21 de febrero de 2021
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Cuando empecé a congregarme en una iglesia me di cuenta de que nada era lo que siempre me habían dicho. Hasta entonces el único concepto que tenía de los cristianos era que no fumaban, no tomaban, no bailaban, etcétera. Sin embargo, desde el primer día me di cuenta de aspectos más interesantes que estos, y uno de ellos era que la gente cantaba y aplaudía; esto me gustó y empecé a hacerlo yo también. Luego, cuando recibí Palabra de Dios, me sentí identificado ella y ese mismo día acepté a Jesús. Después no pasó mucho tiempo para que me acercara a una librería y comprara la Biblia más cara que vendían, pues si en la vida que estaba dejando atrás me alcanzaba el dinero para tomar el whisky más caro en una discoteca, ahora quería invertir lo mejor que tenía para la nueva vida que empezaba.
Poco a poco fui aprendiendo que la Iglesia no solo es un lugar a donde vamos a adorar a Dios y recibir Su Palabra; sino que la Iglesia también lo son las personas que la conforman. Y si amamos a Jesús también debemos amar Su Iglesia, de la cual Él es la cabeza.[1]
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, un cuerpo en el que cada miembro, por muy pequeño que sea, es sumamente importante.[2] Por eso no podemos desdeñar a ninguno y tampoco hacer lo mismo con otros ministerios cristianos ya que todos somos parte del mismo Cuerpo. Ni siquiera Jesús, siendo la cabeza, le puede decir a los pies algo como: “No te necesito”. Él nos necesita tanto como nosotros a Él.
Por eso en la Iglesia no debe haber cabida para la envidia. Cuando uno de los miembros de nuestra congregación recibe honra y nosotros no nos gozamos en ello es porque no estamos siendo parte de un mismo Cuerpo. Si un miembro es bendecido por nuestro Padre, todos deberíamos sentirnos bien por él o ella; y si padeciera un mal, también deberíamos dolernos y mostrar empatía (como cuando un día que me dolía la oreja, el médico me diagnosticó un problema de tiroides: ¡la glándula estaba inflamada pero la oreja se dolía!) o por lo menos el deseo de orar de corazón, dado que todos somos parte del mismo Cuerpo.[3]
Amar a la Iglesia también es amar a sus autoridades.[4] No permitas que en tu ministerio o grupo de amistad se hable mal de algún pastor o líder porque, sean o no de nuestra simpatía, estas personas son colaboradoras de Dios y constituidas por Él. Asimismo, debemos respetar el lugar en donde nos congregamos. En la Iglesia, con o sin pandemia, ha habido protocolos como también los hay en un avión o en un supermercado, por lo tanto, sepamos cómo comportarnos en ella.[5]
Esto me lleva a otro punto quizá un poco obvio, pero no menos importante, y es que amamos a la Iglesia cuando nos congregarnos. Si bien es cierto que la presencia de Dios puede estar en cada uno de nosotros o nuestros grupos de amistad,[6] para ser parte del Cuerpo de Cristo es un deber congregarnos. Amemos y entreguémonos a la visión de nuestra Iglesia como lo hizo Jesús[7] y sirvamos en ella. No dejes de servir porque la primera forma de desconectarte del Señor es desligándote de tu servicio.
Es por cada una de estas razones que te motivo a fluir en la gracia y en los dones que Dios te dio y los uses en amor a la Iglesia que él instituyó. Pídele a nuestro Padre que te dé la sabiduría para amarla de la mejor manera y a la vez ser un ejemplo para otras personas que también son parte del Cuerpo de Cristo.
[1] Efesios 5:22-23: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.
[2] 1 Corintios 12:20-21: Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros.
[3] 1 Corintios 12:26-27: De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.
[4] Efesios 4:11-12: Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.
[5] 1 Timoteo 3:15: Para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.
[6] 1 Corintios 16:19-20: Las iglesias de Asia os saludan. Aquila y Priscila, con la iglesia que está en su casa, os saludan mucho en el Señor. Os saludan todos los hermanos. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo.
[7] Efesios 5:25: Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.
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