada por el Señor. Él nunca olvida a quienes le sirven, al contrario, Su galardón los está esperando.
Así que nunca menosprecies tu trabajo, mucho menos quién eres y de dónde vienes. Dale gracias al Señor porque te ha dado la vida y la oportunidad de servirlo. ¡No te detengas! Cristo quiere que sigamos a la meta, concentrados en lo que está adelante, enfocados en el supremo llamamiento de ser Sus mensajeros. Si no te aprecias, será muy difícil que avances porque tu fuerza depende de lo que pienses que puedes lograr. Edifica con lo que tienes. Juega con orgullo tu posición en el equipo. Afirma con agradecimiento: “Soy miembro del cuerpo de Cristo. Lo escucharé y obedeceré porque Él sabe qué dirección debo tomar. Nada ni nadie me detendrá, soy parte de Su equipo y seremos los campeones!”
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