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No te acostumbres a Dios

No te acostumbres a Dios

23 de junio de 2019

Tiempo de lectura: 4 minutos

Quiero empezar haciéndote tres preguntas: 1. ¿Qué viene a tu mente cuando ves la Biblia? 2. ¿Qué piensas cuando vas a la iglesia? 3. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con Dios? Al responder estas interrogantes nos podemos dar cuenta de cuán acostumbrados estamos al Señor.

Cuando vemos la Biblia lo primero que debería venir a nuestra mente es que Dios nos habla a través de ella; cuando vamos a la iglesia nuestra expectativa de lo que Él hará debería crecer; y al hablarle tendríamos que apreciar ese momento de comunión e intimidad con nuestro Padre. Nos acostumbramos tanto a algo o alguien que empezamos a menospreciarlo y, como consecuencia, perdemos la expectativa. Esto, llevado al ámbito espiritual, podría convertirse en un problema ya que al perder la expectativa debilitamos nuestra fe.

Dios quiere establecer un vínculo más fuerte con nosotros, pero nos acostumbramos tanto a Él que nos volvemos indiferentes. La gente vio los prodigios de Jesús,[1] pero antes lo había visto con desdén. Luego de tantos años viéndolo en la carpintería con José, las personas llegaron a pensar que simplemente era un carpintero, desconociendo lo que Él era capaz de hacer por ellos.

En nuestra vida muchas veces podría pasar lo mismo: Jesús pasa a convertirse en alguien común para nosotros y de ahí nace nuestra incredulidad. Por eso no nos acostumbremos a Él y mantengamos nuestra expectativa alta de lo que quiere hacer por nosotros.

A veces nuestra circunstancia nos hace perder la expectativa del poder del Señor porque pensamos más en lo que nos falta que en lo que ya tenemos a nuestro alcance. Dios realizó el milagro que necesitaba la viuda que clamó a Eliseo[2] con lo que ella tenía en su casa. A veces esperamos tanto de otros lugares sin damos cuenta de que lo que tenemos es suficiente para construir un nuevo futuro. Nuestra “nada” es la oportunidad para que Dios se manifieste.
Moisés utilizo lo único que tenía en sus manos para liberar al pueblo de Israel.[3] ¿Por qué no utilizar entonces lo que Dios ya puso en nuestras manos? No debemos esperar a que cambien las circunstancias para actuar.

Un niño de 14 años empezó tomando videos en su iglesia con su teléfono celular. Una empresa vio un material grabado por él y lo contrató. Tiempo después dejó de filmar con su teléfono y ahora lo hace con un dron. Actualmente gana $1,000 al mes dedicándose a eso y ni siquiera ha terminado el colegio. El niño no esperó a tener un gran equipo de grabación para grabar su primer video y actuó con lo que ya tenia en sus manos. ¿Qué tienes tú en tus manos? Pues bien: eso es lo que Dios necesita para hacer un gran milagro.

Tu “nada” no es un absoluto para Dios, sino el comienzo para un todo Él quiere darte. Quitemos de nuestro lenguaje, y sobre todo de nuestra mente, la palabra “inalcanzable”. Si en este momento no puedes hacer algo, encuentra la forma y no olvides que nuestro Padre es un Dios de imposibles cuando le crees. Así que no te acostumbres a Él y usa lo que tienes en tus manos. ¡Cada día es una oportunidad para empezar a actuar!


[1] Marcos 6:1-6: Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos. Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.

[2] 2 Reyes 4:1-7: Una mujer, de las mujeres de los hijos de los profetas, clamó a Eliseo, diciendo: Tu siervo mi marido ha muerto; y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová; y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos. Y Eliseo le dijo: ¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa. Y ella dijo: Tu sierva ninguna cosa tiene en casa, sino una vasija de aceite. Él le dijo: Ve y pide para ti vasijas prestadas de todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas. Entra luego, y enciérrate tú y tus hijos; y echa en todas las vasijas, y cuando una esté llena, ponla aparte.  Y se fue la mujer, y cerró la puerta encerrándose ella y sus hijos; y ellos le traían las vasijas, y ella echaba del aceite. Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite. Vino ella luego, y lo contó al varón de Dios, el cual dijo: Ve y vende el aceite, y paga a tus acreedores; y tú y tus hijos vivid de lo que quede.

[3] Éxodo 14:15-16: Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco.

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