15 de agosto de 2019
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Debemos aprender que la profecía número uno la encontramos en la Palabra de Dios. Si queremos que el Señor nos hable, lo único que hay que hacer es abrir nuestra Biblia.
Hay una historia en donde Jesús se presentó ante una multitud y todos lo recibieron con mucha alegría.[1] Siempre que Él está cerca de nosotros va a provocar gozo, así que procuremos estar cerca de Él. Justo cuando se disponía a hacer un milagro en la vida de Jairo, apareció una mujer creyendo también por uno. En ese momento Jesús decide responderle primero a la mujer.[2]¿Qué harías tú, si al momento que Dios va a hacer un milagro a tu favor aparece alguien más? Debemos tener bastante humildad para cederle nuestro lugar a otra persona, cuando hay tanto en juego.
Ambas historias se traslapan y en la Biblia no hay nada que suceda por casualidad. La vida de ambas personas estaba íntimamente ligada, llevaban un significado dentro de ellas. La mujer enferma de flujo de sangre representa a toda persona que pudo haber sido herida en el pasado. Y la hija de Jairo, representa a la generación que necesita ser despertada. Ambas generaciones necesitan un toque de Dios, para sanar y para despertarse.
Cuando Jesús resucita a la hija de Jairo no dejo entrar a nadie a la casa. Solo entro Pedro, Jacobo y Juan.[3] A veces lo único que necesitamos es comunicarnos con las personas que hablan nuestro mismo idioma de fe, y no los que hablan incredulidad. No pretendamos que la gente nos entienda, porque los que caminan no entienden a los que vuelan.
La primera instrucción luego de hacer el milagro fue que le dieran de comer. Dios estaba haciendo lo imposible, que era resucitarla, pero quería hacer partícipes del milagro a los padres de esta niña. Dios quiere que los milagros que el provoca nosotros los mantengamos vivos. Un esfuerzo en conjunto entre el Padre y sus hijos.
En el diario vivir nos vamos a ver en la encrucijada de cuál voz creer, si la que me esta diciendo que lo malo va a pasar o la de mi Padre que me recuerda sus promesas. Nosotros decidimos cual de las dos voces va a dirigir nuestra vida. Creamos en lo que dice su Palabra, Él no nos va a fallar, confiemos en Él. No dejemos que ninguna circunstancia adversa ate las alas que Dios nos dio para volar.
[1] Lucas 8:40: Cuando volvió Jesús, le recibió la multitud con gozo; porque todos le esperaban.
[2] Lucas 8:41-48: Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Y mientras iba, la multitud le oprimía. Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz.
[3] Lucas 49-56: Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva. Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña. Y lloraban todos y hacían lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate. Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer. Y sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.
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