21 de abril de 2014
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En muchas ocasiones, Jesús dijo claramente que Él era el Hijo de Dios y lo hizo con la afirmación: “Yo soy”, lo que tiene una connotación diferente a la que conocemos, ya que decir esas dos palabras, literalmente era decir: “Soy Jehová, soy Yavé”. Por ejemplo, lo dijo dos veces cuando lo buscaron para apresarlo. Así fue como se identificó frente a sus captores. Entonces, dice la Palabra que unos retrocedieron y que otros cayeron a tierra porque la presencia de Dios descendió.
En el Antiguo Testamento también vemos que Dios se nombra a sí mismo de esta forma. En la Biblia se menciona más de seis mil veces. Por ejemplo, cuando se le presentó a Moisés y le encomendó la misión de regresar a Egipto a liberar al pueblo judío. Dios lo llamó en medio de un desierto, como tal vez nos ha sucedido, cuando Él nos busca en medio de una dificultad muy grande. Quizá no vemos la zarza ardiente, pero se pronuncia y nos llama. Es ese momento, con Moisés, vemos que dijo: “Yo soy”. De nuevo se da ese nombre, no es que dijera: “Aquí estoy”, sino que de forma contundente asegura que es Dios, cuyo nombre en hebreo, Yavé, deriva de una palabra griega que significa una acción concreta, la de ser, existir. Esto se traduce como: “Él, quien será, es y fue”. Con este poderoso significado es que los judíos comprendían ese: “Yo soy” que Jesús dijo tantas veces. Para un conocedor de la ley era impactante que se nombrara a sí mismo como se nombraba a Dios, presencia divina y activa que habla de lo pasado, presente y futuro. Él es en quien creemos, el Mesías, el Señor de ahora y de siempre, presente en nuestra vida, quien venció a la muerte.
Como cristianos nacidos de nuevo, sabemos que nuestro Padre tiene reservadas cosas maravillosas para nosotros, pero es necesario que apreciemos esta revelación en su justa dimensión, de lo contrario seríamos como aquellos que tienen una súper computadora, pero no la conocen bien y solo la utilizan para hacer pequeñas tareas como escribir cartas sencillas. Aceptar que somos salvos es darle la bienvenida a Jesús como nuestro Señor, Dios vivo y poderoso que nos abre las puertas para ver maravillas. Él dijo que podríamos hacer cosas mayores en Su nombre. Así que atrévete a demostrar que crees en Su promesa. Pide por tu milagro, por esa respuesta sobrenatural que tanto anhelas. No desperdicies el poder que nuestro Padre nos ha dado, pide en el poderoso nombre de Jesús, quien ha sido, es y será eternamente.
Antes de que Jesús nos diera libre acceso al trono de Dios, era necesario un intermediario, un sacerdote que debía presentar sacrificio santo y corría el riesgo de morir en el intento, pero nuestro Salvador nos dio un hermoso regalo y podemos acercarnos confiados al Padre, adorarlo y pedirle cuanto necesitamos. ¡Tenemos comunicación directa con Dios! Los discípulos tenían poder para echar fuera demonios y hacer prodigios porque “Yo soy” les dio esa potestad. Ahora nosotros la tenemos. ¡Aprovechémosla! Su promesa está viva y vigente.
Jesús fue muy claro para recordarnos que Él, es decir, Dios Hijo, junto al Padre y al Espíritu Santo, es Jehová vivo, Señor de vivos, no de muertos, porque venció todo límite humano, resucitó, lo cual le da potestad por sobre toda cosa creada en todo tiempo y dimensión. ¿No es suficiente para sentirnos agradecidos y confiados? Estamos vivos en el nombre del Señor, ¡resucita y aprovecha el privilegio de ser hijo del Dios vivo! Ejerce tu autoridad y tendrás poder para hacer huir a la enfermedad, al fracaso y a la pobreza. El diablo no tendrá influencia sobre ti, saldrá corriendo porque le teme al nombre de Dios. Fue derrotado por “Yo soy”, ya que Jesús, el pan de vida, el camino y la verdad, enfrentó la muerte, salió vencedor y nos hace partícipes de Su victoria. Proclama con fuerza: “Soy salvo, libre de pecado y tengo vida en abundancia, aunque muera, viviré”.
Hoy es el día para arrepentirnos, recibir perdón y autoridad, al morir al pecado y resucitar a la nueva vida en Cristo. Aceptarlo también es un compromiso para vivir en fe, hacer a un lado los impulsos de nuestra carne, luchar frente a la tentación y glorificar el nombre del Señor al obrar según el Espíritu, quien nos guía.
Antes de aceptar a Jesús estábamos muertos, pero hemos resucitado a una nueva existencia, plena y sin temor. Somos hijos, no siervos, somos coherederos con Cristo, quien nos regaló la vida eterna y también la posibilidad de disfrutar una buena vida en la tierra ¿El milagro que necesitas se compara a resucitar a un muerto? Porque Dios ya lo hizo y puede resucitar tus sueños y toda bendición que creas inalcanzable. Nuestros problemas y enfermedades se ven grandes, nuestra necesidad parece imposible de satisfacer, pero creemos en el Dios vivo, capaz de toda buena obra. Acércate a Él, dile: “Papito ayúdame, en el nombre de mi hermano Jesús, en el nombre de Tu Hijo amado, yo necesito que me ayudes”. Para recibir debes pedir y hacerlo correctamente, en el nombre de Jesús todopoderoso, Dios vivo.
Hónralo por Su sacrifico, por ser el Cordero perfecto, inmolado por nuestra salvación. Declara: “En Tu nombre haré y veré milagros, porque soy heredero de la gracia. Sé que el milagro que espero será hecho hoy, no hay enfermedad o necesidad que no puedas suplir, estás vivo, reinas y habitas en la presencia del Padre, ¡gracias!”.
Versículos de Referencia:
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