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Después de la tormenta

Después de la tormenta

02 de junio de 2019

Tiempo de lectura: 5 minutos

Cuando hay un huracán los noticieros cubren los desastres que ocasionó: las inundaciones, la destrucción de inmuebles y las pérdidas monetarias, pero nunca mencionan sus múltiples beneficios. Por ejemplo, que nutren a las tierras desesperadas por agua y acaban con las sequías, que equilibran la temperatura entre los polos y el ecuador o que provocan que las esporas y semillas se muevan tierra adentro, logrando que la vida silvestre florezca. Los beneficios se ven solo después de la tormenta.

En el libro de Hechos leemos que cuando Pablo fue enviado a Italia hubo una parte del recorrido donde se embarcó en un lugar llamado Buenos Puertos, en Creta. Antes de zarpar, advirtió a los marineros del peligro de navegar porque era invierno, pero nadie le hizo caso,[1] así que partieron y poco después los sorprendió la tormenta[2] en la que perdieron la esperanza de salvarse.[3] Tomaron una decisión basándose en un día tranquilo, sin considerar la estación, y por eso casi mueren.

Luego les dijo que mejor hubiera sido que lo escucharan,[4] pero como el hubiera no sirve de nada excepto para recordar un mal pasado, pronto dejó de reprocharles y más bien procuró reanimarlos, asegurándoles que un ángel le había dicho que todos llegarían con bien a Roma para comparecer ante el César.[5] Él sabía que no podían morir porque el Señor había declarado que todos llegarían a puerto seguro cuando pasara la tormenta.

Es cierto que cualquiera perdería la esperanza de sobrevivir al quedarse sin sentido de orientación, sin brújula y sin saber qué hacer o qué dirección tomar, pero tampoco logras nada con reclamarle a otros o lamentarte, así que enfócate en las soluciones. Aunque no siempre se salvará todo, una buena actitud podría salvar lo más importante. Seguramente la embarcación donde viajaba Pablo se iba a dañar, pero al menos llegarían con vida.

Además, muchas veces la mejor forma de actuar es dando el ejemplo. El apóstol dio gracias a Dios en medio de la tormenta y con buen ánimo comenzó a comer,[6] y los demás no tardaron en imitarlo.[7] Se dieron cuenta de que el desánimo no ayuda a recuperar nada y más bien podría destruir lo que queda.

Podemos meditar y aceptar nuestros errores del pasado, pero debemos cuidarnos de no condenarnos ni condenar a nadie porque tempestades siempre habrá y vemos que ni siquiera cesaron ante el hijo de Dios. De hecho, en el Nuevo Testamento leemos que hubo una gran tormenta mientras Jesús dormía al fondo de una barca que tripulaban sus discípulos. Ellos con mucho temor lo despertaron y Él con una orden apaciguó la tormenta; pero nota que no le hicieron ver que había una tormenta, sino más bien le reclamaron que no tuviera cuidado de ellos y que por eso se iban a hundir.[8] Ahora bien, ¿crees que es lo mismo pedirle ayuda a Jesús que reclamarle para que reaccione ante nuestros problemas? A veces le reclamamos al Señor cuando estamos atormentados y en lugar de ver a un Salvador vemos a un fantasma, o en vez de ver una solución vemos una catástrofe.

Además, nota que, en medio de esa gran tormenta, Jesús dormía profundamente. ¿Esto no te dice algo? A veces lo mejor que podemos hacer cuando estamos en medio de muchos problemas es tomar un descanso. ¿Qué es lo peor que podría pasar? Lo mejor es acostarse y recordar que en Él podemos confiar,[9] así que pídele a Dios la tranquilidad que necesitas en medio de la tormenta. Nunca estará de más una buena siesta confiando en que Él nos dará paz.


[1] Hechos 27:7-12: Navegando muchos días despacio, y llegando a duras penas frente a Gnido, porque nos impedía el viento, navegamos a sotavento de Creta, frente a Salmón. Y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar que llaman Buenos Puertos, cerca del cual estaba la ciudad de Lasea. Y habiendo pasado mucho tiempo, y siendo ya peligrosa la navegación, por haber pasado ya el ayuno, Pablo les amonestaba, diciéndoles: Varones, veo que la navegación va a ser con perjuicio y mucha pérdida, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras personas. Pero el centurión daba más crédito al piloto y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía. Y siendo incómodo el puerto para invernar, la mayoría acordó zarpar también de allí, por si pudiesen arribar a Fenice, puerto de Creta que mira al nordeste y sudeste, e invernar allí.
[2] Hechos 27:13-14: Y soplando una brisa del sur, pareciéndoles que ya tenían lo que deseaban, levaron anclas e iban costeando Creta. Pero no mucho después dio contra la nave un viento huracanado llamado Euroclidón.
[3] Hechos 27:15-20: Y siendo arrebatada la nave, y no pudiendo poner proa al viento, nos abandonamos a él y nos dejamos llevar. Y habiendo corrido a sotavento de una pequeña isla llamada Clauda, con dificultad pudimos recoger el esquife. Y una vez subido a bordo, usaron de refuerzos para ceñir la nave; y teniendo temor de dar en la Sirte, arriaron las velas y quedaron a la deriva. Pero siendo combatidos por una furiosa tempestad, al siguiente día empezaron a alijar, y al tercer día con nuestras propias manos arrojamos los aparejos de la nave. Y no apareciendo ni sol ni estrellas por muchos días, y acosados por una tempestad no pequeña, ya habíamos perdido toda esperanza de salvarnos.
[4] Hechos 27:21: Entonces Pablo, como hacía ya mucho que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo: Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida.
[5] Hechos 27:22-24: Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo.
[6] Hechos 27:33-35: Cuando comenzó a amanecer, Pablo exhortaba a todos que comiesen, diciendo: Este es el decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin comer nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra salud; pues ni aun un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros perecerá. Y habiendo dicho esto, tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo, comenzó a comer.
[7] Hechos 27:36-38:  Entonces todos, teniendo ya mejor ánimo, comieron también. Y éramos todas las personas en la nave doscientas setenta y seis. Y ya satisfechos, aligeraron la nave, echando el trigo al mar.
[8] Marcos 4:35-41: Aquel día, cuando llegó la noche, les dijo: Pasemos al otro lado. Y despidiendo a la multitud, le tomaron como estaba, en la barca; y había también con él otras barcas. Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?
[9] Salmos 4:8: En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo tú, Jehová, me haces vivir confiado.

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