01 de julio de 2018
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Una vez fui a una vigilia y salí de allí con toda la fe del mundo, pero, de regreso a mi casa, mi carro se quedó sin gasolina; simplemente se me olvidó abastecerlo. Me di cuenta de que, aunque tuve fe, fui negligente por no hacerlo antes de llegar a la vigilia. Aprendí mucho de esa experiencia porque la negligencia perjudica a cualquier persona (con o sin fe). Por fe debí echar gasolina antes de ir a la vigilia, no esperar a quedarme sin gasolina. De igual modo, cuando salgo a la calle en invierno a veces puedo pensar que por la fe no me mojaré si llueve, pero ¿por qué no mejor tener fe para prepararme antes con un buen paraguas? Aprendamos a tener correctas expectativas para ejercer nuestra fe.
En la película El discurso del rey, Jorge V debe heredar el reino a Eduardo, quien a fin de cuentas decidió abdicar porque se enamoró de una mujer estadounidense divorciada y se quiso casar con ella. Esto provocó que el trono pasara a Jorge, hermano de Eduardo, quien además estaba lleno de inseguridad a causa de su tartamudez. Tendría que tomar el reino como Jorge VI en plena Segunda Guerra Mundial, pero ¿cómo le haría si ni siquiera podía hablar bien? ¡Todos sus enemigos se burlarían de él! Jorge era un hombre imperfecto para desempeñar ese cargo pero esto no lo detuvo y creyó más en sí mismo, y a pensar de su imperfección, tomó el papel que le correspondía: el de legítimo heredero al trono. La fe no tiene nada que ver con nuestra perfección ante Dios sino con la confianza que depositamos en Él. Podremos ser imperfectos, pero no dejamos de ser sus hijos y sus coherederos con Cristo.
Sabemos que al primer Adán Dios le dio un huerto y un espíritu que le permitía una comunicación directa con el Señor pero al pecar perdió todos estos privilegios: ya nunca más podría hablarle a Dios de frente y para alimentarse de los frutos del huerto tuvo que trabajar.[1] Fue entonces cuando apareció Jesucristo, el segundo Adán, quien vino a decir a los descendientes del primero que no se afanaran sobre lo que habrían de comer y vestir; que vieran a las aves del cielo como ejemplo, que no trabajaban, y sin embargo, Dios las alimentaba. ¿Acaso para nuestro Padre no valemos nosotros más que las aves?
Por lo tanto, el postrer Adán reestableció de esta forma el valor que tenemos delante de Dios. Con el pecado original, a la humanidad se le dañó el amor propio, la autoimagen, pero Jesús trajo de nuevo el sistema que funciona mediante la fe. Se requería mucho esfuerzo y una fuerza descomunal para botar los muros de Jericó, o bien, usar la fe y rodearlos durante siete días hasta que se desplomaran.[2] La Biblia está llena de ejemplos como este. Cuando no tenemos nada, la fe puede dárnoslo todo.
Las promesas de Dios no pierden vigencia de una generación a otra. La fe de David hizo que no solo él fuera rey sino también su hijo.[3] Los israelitas pasaron cuarenta años en el desierto comiendo maná,[4] pero Dios no se olvidó de ellos y cumplió su promesa, pues llegó el día en que comieron de la mejor miel, las mejores uvas, el mejor pan, las mejores hierbas y la mejor carne. ¡Cree por mejores tiempos para tu familia!
Ahora bien, Dios nos da el poder para hacer riquezas, pero Jesús nos advirtió que no nos dejáramos engañar por ellas (no que no las obtengamos, sino que no nos ceguemos por ellas). Las riquezas suelen hacernos sentir más poderosos e importantes que otras personas, pero las bendiciones que recibimos de Dios no deben engañarnos por la vista.[5] Muchas personas se tuvieron que quedar sin empleo antes de llegar a ser grandes empresarios; en aquel momento lo vieron como algo negativo, pero todas las situaciones, buenas o malas, obran a bien para los que aman a Dios.[6]
Jesús ordenó que lo que pidiéramos de ahora en adelante lo hiciéramos con la confianza en nuestro Padre, buscando primeramente su reino.[7] Si lo haces de esta forma desde el domingo, te aseguro que estarás bendecido de lunes a sábado. Es cierto que todos pasamos por situaciones difíciles, pero cuando tenemos fe no podremos sentirnos angustiados, desesperados, desamparados o destruidos.[8] Dios bendecirá a tus descendientes a través de la fe legítima que encuentre en ti, tal como lo hizo con Timoteo,[9] así que no te avergüences del Evangelio y en cambio, da gracias a Dios por la medida de fe que te dio.
[1] Génesis 3:19: Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.
[2] Hebreos 11:30: Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días.
[3] 1 Reyes 1:37: De la manera que Jehová ha estado con mi señor el rey, así esté con Salomón, y haga mayor su trono que el trono de mi señor el rey David.
[4] Éxodo 16:35: Así comieron los hijos de Israel maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada; maná comieron hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán.
[5] 2 Corintios 5:7: Porque por fe andamos, no por vista.
[6] Romanos 8:28: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
[7] Mateo 6:33: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
[8] 2 Corintios 4:7: Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos.
[9] 2 Timoteo 1:5: Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
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La libertad que da el Espíritu Santo con Su presencia te permite decidir, expresarte y vivir relacionado con tu Padre eterno por medio de la adoración y eso genera seguridad, confianza, energía espiritual y bendiciones milagrosas.
El exterior de las personas puede provocar una opinión errónea, pero un verdadero adorador sabe que Dios ve su corazón, aunque la gente vea tan solo su apariencia, porque las apariencias engañan.
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