30 de mayo de 2023
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Las personas que no perdonan fácilmente llevan algo adentro que no les permite desarrollar una vida saludable. En el Nuevo Testamento leemos la parábola del señor dueño de una villa que contrata trabajadores por lo que ellos piden, pero que al final del día necesita más trabajadores; entonces tiene trabajadores que trabajaron toda la jornada y otros que solo una hora. La envidia nace cuando todos ganaron lo mismo independientemente si trabajaron todo el día o una hora.[1] La envidia es el “deporte” favorito de la humanidad. Es tan sutil que no ataca directamente a la persona envidiada y se manifiesta cuando el envidioso no tiene algo que sí tiene aquella. Cuando tienes un corazón envidioso, cualquier cosa se vuelve un problema; por eso cuida la manera en que conversas acerca de los logros de otras personas, porque podría mostrar la envidia que llevas por dentro.
Un denario es el equivalente al salario de un día de trabajo. Entonces el consiervo —de la parábola del rey que hizo cuentas con sus siervos— debía un equivalente a 100 días de trabajo. Sin embargo, el otro siervo, falto de inteligencia, lo mete a la cárcel. Ahora bien, un talento equivalía a seis mil denarios. El hombre al que se le perdonó la deuda debía sesenta millones de denarios (o, lo que es lo mismo, sesenta millones de días).[2] Jesús exageró para que entendamos que los pecados que en la vida cometimos contra Dios son perdonados, pero equivalen a una eternidad en el infierno. No obstante, nuestra deuda ya fue saldada.
Los verdugos son los encargados de castigar, en este caso, al siervo de los 10 mil talentos, porque él no perdonó una deuda menor a la suya.[3] Cuando uno no perdona, el alma no funciona igual y como consecuencia se pueden derivar todo tipo de dolencias físicas. El perdón que Dios nos otorga nos libera de maldiciones a nosotros, a nuestra familia y a nuestra descendencia.
Las consecuencias de la falta de perdón son desde afecciones físicas hasta espirituales. Hemos sido perdonados por Dios, pero si no perdonamos, los verdugos nos esperan. Una vez visité a un amigo y me contó que era sobreviviente de cáncer: el milagro fue gracias a que tanto él como su esposa declararon su sanidad, y la Palabra que dice que si dos se ponen de acuerdo en la Tierra, Dios lo hará en los cielos.[4]
Le debemos mucho a Dios y necesitamos Su perdón. La parábola habla del rey que hizo cuentas con sus siervos, y la oración del Padre Nuestro habla sobre las peticiones de los hijos hacia un rey: que no nos falte Su provisión, que sea misericordioso y que perdone nuestras deudas y como nosotros lo hemos hecho.[5]
La tentación de no perdonar es la peor de todas, porque el perdón es la única salida que tenemos. Dice la Biblia que la paga del pecado es la muerte. Cristo perdonó todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. Es liberador perdonar porque nos permite regresar a una vida abundante que perdimos. Sin embargo, tengamos presente la diferencia entre pecado y ofensa; y, antes de ofendernos, razonemos nuestras acciones.
Atrévete a perdonar. Te puede doler, pero esa maldición solo se rompe con el perdón. No pierdas de esa forma tu vida. Una persona que se ama a sí misma sabe perdonar a los demás, así que empieza a decir estas palabras: “Te perdono, no porque te ame, sino porque me amo y quiero vivir feliz”.
[1] Mateo 20:8-9: Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?
[2] Mateo 18:23-30: Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A este, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.
[3] Mateo 18:31-34: Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.
[4] Mateo 18:19-22: Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
[5] Mateo 6:9-12: Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.
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