Las heridas que Jesús sufrió son una señal que emana perfecta sanidad para todo ser humano; la sanidad del evangelio es un regalo de Dios que vino para todos los que creen en Su nombre. Asà como nuestras cicatrices evocan recuerdos, la herida del costado de Jesús trae sanidad como parte de la vida abundante que Dios nos otorgó con la muerte de Cristo y Su resurrección.
Entonces, está la herida que recuerda un percance y la herida que produjo una sanidad; ambas produjeron dolor, pero una fue precisamente para salvarte por completo. Las heridas de sus manos y su cuerpo trajeron salvación, pero la herida de su costado, de donde brotó su sangre, trajo sanidad para todo enfermo. ¡Por su herida fuimos curados! Su promesa sigue viva para los que creen en Él.
Asà como las heridas del cuerpo hablan, las heridas de Jesús tienen mucho que decir y la voz interna de cada uno que necesita un milagro de sanidad divina tiene que alinearse con la fe en Jesús para ser sanado. Una mujer que se decÃa a sà misma: «Si toco el borde de su manto, seré sana», y esa era la voz que la conectaba con su milagro.[1]
Alimenta tu fe para saber a dónde acudir y cómo proceder en el caso de una tormentosa enfermedad. Prepárate porque los pensamientos podrÃan desencadenar una emocionalidad desbordada. Procura que tu voz interna dominante se sujete a la fe en Jesús.
En el caso del padre de la niña enferma, a donde Jesús se dirigÃa, finalmente se agrava y muere, pero llega Jesús para resucitarla.[2] Aprendemos que no existe una enfermedad tan grave como para que te ahoguen las circunstancias; fortalece tu fe con la voz interna porque será determinante para ese milagro. El deseo de Dios es que tu vida se prolongue y continúes viviendo con salud.
En el caso del hombre paralÃtico del estanque de Betesda, Jesús le pregunta si quiere ser sanado y él se enfoca en explicaciones que no le han pedido, porque veÃa desde su estado de enfermo por 28 años.[3] Que la enfermedad no moldee tu manera de reaccionar con frustración. Nunca permitas que tus pensamientos se acomoden al estilo de vida que la enfermedad está construyendo en ti.
La enfermedad puede acondicionar la mentalidad del paciente, pero Jesús pregunta si quieres ser sano y la respuesta debe ser: sà quiero ser sano. El problema de la enfermedad es que causa otro daño: nos conduce a vivir en un pensamiento negativo.
Jesús no preguntó: «¿Tienes quién te ayude a entrar de primero al estanque para ser sano?». Asà que su siguiente paso fue darle la orden de levantarse e irse de ese lugar. Su palabra fue superior a las explicaciones del enfermo y le mandó que se llevara su camilla. Mucha gente lo iba a ver caminando; lo reconocerÃa por llevar cargado su propio lecho, que habÃa llevado por 38 años sin ser sano. Todo argumento mental negativo, sea propio o religioso, se termina en el nombre de Jesús.
La enfermedad no va a definir nuestro último dÃa sobre esta tierra. Los seres humanos tenemos el problema de concluir antes de que Dios haga algo. Y es esa voz interna que nos hace pensar, sentir y creer que ya no hay nada más por hacer. Que nadie se burle de tu fe porque la herida de Jesús no fue en vano. Quien murió en la cruz, dio su vida; también tiene una señal en su costado: te recuerda todos los dÃas que la sanidad es un derecho de los hijos de Dios. Cuando la enfermedad aparezca, recuerda el significado de esa herida.
La sanidad es un derecho de aquellos que son hijos de Dios porque somos el templo donde Él reside cuando viene a nuestra vida. La mujer cananea vino a Jesús llena de humildad y fe; gritaba pidiendo misericordia para su hija, pero la respuesta no fue inmediata y se mantuvo siguiendo a Jesús y gritando por su milagro con grande necesidad. Jesús no se detuvo.[4]
La mujer provoca un alboroto y Jesús inicia un diálogo explicando las razones por las que no se ha detenido, pero la mujer trae tantos argumentos para dar las respuestas correctas según la voz interna que la impulsaba a insistir en sus ruegos. Ella estaba resuelta a no soltar su bendición. Hasta que Jesús mismo reconoce que viene recargada de una fe enorme. Nada pudo detenerla y su insistencia la sostuvo viendo lo grande que es Jesús. Porque nuestro Rey es grande, grande, grande.
[1]Marcos 5:24-34 (RVR1960): Fue, pues, con él; y le seguÃa una gran multitud, y le apretaban. Pero una mujer que desde hacÃa doce años padecÃa de flujo de sangre, y habÃa sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenÃa, y nada habÃa aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decÃa: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sà mismo el poder que habÃa salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discÃpulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién habÃa hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella habÃa sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote.
[2]Juan 5:2-18 (RVR1960): Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacÃa una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralÃticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendÃa de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendÃa al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y habÃa allà un hombre que hacÃa treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo asÃ, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era dÃa de reposo aquel dÃa. Hacer eso no era correcto en el dÃa de reposo. Entonces los judÃos dijeron a aquel que habÃa sido sanado: Es dÃa de reposo; no te es lÃcito llevar tu lecho. Él les respondió: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda. Entonces le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu lecho y anda? Y el que habÃa sido sanado no sabÃa quién fuese, porque Jesús se habÃa apartado de la gente que estaba en aquel lugar. Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor. El hombre se fue, y dio aviso a los judÃos, que Jesús era el que le habÃa sanado. Y por esta causa los judÃos perseguÃan a Jesús, y procuraban matarle, porque hacÃa estas cosas en el dÃa de reposo. Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo. Por esto los judÃos aún más procuraban matarle, porque no solo quebrantaba el dÃa de reposo, sino que también decÃa que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.
[3]Lucas 8:41-55 (RVR1960): Entonces vino un varón llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; porque tenÃa una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del principal de la sinagoga a decirle: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro. Oyéndolo Jesús, le respondió: No temas; cree solamente, y será salva. Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña. Y lloraban todos y hacÃan lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme. Y se burlaban de él, sabiendo que estaba muerta. Mas él, tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate. Entonces su espÃritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer.
[4]Mateo 15:21-28 (RVR1960): Saliendo Jesús de allÃ, se fue a la región de Tiro y de Sidón. Y he aquà una mujer cananea que habÃa salido de aquella región clamaba, diciéndole: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mÃ! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero Jesús no le respondió palabra. Entonces acercándose sus discÃpulos, le rogaron, diciendo: DespÃdela, pues da voces tras nosotros. Él respondiendo, dijo: No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Entonces ella vino y se postró ante él, diciendo: ¡Señor, socórreme! Respondiendo él, dijo: No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos. Y ella dijo: SÃ, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.
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