02 de mayo de 2021
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Los discípulos de Jesús sabían que el mayor en el reino de Dios era Él, pero también querían saber de qué forma ellos también podían ser grandes. La respuesta de Cristo fue simple: a través del servicio, como quien se ofrece para recibir a un niño pequeño.[1]
Cuando nos preguntan si queremos destacar o que nuestros emprendimientos lleguen a ser grandes y exitosos, siempre respondemos con un obvio “sí”. Y, por supuesto, todos queremos destacar, tener los primeros lugares en logros académicos o en deportes. La búsqueda de grandeza es parte de nuestra naturaleza humana, sin embargo, lo que hizo Jesús fue ayudarnos a redefinir ese concepto.
Como iglesia y como personas deseamos que todo lo que emprendamos sea grande, pero Cristo nos enseña que la grandeza está en servir con un corazón humilde. Por eso se vale ser grande si nuestro emprendimiento —ya sea un negocio, un mentorazgo o un libro— llega a bendecir a alguien más. En nosotros, como cristianos, nuestra grandeza está en nuestro servicio.
Al servir deberíamos saber que no seremos igualmente reconocidos por las personas como por Dios. El mismo Jesús no fue reconocido muchas veces cuando obró bien,[2] pero Él sabía que el reconocimiento humano no se compara con el reconocimiento divino que nuestro Padre nos promete a quienes prestamos nuestro servicio de corazón. Él no ve con ojos humanos, sino con ojos del Reino. Quizá haya familiares que no saben por qué te levantas de madrugada los domingos a abrir las puertas del templo, pero te aseguro que nuestro Padre sí lo sabe y sabrá recompensarte como mereces.
Jesús también redefinió gratitud. Cuando curó a tres leprosos, solo uno de ellos regresó a dar las gracias.[3] Esta Escritura nos demuestra que no siempre obtendremos agradecimiento terrenal por nuestras buenas acciones y me hace recordar que hace algunos años me sentía muy frustrado en mi actitud de servicio. Sentía que las personas no eran lo suficientemente agradecidas. Entonces, cuando le planteé este sentimiento a mis papás, ellos me enseñaron que cuando servimos no lo debemos hacer por la gratitud de las personas, sino por la gratitud que viene de los cielos, que es más grande que cualquier recompensa humana.
Debemos redefinir el concepto de servicio porque si queremos servir en el reino de Dios es necesario comprender que muchas veces no seremos reconocidos por las personas, pero que las recompensas que vienen de Él siempre serán mayores. Cuando sembramos algo que otros cosechan, es nuestro Padre quien nos honra como merecemos.[4]
¡Súmate al reino! Servir es como atender a un niño[5] y la iglesia solo se puede construir con corazones ofertantes. Por eso aprendamos del carácter de Cristo y el de Su servicio. Él nunca dejará de servirte con humildad y con las manos abiertas porque Su corazón está lleno de amor al prójimo.
[1] Marcos 9:33-37 (NTV): Después de llegar a Capernaúm e instalarse en una casa, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué venían conversando en el camino?». Pero no le contestaron porque venían discutiendo sobre quién de ellos era el más importante. Jesús se sentó y llamó a los doce discípulos y dijo: «Quien quiera ser el primero debe tomar el último lugar y ser el sirviente de todos los demás». Entonces puso a un niño pequeño en medio de ellos. Y, tomándolo en sus brazos, les dijo: «Todo el que recibe de mi parte a un niño pequeño como este me recibe a mí, y todo el que me recibe, no solo me recibe a mí, sino también a mi Padre, quien me envió».
[2] Mateo 13:53-58: Aconteció que cuando terminó Jesús estas parábolas, se fue de allí. Y venido a su tierra, les enseñaba en la sinagoga de ellos, de tal manera que se maravillaban, y decían: ¿De dónde tiene éste esta sabiduría y estos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas? ¿No están todas sus hermanas con nosotros? ¿De dónde, pues, tiene éste todas estas cosas? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo: No hay profeta sin honra, sino en su propia tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos.
[3] Lucas 17:11-19: Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado.
[4] Juan 12:23-26: Jesús les respondió diciendo: Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.
[5] Marcos 19:13-19 (NTV): Cierto día, algunos padres llevaron a sus niños a Jesús para que pusiera sus manos sobre ellos y orara por ellos. Pero los discípulos regañaron a los padres por molestar a Jesús. Pero Jesús les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí. ¡No los detengan! Pues el reino del cielo pertenece a los que son como estos niños». 15 Entonces les puso las manos sobre la cabeza y los bendijo antes de irse.
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