09 de julio de 2011
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Todos llevamos dentro muchas cosas valiosas que podemos compartir. Cada persona tiene virtudes y cualidades que otros necesitan y admiran. Somos como recipientes que tienen forma y propósito. Contenemos algo que es necesario dar a los demás. Por ejemplo, cuando nos duele el estómago, buscamos una medicina y abrimos el frasco para tomar lo que contiene y sentirnos mejor. Nosotros somos iguales, somos recipientes llenos de bendición para nuestras familias, nuestra pareja y nuestro trabajo. Lo vemos en el hogar, nadie es igual, siempre hay alguien que tiene un don especial que no tienen los demás. Hay un risueño, un cariñoso, un fuerte y dominante. Cada uno aporta lo que tiene para beneficio y alegría del resto. No serás de utilidad para otros, a menos que estés dispuesto a abrirte.
Si no estás dispuesto a vaciarte, si no deseas compartir con tus amigos o personas necesitadas, te estancarás y no avanzarás porque no tendrás espacio para recibir y crecer. Las personas que atesoran y no comparten, sienten que ya llegaron a la meta, se acomodan y no superan otras expectativas, ya no pasan a otro nivel porque se han estancado.
Como un garrafón de agua que nunca se usa por miedo a que se termine. El resultado será que efectivamente, siempre tendrá agua, pero con el tiempo, se llenará de microorganismos y ya no servirá. Nadie querrá tomarla porque está estancada y contaminada. Las empresas no quieres trabajadores estancados que no buscan desafíos porque se llenan de los “microbios” de malos pensamientos y ya no avanzan. Para evitar que esto te suceda, debes consumirte, debes permitir que beban de lo que tienes y dejen espacio que puedas llenar de nuevo.
Jesús es el mejor ejemplo porque vino para gastarse y consumirse. Derramó Su sangre por nosotros, no le quedó una sola gota en el cuerpo, ¡eso es ser de utilidad! Aunque suene duro, la gente que no es útil, es inútil, así de sencillo. El problema de guardarnos y cuidarnos tanto es que nuestros dones se desperdician y no son de provecho para nosotros, ni para otros.
Nuestros lógica terrenal nos dicen que para tener, hay que guardar y acumular porque si gastamos y repartimos, nos quedamos si nada. Pero el Señor dice que si repartes, tendrás más y si retienes, verás la pobreza en tu vida (Proverbios 11:24). La economía nos dice que debemos “acumular para los tiempos malos”. Claro que es bueno ahorrar, pero la Palabra aclara que debemos retener lo que es justo, no más que eso, porque acumular conduce a la pobreza. Cuando uno reparte, está abriendo el espacio para los milagros. Dar es justo y recibir también.
En la Biblia, vemos la historia del profeta Eliseo quien le pregunta a una mujer qué tiene para ofrecer. Era tiempo de escasez y ella le responde que sólo tiene una vasija de aceite. Entonces él le da la instrucción de que pida muchas vasijas prestadas y comience a derramar su aceite en ellas. ¡Y sucede el milagro! Porque se llenan todas las vasijas que sus hijos le llevan (2 Reyes 4:3-6). Lo que tú tienes y puedes derramar en otros es lo que Dios necesita para que ocurra el milagro de la sobreabundancia. Cuando eres un recipiente dispuesto a vaciarse, llamas al cielo tu propio milagro para que empiece a multiplicarse. La bendición de vaciarte está en la oportunidad que le das al Señor para que vuelva a llenarte.
Si quieres cosas mejores y nuevas, primero debes vaciarte y hacer espacio para que puedan venir a tu vida o será imposible recibirlas. Cuando entregas lo que tienes, alza tu mirada al cielo y dile al Señor: “Ya entregué lo que tenía, ¿dónde está lo mío?”
Para que nuestro Padre tome la decisión de derramarse, debe ver que la tierra está seca (Isaías 44:3). Si te sientes seco y vacío por dar lo que tenías, prepárate porque Él te llenará. No digas: “Me he guardado porque tengo miedo”. El temor a entregarse es el mayor enemigo de recibir bendición. Tal vez abusen de ti y se aprovechen, pero Él es suficientemente justo para darse cuenta que das lo mejor y mereces recibir.
Dios promete que bendecirá hasta que sobreabunde a quienes dan y se ofrecen sin medida, como dice en Malaquías 3:10 sobre el diezmo. Recibes el 100% de tu paga por el trabajo que realizas, entonces el Señor dice que le hagamos el favor de abrirle un espacio del 10% para que pueda llenarlo de nuevo, derramarse en ti y bendecirte. ¡Cuando diezmamos pasan cosas extraordinarias en nuestra vida porque Él no se queda con nada! Nuestro Señor es abundante en Sus promesas, no es escaso o egoísta, no puede dar poco, es generoso sin medida. Eso es lo que nos enseña y como buenos hijos, debemos aprender de Su ejemplo.
Ofrece lo que eres y lo que tienes sin medida en tu casa, en el trabajo y en la Iglesia. Hacerlo traerá bendición a tu vida. Echa fuera el temor y empieza a entregar lo que sea necesario.
Dale gracias porque tienes espacio para que Él lo llene. Dile que estás dispuesto a abrirte para que salga lo que Él y otros necesitan. Abre tus brazos y pídele que tome lo que quiera de ti. Pídele que llene los espacios que has vaciado, que no te deje sin recompensa porque deseas experimentar toda Su abundancia. Entrégale tu vida y tu corazón, declara que te darás a otros, que les bendecirás porque es tiempo de vaciarnos para que Dios nos llene de nuevo.
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