25 de mayo de 2014
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La ley de la siembra y de la cosecha es un principio que se cumple, así que debemos comprenderla para que actúe a nuestro favor. Sabemos que la Palabra de Dios es una semilla y nosotros debemos ser buena tierra para que produzca fruto abundante. Hay que evitar que el diablo nos la arrebate; debemos escucharla y aprenderla con gozo para que nos sostenga en el momento de la prueba; además, debemos hacer que prevalezca por sobre lo que el mundo dice y ofrece, ya que es eterna y cierta; por lo tanto, ser buena tierra significa perseverar con fe en buscar que se cumpla, porque así quiere Dios que suceda. La Palabra producirá frutos en tu vida solamente si no tiras la toalla e insistes por demostrar que tienes fe y crees que lo bueno vendrá.
Nuestra iglesia en Colorado ha pasado por tiempos de desierto, por valles de sombras, ya que en 2006, el pastor general tuvo una falla moral y se vio obligado a retirarse en medio del escándalo. Meses después, yo asumí como pastor, seguro de que Dios nos redimiría y levantaría. Tenía cien días en la iglesia cuando sucedió otra tragedia. En el parqueo, un jovencito muy bien armado comenzó a disparar y mató a dos jovencitas, luego entró al templo y después de disparar, se suicidó en el área de los niños. ¿Puedes imaginarte? Era un momento de esos en los que solo Dios puede tener la respuesta.
En medio de esa terrible situación, el Señor comenzó a forjar nuestro corazón para un milagro especial, y vivimos un tiempo de transformación en el que fue posible aprender a aplicar la ley de la siembra y de la cosecha. Si tu corazón está herido, es el mejor momento para dejar que Él se acerque y te moldee. Si ahora enfrentas una situación en la que dices: “Ya no hay nada qué hacer, Tú, Señor eres mi única esperanza, mi último recurso”, estás en el tiempo justo para iniciar la siembra.
Seguro te sientes como tierra árida y seca, precisamente la que se debe arar y quebrantar para que el Señor se manifieste y Su Palabra se cumpla. Demuestra humildad y obediencia para que Él te exalte, tal como sucedió con nuestra iglesia en medio de la tragedia y el dolor. En esa época terrible, mi oración era de fe en que Dios es nuestro pastor, por lo que nada nos faltaría, incluso al atravesar valle de sombras, porque solo tomados de Su mano podremos superar cualquier situación.
Entonces, luego de que la tierra está preparada, plantamos la semilla, es decir, Su Palabra y Sus promesas, que son como bálsamo para el corazón quebrantado, que sana y se fortalece con fe. En ese momento, cuando la semilla ya está sembrada, necesitamos agua, la lluvia del Espíritu Santo que nos ayuda a que crezca raíz y comience la germinación. Claro que esa lluvia no debe ser inundación que ahogue la semilla, sino una lluvia cotidiana, un rocío fiel. Esa bendición que recibimos cada mañana al abrir los ojos y damos gracias porque estamos vivos y creemos en que un milagro nos levantará. Nada es más poderoso y fuerte de la Palabra de Dios. No hay escándalo, pecado o problema que supere el poder de nuestro Padre, así que debemos acercarnos confiados a Él, creyendo que si le permitimos obrar, todo será conforme a Su voluntad buena, agradable y perfecta.
El siguiente elemento para que la semilla de la Palabra de Dios fructifique es remover la mala hierba. Limpiemos esas áreas de nuestra vida que nos desgastan, aquello que nos roba la energía y los recursos, y que vemos que no produce frutos de bendición. Dale la bienvenida al Espíritu Santo, quien te muestra lo que debes remover para que el fruto pueda darse y la obra del Señor se manifieste.
Ahora, ¿qué sigue? Pues viene quizá lo más difícil, la espera, ya que el fruto no crece de la noche a la mañana. Si has cumplido con todo, pero no ves resultados, te aseguro: ¡Dios está obrando, aun cuando no lo veas! Si dices: “No veo que Dios haga algo, no me responde”, no desesperes, no te desanimes porque el Espíritu Santo se está moviendo a tu favor. Si dudas, todo se retrasa, si crees, las puertas se abrirán.
Persevera y cuando menos lo pienses, algo asombroso ocurrirá, la cosecha brotará en el tiempo de Dios, según Su voluntad. Cree, porque en medio de tu dolor, Él te dice: “Solo pídemelo otra vez, ten fe una vez más”. El Espíritu Santo te busca; si te humillas y estás dispuesto a esperar, el Señor cumplirá Su promesa. Haz una oración fuerte y valiente que se escuche: “Padre, Creador de la vida, Rey resucitado, vengo a pedirte que me escuches, mi corazón está dispuesto a ser formado, esperaré sin desmayar porque sé que deseas bendecirme”. Alábalo, dale gracias, levanta tus manos, ¡que se escuche un grito de júbilo!, justo como los israelitas lo hacían antes de una batalla, seguros de que el Señor les daría la victoria. Este es el tiempo para cosechar, nuestro Padre quiere entregarte el fruto que has esperado. ¡Gracias, Señor por tu bondad, paz y misericordia!
1.Lucas 8:11-15 dice: Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven. Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan. La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto. Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.
2.Oseas 10:12 aconseja: ¡Siembren para ustedes *justicia!?¡Cosechen el fruto del amor,?y pónganse a labrar el barbecho!?¡Ya es tiempo de buscar al Señor!,?hasta que él venga y les envíe lluvias de justicia.
3.Juan 7: 38-39 asegura: De aquel que cree en mí, como dice[a] la Escritura, brotarán ríos de agua viva.Con esto se refería al Espíritu que habrían de recibir más tarde los que creyeran en él. Hasta ese momento el Espíritu no había sido dado, porque Jesús no había sido glorificado todavía.
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