27 de noviembre de 2018
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Todos pasamos altibajos. A veces, la vida parece una montaña rusa. Por momentos estamos bien con la familia y los negocios parecen avanzar, pero de pronto las dificultades tocan a la puerta. Yo siempre recomiendo hacer un balance entre lo bueno y lo malo, algo así como “prorratear” las bendiciones para que el resultado de la sumatoria final de nuestros logros sea positivo. Lo bueno siempre debe impactarnos más que lo malo en todas las áreas de la vida, incluyendo en nuestro liderazgo y servicio al Señor.
Jesús llamó a Pedro para que fuera su discípulo a través de un milagro de multiplicación. Ese primer encuentro generó una ola de sentimientos en Pedro, quien primero estaba frustrado porque no pescaba nada, luego emocionado porque las redes estaban llenas, ¡tanto que se rompían! Entonces, con miedo y angustia, tuvo que llamar a otros pescadores para que lo ayudaran.[1] Así nos sucede muchas veces y cuando recibimos el milagro de provisión nos sentimos indignos, como Pedro, que le pidió a Jesús que se alejara de él porque era pecador. Jesús no se apartará de nosotros porque Él vino por los pecadores. Tus errores y emociones no deben ser más fuertes que la gracia del Señor. Que tus emociones no te hagan decir lo incorrecto y tomar malas decisiones.
Luego, cuando Jesús ya había resucitado, se les presentó con otro milagro de provisión, pero esa vez, la red no se rompió a pesar de la gran cantidad de pesca.[2] Lo que se haya roto en tu vida y en tu llamado, ahora será restaurado si confías en Jesús.
Cuando Pedro ya era discípulo tuvo buenos y malos momentos. Jesús lo validó al decirle que era bienaventurado porque tenía revelación directa del Padre, que recibiría las llaves del Reino, además de que tendría potestad para atar y desatar.[3] Pero en otro momento le dijo: “Satanás, eres tropiezo”.[4] Jesús lo llamó para que lo siguiera y también le pidió que se apartara. Seguro el manejo de las emociones en cada momento fue complicado. Para nosotros también lo es, especialmente al definir el rumbo de nuestro llamado, pero tenemos una promesa que nos sostiene y anima.
La peor tormenta de Pedro y la nuestra es la que llevamos dentro por la confusión, las emociones, las dudas que nos hacen sentir como si estuviéramos en medio de las olas que vienen y van. Jesús sabía todo lo que sucedería, sabía que Pedro lo negaría,[5] pero también intercedería por él. Lo mismo pasa con nosotros. Él nos considera, no pide que lo igualemos en fuerza, sino que abramos espacio para que nos dé las suyas. Es importante que aprendamos a manejar nuestras emociones y sentimientos, que confiemos en la intercesión de Jesús para llegar a ser buenos líderes.
Jesús sabía que el proceso de formación de Pedro era duro y, luego de obrar el segundo milagro de pesca, le preguntó tres veces si lo amaba,[6] justo la misma cantidad de veces que el discípulo negó conocerlo. Es duro enfrentarnos a las situaciones de la vida y del liderazgo, pero sabemos que Jesús siempre podrá ayudarnos a manejar nuestro temperamento si le pedimos que lo haga. Entonces seremos cada vez más estables porque aprenderemos a lidiar con las emociones, convencidos de que solo nuestro Maestro nos da certeza con su Palabra de vida eterna.
El proceso de formación de Pedro nos da esperanza porque demuestra que es posible convertirnos en líderes decididos que obedecen su llamado como discípulos de Jesús, enviados a compartir su mensaje. Podemos superar nuestros altibajos, ponernos de pie y dar testimonio de lo que Jesús ha hecho y hará, tal como Pedro lo logró.[7] El amparo de Dios está sobre tu vida. Él te dice: “Tranquilo, hijo, ya pasará el momento difícil”. Vienen tiempos nuevos para ti. Con tus aciertos, errores y caídas, Dios es bueno, te espera y te ama. Ten paciencia, a veces nos tratan bien y a veces no, pero es un arte y bendición trabajar para el Señor. ¡Declara la victoria sobre tus emociones, tu llamado y tu ministerio!
[1] Lucas 5:6-11: Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron.
[2] Juan 21:5-11: Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar. Y los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como doscientos codos. Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar. Subió Simón Pedro, y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió.
[3] Mateo 16:13-20: Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo. Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo.
[4] Mateo 16:21-23: Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
[5] Lucas 22:31-34: Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos. Él le dijo: Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte. Y él le dijo: Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces.
[6] Juan 21:15-17: Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.
[7] Hechos 2:14-21: Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
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