03 de noviembre de 2019
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Existen personas que significan mucho para nosotros, por ese motivo nos gusta compartir con ellas. Es normal en el ser humano sentir un vínculo especial con alguien más y que esto provoque un afecto entrañable. Ahora preguntémonos ¿Qué significa para nosotros el Espíritu Santo? ¿Cómo está nuestra relación con Él? La respuesta a estas preguntas define la importancia que Él tiene en nuestra vida. Si logramos mantener una amistad cercana con el Espíritu Santo, conoceremos de mejor manera la forma y tiempos en que se llevarán a cabo sus planes.
El Espíritu de Dios siempre está marcando las temporadas. Desde antes de la creación del mundo Él ya se movía sobre las aguas.[1] Antes del nacimiento de Jesús el Espíritu Santo se le apareció a María y previo a que comenzara su ministerio, descendió sobre él en forma de paloma. También en los primeros días de la Iglesia se les apareció a los discípulos en el aposento alto. Constantemente el Espíritu de Dios anunció cuando venía algo nuevo. Si queremos experimentar una vida nueva debemos invitar al Espíritu Santo a estar con nosotros, en nosotros y sobre nosotros.
Jesús nos puso el ejemplo de cómo vivir, no solo cerca del Espíritu Santo, sino completamente llenos de Él.[2] En todo momento se dejó guiar y ese fue el factor determinante para que se cumplieran los planes del Señor en su vida. En esos momentos de incertidumbre que todo ser humano experimenta, necesitamos a alguien que este con nosotros y nos guíe. Tratar de vivir sin estar llenos de su presencia es caminar solos y depender únicamente de nosotros mismos no es parte del propósito de Dios. Tenemos que entender que si Jesús necesitó la compañía del Espíritu Santo, nosotros la necesitaremos aún más.
El Señor Jesús para cumplir su llamado tuvo quien lo guiara. Todos para llegar a un lugar que no conocemos necesitamos un guía. Dios nos dejó al Espíritu Santo para dirigirnos durante toda nuestra vida. Solo necesitamos obedecer las indicaciones que nos va a dar.
La obediencia viene como consecuencia de rendir nuestra voluntad y confiar en la de Dios. Esa rendición de parte nuestra se manifestará conforme vayamos teniendo comunión e intimidad con el Espíritu Santo. El mismo Jesús fue llevado al desierto para aprender a estar cerca del Espíritu de Dios y rendirse delante de Él. Los desiertos de la vida no fueron diseñados para destruirnos, sino para acercarnos más a Él.
Lo más importante de un tiempo de visitación del Espíritu Santo es que debemos formar un vínculo con Él.[3] A través de esa cercanía pasaremos de ser solo espectadores, para convertirnos en protagonistas de la manifestación del poder de Dios. Día a día debemos fortalecer nuestra relación con Él, amándolo y dándole su lugar.
José fue promovido porque el Espíritu de Dios estaba sobre él.[4] De esta forma fue guiado a atravesar las barreras que estaban impidiendo que cumpliera su llamado. Si consagramos nuestra vida al Espíritu Santo, cosas sobrenaturales empezarán a suceder.
Lo que nos diferencia de los demás es quien está con nosotros. Podemos estar completamente preparados para algo pero siempre habrá una parte que solo la puede hacer el Espíritu de Dios.[5] Si queremos alcanzar nuestro propósito dediquémonos a cultivar una buena relación con Él. Seamos intencionales en nuestra búsqueda del Espíritu Santo, demostrémosle que en nuestro corazón Él es el más importante.[6]
[1] Génesis 1:1-2: En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
[2] Lucas 4:1: Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto
[3] Hechos 2:1-4: Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
[4] Génesis 41:38-39: Y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú.
[5] 1 Samuel 10:5-7: Después de esto llegarás al collado de Dios donde está la guarnición de los filisteos; y cuando entres allá en la ciudad encontrarás una compañía de profetas que descienden del lugar alto, y delante de ellos salterio, pandero, flauta y arpa, y ellos profetizando. Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre. Y cuando te hayan sucedido estas señales, haz lo que te viniere a la mano, porque Dios está contigo.
[6] Salmos 51:6-12: He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría, Y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis pecados, Y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, Y no quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, Y espíritu noble me sustente.
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