14 de agosto de 2016
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La Biblia nos enseña a vivir como campeones. Ahora que estamos en época de Juegos Olímpicos, es oportuno tomar esta actividad como ejemplo. En las competencias, vemos que solo uno se lleva la medalla de oro, y así es la vida, debemos correr para ganar, para obtener el galardón[1]. Ese es el consejo del apóstol Pablo y me encanta su estilo de enseñanza porque compara la vida con una carrera. Su mensaje es relevante y útil, y lo compartía de forma sencilla y práctica. Él nos recuerda que para nuestra vida hay regalos y premios. Nuestro problema es que no sabemos diferencia; como la salvación es un regalo, pensamos que Dios debe obsequiarnos todo, pero ¡esa es una mentira del diablo! Sabemos que la salvación nos nos costó nada, pero sí tuvo un precio, la sangre de Jesús, quien la compró y nos la dio.
¿Otro regalo de Dios? ¡La vida! Si fuiste engendrado antes o fuera del matrimonio, no importa, lo importante es que el Señor tiene un plan para ti. Él metió Su mano en el vientre de tu madre y te formó. Somos piezas únicas, lo sabemos, pero nos cuesta aceptar nuestra identidad, ya que andamos comparándonos con otros. ¡Ninguno de los seres humanos se repite! Nuestra huella digital es única, por lo que es imposible de falsificar, tal como los copos de nieve y las hojas de los árboles. Es como la pintura abstracta que tanto me gusta porque ninguna obra se puede repetir. Por lo tanto, debemos sentirnos cómodos con nuestra identidad y configuración. Cuando comprendemos esto, comienza a desaparecer la envidia porque descubrimos que tenemos un valor único e incalculable.
Entonces, si sabemos que la vida es un regalo de Dios, también debemos comprender que la buena vida es un premio. La inteligencia es un regalo de Dios, pero la medalla a la excelencia académica es un premio; los hijos son un regalo, pero los buenos hijos son un premio, resultado de la dedicación y amor de los padres. Pablo nos dice que si ya tenemos los regalos, debemos movernos a los premios para vivir con excelencia. Dios tiene premios para nosotros, ¡esforcémonos para ganarlos!
Recordemos que para ser exitosos debemos ser disciplinados. Algo hay que sacrificar para ganar. Mi catedrático de economía, el primer día de clases decía: “Me gradué con honores; la diferencia entre mis amigos y yo fue que no vi televisión durante los años que estudié.” Si te cuesta un poco el estudio, ¡deja de ver televisión y ponte a estudiar! Michael Phelps no se atuvo a su ventaja física, ya que medía más que otros competidores, él obtuvo veintitrés medallas de oro porque aprendió a desarrollar sus talentos y solo dejaba de entrenar dos días al año. Es importante descubrir de qué debes abstenerte para hacer mejor aquello a lo que te dedicas.
Hay que someternos a disciplina para lograr un objetivo. ¿Cómo te explicas que otras personas que no conocen al Señor hacen mejor las cosas que nosotros? A veces, parece que los cristianos esperamos que Dios haga todo, pero debemos desarrollar ese potencial que Él nos dio, esforzarnos y dejar esa actitud de esperar que todo nos caiga del cielo. Claro que Dios nos bendice, pero hay que tener la disposición correcta para ganarse las bendiciones. ¡Cree en tu potencial! Si crees en Dios, no puedes decir que no crees en ti porque eres Su creación. Si no tenemos fe en la creación de Dios, es decir, en nosotros, pues no tenemos fe en el Creador. Por lo tanto, no te restes valor, di con seguridad: “Soy creación de Dios, así que soy capaz de grandes proezas, porque mi Creador no se equivoca. Soy una máquina perfecta, voy a lograrlo.” Asegurarlo no es altivez, sino el reconocimiento a tu Creador, porque Él solo hace obras excelentes. No debemos menospreciarnos, porque todos tenemos una asignación especial[2].
A veces, logran proezas aquellos que menos imaginamos, porque tenemos ideas preconcebidas del desarrollo de una destreza. Hace poco, vi a un joven de más o menos 1.60 metros de estatura encestar canastas mucho mejor que el gran jugador Shaquille O’neal. ¿Cómo lo hizo? Pues entrenó y no dejó que su estatura definiera sus sueños. En Guatemala decimos mucho: “Y vos qué te crees.” Esta es una frase de menosprecio que debemos erradicar de nuestro vocabulario. Si aceptas el menosprecio, no culpes a nadie de tu fracaso; si no eres capaz de apreciarte, ¿por qué otro lo harán? Cuando decimos: “No me valoran”, debemos analizar si es por lo que reflejamos. Todos somos valiosos, todos tenemos dones y talentos que desarrollar y aprovechar. En la comitiva de deportistas que representan a un país, todos son valiosos, tanto los nadadores como los corredores y los que practican deportes menos populares como el esgrima. En la vida, cada persona tiene una función y propósito, así que no debe menospreciarse por nada del mundo.
Además, todos nos necesitamos. No debemos hacer de menos a nadie porque nos ayudamos, como los órganos del cuerpo humano. A veces dicen que las iglesias no son necesarias, que nada arreglan en la sociedad, pero en mucho contribuimos al llevar la Palabra y bendición de Dios, además de compartir valores que impactan positivamente en la vida. La sociedad también es un cuerpo articulado y funcional, como la Iglesia. Dios es Señor de balance y justicia, por eso dice que si uno se duele, todos debería dolerse, y si alguno es reconocido, todos deberían sentirse honrados. ¡Promovamos la unidad, no la fragmentación de nuestra sociedad! Establezcamos vínculos de unidad, no de separación, porque ser fieles y solidarios nos hace más fuertes.
Cada uno tiene una asignación específica, como cada órgano en el cuerpo humano. Nunca he visto a una persona que admire los riñones o pulmones de una súper modelo. ¡Lo que admiran es lo que ven: sus ojos, sonrisa y figura! Sin embargo, todos los órganos internos de la modelo son importantes, por lo tanto, en un cuerpo, cada órgano es valioso y cumple su función. De hecho, Dios seguramente dijo que a los órganos internos les daría mucha importancia porque no serían admirados en el exterior, por eso se llaman órganos vitales, si alguno te falla, ¡mueres sin importar el color de tus ojos o tu cabello! Lo mismo sucede en la Iglesia y en la sociedad. No todos son apóstoles, profetas o maestros, pero todos somos necesarios; los voluntarios, los servidores, todos son vitales para que la Iglesia funcione y comparta bendición. ¿Has dado gracias a quienes cuidan de tus hijos en la Iglesia, a quienes te dan la bienvenida, a la gente de parqueos? Para desarrollar un espíritu de campeón, nunca menosprecies tus talentos y los talentos de los demás.
Agradezcamos nuestras virtudes y las virtudes de los demás. Amémonos como miembros del cuerpo de Cristo; valoremos el esfuerzo de todos porque somos importantes, somos campeones. Gracias, Padre por nuestra configuración especial e irrepetible, ¡Porque nos creaste para ganar la carrera de la vida!
[1] 1 Corintios 9:24-26: ¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible. Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire.
[2] 1 Corintios 12:14-28: Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios; y a aquellos del cuerpo que nos parecen menos dignos, a éstos vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro. Porque los que en nosotros son más decorosos, no tienen necesidad; pero Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas.
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