28 de noviembre de 2015
Tiempo de lectura: 7 minutos
Ayudando al necesitado
Activa tu generosidad, sensibiliza tu corazón para dar.
Una de las figuras más generosas que encontramos en la Biblia es la del buen samaritano, quien vemos que, a diferencia del sacerdote y el levita, se detuvo, se acercó y ayudó al hombre desconocido que vio mal herido. La primera diferencia entre estos tres personajes es su primera reacción. No es posible volvernos sensibles a las necesidades de los demás, si pasamos de largo; pasarán los días, las semanas, los meses y no veremos la necesidad de la esposa, de los hijos, de los vecinos si no nos detenemos y nos acercamos, mostrando interés. El samaritano fue movido a misericordia porque vio, así que nosotros debemos ver, estar atentos, no ir por la vida con los ojos cerrados, porque hay demasiada necesidad en el mundo para quedarnos indiferentes. Salgamos nuestra burbuja y sensibilicémonos a lo que sucede alrededor, porque no todos tienen nuestros privilegios y bendiciones, ¡hay necesidad y debemos actuar!
Alguien dijo sobre las personas necesitadas que no debemos ser paternalistas y simplemente dar para callar nuestra conciencia. Por supuesto que no se trata de tener lástima porque los problemas son complejos. Se dice que a las personas con dificultades “no hay que darles el pescado, sino que enseñarles a pescar”, pero lo primero, antes de pretender enseñar, es satisfacer la necesidad urgente, porque nadie puede aprender a pescar si está enfermo y con hambre. Así que nuestro compromiso debe ir más allá de simplemente dar algo mínimo y a la carrera. El samaritano no solo limpió y vendó al herido, también lo llevó a un lugar seguro donde pudiera recuperarse. Su obra fue completa, tal como debe ser la nuestra[1]. Es como un hijo pequeño, claro que debes enseñarle a se autosuficiente, pero primero debes darle sustento y lo que necesita para ser fuerte y desarrollarse. Lo mismo hizo Dios con el pueblo, los alimentó en el desierto con el maná, mientras llegaban delante de la tierra prometida para conquistarla.
Aprendamos a extender nuestra mano al necesitado, con amor y sabiduría. Cuando alguien pide dinero en un semáforo, asumimos una actitud de “maestros de la sabiduría económica” y ponemos mil excusas para no darle algo; claro que mendigar no está bien y lo mejor es trabajar, pero en ese momento no se argumenta, sino que se da. Piensa que eso que das no te hará pobre a ti, ni rico a él, pero es un acto de generosidad de se debe hacer. Hay momentos para todo y no nos corresponde ser jueces, sino dadores. Hay mucha necesidad, y no solo es material, también hay necesidad espiritual y emocional. El Samaritano vendó las heridas con aceite y vino, lo que es figura del Espíritu Santo. Él tuvo que tratar con el corazón del hombre para que superara lo que le había sucedido. Y en el mesón, que era como un pequeño hotel de paso, se lo encargó al mesonero, a quien seguro conocía, porque se atrevió a pagarle algo por adelantado y pedirle crédito para pagarle lo demás cuando regresara. Significa que seguramente este samaritano tenía la costumbre de asignar algo de lo que ganaba para compartir con quien veía en necesidad, y justamente eso debemos hacer nosotros, porque Dios nos da para cubrir nuestras necesidades y también para que ayudemos a los demás. Esa debe ser nuestra actitud y nuestro proceder como cristianos, como personas que hemos nacido de nuevo y hemos dejado atrás nuestra pasada manera de vivir, porque al aceptar a Jesús en nuestro corazón abrimos los ojos a la realidad, dejamos el egoísmo de satisfacer nuestros deseos engañosos, buscamos ser justos y corregimos nuestros errores. La Palabra dice que incluso quien robaba, no lo haga más, y que trabaje para compartir con quienes lo necesitan[2]. Por lo tanto, ser un auténtico hijo de Dios está íntimamente relacionado con ser generoso y dar. No es una opción, es una obligación. Según lo que la Biblia dice, para realmente despojarnos del “viejo hombre”, debemos dejar la mentira, dominar nuestras emociones, convertirnos en personas honradas y compartir.
Pero nuestro Padre no se queda a ese nivel de la enseñanza que impone una obligación, sino que además, nos ofrece maravillosas promesas si vivimos conforme a lo que nos está mandando hacer, ¡porque es Padre generoso! Nos dice que si dejamos de ser tacaños y somos generosos, prosperaremos, porque el que da, también recibe[3]. Me gusta decirlo de esta forma: “Lo primero que hay que hacer es aceitar el codo para que se destrabe, porque solo de esa manera extenderemos la mano al necesitado y veremos a Dios extiende Su mano hacia nosotros.” No por guardar más se llega a tener, al contrario, quien retiene más de lo que es justo, empobrece. ¡Ayudar al necesitado es una obligación que tiene recompensa! De hecho, la Palabra dice claramente que dar al pobre es prestar a Dios[4]. Imagina qué importante es hacerlo que para el Señor es una deuda, y Él no se queda con nada, es el deudor más cabal que existe y paga al ciento por uno. Cuesta creer esto porque ¿quién le cobrará a Dios? Pero la enseñanza no está en pensar si le cobraremos, sino en comprender y aceptar que Él nos está diciendo que pagará con intereses aquello que compartamos, porque cumple Su Palabra.
En el sistema del mundo, cuando vas a un banco a depositar, te dan un papel, un comprobante que te hace sentir seguro, pero que no sirve de nada si ese banco quiebra. Pero en el sistema de Dios, abonamos a nuestra cuenta cuando somos generosos y damos de lo que tenemos. De esa forma, realizamos la inversión más segura que existe porque Dios nunca estará en quiebra, ya que es el dueño de todo. ¿Quieres un papel, un comprobante? Pues qué más que Su Palabra escrita en la Biblia, esa es la mejor garantía que puedes tener. No importa qué suceda, ese comprobante de depósito nunca pierde validez porque en dar, en pagar y en recompensar, nadie le gana a nuestro Señor. ¡Es impresionante la importancia que Él le da a que seamos generosos! Abre tus oídos y tu corazón al pedido de ayuda de los demás y tú también serás escuchado cuando clames por ayuda[5], porque el que da al pobre no tendrá pobreza[6], esas son las promesas del Señor. Incluso, la generosidad es una característica de virtud[7]. Quien busca ser generoso, siempre encuentra oportunidades, pero quien no desea dar, siempre encuentra excusas. Dar es la mejor forma de sembrar y cosechar.
Es más, ¡la generosidad será juzgada al final de los tiempos! Cuando Jesús venga, nos separará en dos grupos y nombrará como herederos del Reino a los que atendieron a quien tuvo hambre y sed, a quien fue forastero, estuvo descubierto, enfermo o en la cárcel[8]. Todos queremos una visitación poderosa del Señor, pero Él también espera una visitación nuestra, espera que lo veamos en cada una de las personas que sufren alguna necesidad y lo atendamos. No le des la espalda, atiéndelo.
La Escritura también dice que hagamos bien mayormente a los de la fe. Si tienes amigos que están pasando por un problema, ayúdalos. Activa tu generosidad y promete al Señor que incrementarás tu expresión de cariño a los demás. No hay forma de parar la bendición de Dios cuando somos generosos. El verdadero ayuno es que partas tu pan con el hambriento, entonces Su gloria será tu retaguardia y Él irá delante de ti. Haz un pacto: “Señor, recibo Tu Palabra y la pongo en práctica, extenderé mi mano al necesitado. Multiplica mis recursos para que tenga cómo ayudar a más personas. en mi familia seremos buenos samaritanos en el nombre de Jesús”.
[1] Lucas 10:30-37 relata: Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.
[2] Efesios 4:22-28 enseña: En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.
[3] Proverbios 11:24-25 DHH dice: Hay gente desprendida que recibe más de lo que da,
y gente tacaña que acaba en la pobreza. El que es generoso, prospera; el que da, también recibe.
[4] Proverbios 19:17 dice: A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.
[5] Proverbios 21:13 asegura: El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído.
[6] Proverbios 28:27 dice: El que da al pobre no tendrá pobreza; Mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.
[7] Proverbios 31:20 enseña: Alarga su mano al pobre, y extiende sus manos al menesteroso.
[8] Mateo 25:31-40 comparte: Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.
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