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El Reino del Padre

23 de diciembre de 2006

Tiempo de lectura: 11 minutos

 

 

Hace poco tiempo, les contaba que había vivido un proceso difícil donde comencé a tener ciertas situaciones adversas en mi vida, en mi casa, en el trabajo, se me descompuso un carro; empezaron a pasar varias cosas y me preguntaba por qué. Hasta me fui a cortar el pelo y me lo dejaron mal. Pero al final de todo el proceso, encontré algo.

Lo último que me ocurrió fue que mi hijo se enfermó, el día del entierro de mi tío. El jueves comenzó con fiebre y para el sábado, la casa estaba llena de llanto, pasamos casi toda la noche llorando. Llamamos al médico, le dimos gotas para el cólico, una crema, hasta maicena le echamos en la piel, pues la tenía muy roja; ya no sabíamos qué más hacer. El médico nos indicó que si la fiebre subía mucho, había que ponerle un supositorio, pero ya no hubo necesidad. Era una situación difícil. El domingo a medio día lo estábamos internando en el hospital, porque se complicó. Un bebé de nueve meses no puede decir qué tiene, era una alergia a algo. Esto fue un fin de semana antes del congreso, las cosas se complicaron.

Llega un momento en nuestra vida en donde se vuelve muy tensa, tenemos presión a nivel familiar, de trabajo, enfermedad, y estar bajo eso no es fácil, porque en ese momento, surge la necesidad de querer sacar tanta presión. Pero hice algo, puse una pausa en mi vida, doblé las rodillas y tenía que encontrar en mí y en Dios la salida a todo esto. Yo le dije al Señor: “Estoy decidido a sacar lo mejor de mí después de este proceso, porque no quiero volver a pasar por este examen, es muy duro. Tengo que aprobar ahora”. Pero también le dije: “Espero ser aprobado en esto y necesito que me ayudes a dar un paso efectivo en este proceso que estoy viviendo, ayúdame”.

El doctor de mi hijo me confrontó en una ocasión, y me dijo: “Mira, Hugo, es el momento de creer en lo que predicamos, sino de balde lo hacemos”. Me dejó frío. Entonces, uno tiene sobreponerse en ese momento, pero por dentro sentimos que nos deshacemos. Dentro de todo ese proceso, uno sabe que debe descubrir muchas cosas adentro. Una de las cosas importantes es saber dominarse y no dejarse llevar en ese momento. Y esto es clave, porque de lo contrario, podemos impedir que Dios haga su parte en ese proceso. El sábado en la noche me puse a orar, a reprender, y el domingo en la madrugada me llamó el doctor y me dijo: “Estuve orando por tu hijo; necesito verlo a las 9:00 a.m.”. Pero fue Dios el que despertó al doctor de madrugada para orar por mi hijo. Creo que había muchas cosas espirituales en este proceso y eso es lo que debemos descubrir en medio de un proceso como éste.

Había que descubrir todos los propósitos, todo lo que Dios quería hacer y todo lo que había que conquistar para que este proceso cambiara. Nosotros vivimos bajo un Reino y ahí hay mandamientos, principios, leyes, así como hay ley de gravedad, así también hay otras leyes que funcionan de la misma forma. Vamos a ir descubriendo cómo ese reino funciona porque de acuerdo a cuán efectivo seas tú en el reino de Dios, así va a avanzar en él y va a descubrir cómo funciona, cuál es su propósito, qué cosas debe cuidar que no le pasen y qué cosas que sí, porque esas cosas se heredan. A cuán efectivo yo sea, así van a ser mis hijos.

Todo se juntó. El domingo en la madrugada mi bebé se despertó dos veces, así que seguí desvelado todo este tiempo, pero llega un momento que eso ya sólo es parte de avanzar. No estoy diciendo que te vuelvas un aguantador de las cosas, porque eso no sirve de nada. Aquí venimos a aprender a avanzar y a ser efectivos, a saber tomar el control de las situaciones que se nos presentan en la vida. Una de las cosas que te quiero decir hoy es lo siguiente: Hace muchos años, yo pensé haber encontrado una paternidad correcta, yo venía de un hogar muy difícil, con un papá muy duro. Dios me sanó, me liberó y creo haber avanzado en eso y pensé que porque cuando lo cuento no lloro, estoy tranquilo y lo testifico, ya estaba muy bien en eso, pero llegué a descubrir que había algo que no había podido superar.

Cuando Jesús vino, tuvo que hacer algo con sus discípulos. A éstos les habían enseñado a creer en Dios, que tenía leyes, mandamientos y que tenían que cumplirlos. Pero viene Jesús y les dice que tienen a su Dios, el que sana, que bendice, que prospera, pero que les mostrará algo diferente dentro del Reino. Y es que el Reino no sólo es de Dios, sino del Padre. Para los discípulos ha de haber sido difícil, ellos estaban acostumbrados a creer en un Dios, pero no en un padre. Vino Jesús y les comenzó a mostrar varias cosas.

Mateo 4:22

Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron. Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.

Eso era lo que Jesús hizo, empezó a mostrar el Reino, la gente estaba muy contenta. Los discípulos dijeron: “Sí hay que seguir a este hombre, él tiene algo extraordinario”. Dejaron todo y decidieron seguirlo, pero empezaron a oír de Jesús ciertas cosas como éstas:

5:21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que e enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.

Aquí estaba Jesús cambiando. Antes era de una forma y ahora de otra.

5:31 También fue dicho: cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio. Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.

¿Qué está haciendo Jesús con esta parte? Está diciendo que antes era de una forma y ahora de otra. Que Él venía a decir la nueva forma de cumplir esa Palabra. Para los discípulos era difícil, pero lo empezaron a seguir y obedecer.

5:17 No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.

Había algo que Jesús tenía que trabajar en la vida y en el corazón de sus discípulos, porque era algo muy importante para que ellos por fin pudieran descubrir el poder que Dios tenía. Ellos estaban dispuestos a obedecer, pero Él se iba a encargar de cambiar esa percepción en ellos. Para poder hacerlo, tenía que trabajar en sus corazones. Un día vino uno de sus discípulos y le dijo: “Señor, enséñame a orar”.

5:6  Mas tú cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público.

Si hoy sales de este lugar sabiendo que tienes un padre que recompensa, y sales buscando eso, te va a ir bien.

7 Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis.

¿Eres tú una persona que suele exponer sus necesidades al Padre que sabe expresarse delante de Él? He conocido personas que sí las expresan, pero creo que ni el Padre las entiende, porque lloran tanto que no se logra comprender lo que quieren. Porque pareciera que con ese llanto, ese hijo cree que el Padre no se lo va a dar. ¿Sabes quiénes son las personas que lloran tanto para pedir algo? Aquellas que siempre tuvieron que dar lástima a alguien para obtener algo. Y la lástima no mueve a Dios. Lo que mueve el corazón del Padre es la confianza y eso se percibe en la forma que le pedimos. Un papá sabe cuando el hijo confía en él y lo percibe; pero si hay un hijo que siempre quiere dar lástima a su padre, no logra nada. Y eso es lo que les pasa a muchas personas. En alguna ocasión, estuve en una iglesia e intenté orar para que recibieran el Espíritu Santo y casi no pude o pude muy poco, porque cuando les dije que iba a orar por ellos para recibir la unción del Espíritu Santo, se pusieron a llorar casi todos. Era un llanto muy raro.

9 Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

¿A quién debemos pedirle el Reino? ¿A Dios o al Padre? Lo más importante en esto no es que llegues y te comuniques con Él como que fuera un Dios lejano, cuando Él se manifiesta a ti como Padre. ¿De quién es el reino? Es del Padre y ese padre es suyo. Entonces el reino que tú debes pedir que venga es el reino de tu Padre. A veces oramos y lo hacemos mal. A veces decimos: “Señor”, y está bien, porque lo es, pero aquí Jesús dice que le digamos “Padre”. Como en la historia del hijo prodigo, el hermano vivía con su padre, pero lo hacía como jornalero. Él no oraba: “Padre que venga tu reino”, sino: “Señor, que venga tu reino”. Cuando nos dirigimos a Él, no lo hacemos correctamente, nuestro corazón no es el correcto. Pero hay algo más que aprendí.

Yo crecí en un hogar donde la figura paterna era muy dura, rígida, todo se arreglaba con golpes o palabras hirientes. La corrección era muy dura, severa, anulante, había indiferencia, era un padre ausente, y así era la percepción que yo tenía. En mi corazón empezó a surgir rebeldía, odio; empecé a negarme a mi padre, a dejar de reconocerlo y no sentía nada de admiración hacia él. Un abrazo de vez en cuando, tal vez para un cumpleaños si bien nos iba. En dos ocasiones, de mi parte, lo tomé del cuello y lo puse morado, por mi rebeldía. Cuando yo vine a Dios, Él vino a sanar mi corazón e hizo volver mi corazón hacia mi papá y el de él hacia mí. Dios restauró esa relación, ahora nos saludamos de beso. Cuando yo conozco a Dios, pensé que todo eso yo lo había superado y, efectivamente, Dios trató con mi papá y conmigo, y tenemos una buena relación.

Yo no culpo a mi papá, porque a él lo criaron de una forma difícil también. Había algo que a mí me impedía tener una relación más estrecha con el Padre del Reino. Mientras yo tuve esta vida con mi papá, nunca hubo un “supérate, lógralo”. Es muy importante que los padres animen a sus hijos, que los apoyen. En sexto primaria, perdí mi primera clase, llegué, me dieron la nota, que era 59 puntos. Me paré en la esquina frente a mi casa a llorar y llorar, y no quería entrar a mi casa. Por fin lo hice, y cuando me vio la cara, me preguntó qué me pasaba. Yo le entregué la nota y me di la vuelta. En esta etapa, no había aspiraciones, metas, una dirección, nada. Nunca hubo un futuro, nunca hicimos deporte juntos y créeme que no tengo nada contra él, pero lo tengo que citar porque si eres papá, te ubicas en esto.

Durante toda esta etapa, dentro de todo este proceso, en mi corazón fue infundido un gran gigante llamado temor; me volví una persona insegura y temerosa. Era una persona muy temerosa del qué dirán, de equivocarme, porque una equivocación con el papá que yo tenía, era algo muy duro.

Yo pensé que esto ya no estaba en mí, pero me di cuenta que quedaban esas huellas. Con mi papá, ya no había nada de rencor, eso se superó, pero esas inseguridades seguían siendo el obstáculo para que yo pudiera llegar al Padre al día de hoy. Había una imagen en medio de todo esto que aún no me dejaba pasar, porque aún había temor, esa falta de motivación, esa necesidad de estar con Él. Yo podía pasar dos o tres semanas sin hablarle, y lo peor que eso me estaba pasando con Dios, con mi Padre. A mí me daba miedo pedirle y eso me pasaba con mi Padre. Pensé que el Padre de los cielos no tenía algo especial para mí y sí lo tiene, y esa imagen me perseguía en mi interior, no me dejaba por fin darme y yo encontrarlo.

A mí me daba un terror el Padre, me daba terror pecar, porque yo en mi imagen paternal se me figuraba un padre que me estaba condenando, maltratando, diciendo: “Eres un torpe, débil, sin carácter, porque no te pudiste levantar”. Aquí había un papá que decía: “Aquí estoy para restaurarte, ayudarte, cambiarte, yo soy el que te va a cambiar”. Entonces, ¿qué pasaba cuando había un tiempo de escasez? Yo no le pedía, veía qué hacía, pedía prestado o venía algo. Lo peor en la vida es encontrarse en el momento en que ya no hay nada más qué hacer, solamente esperar un milagro. Pero el poder provocar ese milagro está en función de la confianza con que tú entres, porque ya no existe una imagen adecuada. Tal vez nunca te hizo daño, pero no le provocó una paternidad más fuerte y hasta el día de hoy, no lo ha encontrado porque ha estado aguantando las circunstancias de la vida y éstas cambian cuando la paternidad nos entra en el corazón y nos posee. Porque dice la Biblia que el perfecto amor echa fuera todo temor. Dice que el amor del Padre nos hace sentir seguros. ¿Cómo descubrí que había temor en mi vida? Porque había cosas que no hacía por temor a fallar, a equivocarme, a que no iba a salir bien. ¿Sabe qué es lo peor? Que no salga bien y tener que enfrentar la cara de ese papá, que no era la cara de Dios, pero para mí era lo mismo. ¿Sabe por qué uno no avanza en el reino de Dios? Porque todavía no conoce a ese Padre. El dueño del reino tiene expectativas, quiere que avances, que le sirvas, bendecir tu casa, quiere prosperarte, te quiere mostrar a los de afuera para que vean como Él tiene a sus hijos. Pero no es problema de Él, sino de nosotros. Ya no nos duele, pero sí tenemos una imagen que no nos deja avanzar y descubrir al Padre que realmente es.

¿Sabe cómo lo descubrí? En medio de todo este proceso, ver a mi hijo con suero, inyectándole esteroides, con su piel llena de manchas rojas, hinchado, durante varios días. Uno no quiere eso para sus hijos y  Él me decía: “yo tampoco. Lo que sientes y aún más, ese dolor es lo que yo siento cuando los veo a uno de ustedes enfermos, pero peor porque pudiéndolos sanar, ustedes no se dejan. Sí quieren, pero no se dejan”. Yo le dije: “Pero, ¿por qué no nos dejamos? ¿Dónde estamos fallando?”. El respondió: “Porque aún les persigue esa imagen que les hace vivir en su subconsciente y pensamiento que esa enfermedad yo te la mandé para que por fin aprendas. Y no te das cuenta que el mismo Dios que pagó, entregó a su Hijo para que seas sano, ahora dices que envió esa enfermedad”. ¿Sabe qué entendí? Que Dios odia la enfermedad, pero llega. El problema es que se queda en aquellas personas que no logran traspasar esa barrera. Hay personas que son frías o indiferentes para con el Padre. No les nace, porque así fueron criados, pero se están perdiendo toda una dimensión de experiencias que cambien su vida. ¿Por qué no pasan más cosas en tu vida del Reino? ¿Qué le impide que pasen los milagros? ¿Qué impide que prospere más, que sea sano? Es una cuestión entre usted y el padre. ¿Qué está impidiendo que haya mejores cosas en tu vida? Un mejor hogar, mejores hijos, que sea una mejor persona.

Tú sabes que tienes un Padre en los cielos que provoca experiencias en tu vida para bien. ¿Hace cuánto que no tienes una experiencia con Él? ¿Hace cuánto que no te haces niño? Es necesario, hay que ser como niño, porque eso también tiene que ver con el Reino. ¿Hace cuánto que el Padre no lo corrige? Quizá hace mucho que no se deja. Porque la corrección no nos gusta, porque aquí fue muy dura, pero acá es de lo mejor que nos puede pasar en la vida. Le hablo de esto porque yo voy a buscar más del Reino, tengo que aprender a vivir más efectivamente. Ya conozco mucho, bastante, pero no me conformo porque sé que todavía hay más y no voy a descansar. Pero lo voy hacer por tres razones: por mí, por mi familia y por todos aquellos a quienes se lo pueda compartir. Porque voy a descubrir las bendiciones del Reino.

Entendí que hay cosas que Dios ha planeado que pasen en mi vida para un día poder hablarlas y poder contar que avancé o que no lo hice. Te voy a decir algo: el día que yo repruebe, también te lo voy a contar; el día que yo no avance, sino retrocedí, también te lo voy a contar para que a ti no te pase. No me da pena, pues me interesa que tú no vivas lo que pasé. Pero también sé que hay cosas que pasan y cuando apruebo, las puedo contar como testimonio. Sé que el Padre ha estado hablando, sí está Jesús, sí está el Espíritu Santo, pero aquí está el Padre y tú necesitas tener un encuentro con Él. Dice Jesús que Él revelará al Padre a quien quiera. Tú has vivido una vida de condenación, de rechazo, sabes que hay personas a tu alrededor que han manifestado que es difícil relacionarse contigo y tú necesitas un padre, el amor de un padre. Aquí hay padres que no tuvieron uno, que no tuvieron un papá, tú necesitas uno y vas a ver cómo tu vida cambia. Quizás lo tuviste, pero no es el que esperabas.

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