10 de marzo de 2019
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¿Recuerdas el día de tu boda? ¿El día del nacimiento de tu primer hijo? ¿Tu primer día de trabajo? ¿Tu primer sueldo? Todas esas primeras veces son parte de nuestra memoria y nos dejan un aprendizaje, como también lo hicieron las situaciones adversas de las que tuvimos que recuperarnos alguna vez. Dios también tiene memoria y solo conserva nuestros mejores recuerdos.[1] Él, con su ejemplo, nos enseña que no hay razón para retener el enojo en el corazón.[2] Aferrarse a la amargura no sirve de nada.
Cuando mi mamá falleció luego de permanecer durante un año enferma, yo me enojé, pero me di cuenta de que no podía vivir con esa amargura el resto de mi vida porque no me servía, no me hacía mejor persona ni me ayudaba a dar vuelta atrás, así que simplemente decidí desprenderme de eso. Los malos recuerdos los debemos echar al mar, apartarlos y no permitir que nos sigan acompañando el resto de nuestra existencia.
Una vez, recién casado, por querer jugarle una broma a mi esposa terminé dándole un susto que no terminó en buenas circunstancias. Esa experiencia se quedó en mi memoria y entendí que no debía hacerlo de nuevo. Todos somos capaces de generar memoria. Podríamos marcar la vida y el corazón de alguien más por lo que hacemos, decimos o somos, pero también el de Dios.
En el Nuevo Testamento, en Hebreos 11, hay un registro de personas y acciones que ocuparon un lugar especial en el corazón de Dios. Una de ellas fue una mujer cuyo nombre hoy desconocemos y que en cierta ocasión entró en una casa y ungió a Jesús con un perfume caro. Muchos de los presentes quedaron sorprendidos y reprocharon que a aquel obsequio se le pudo dar una mejor utilidad en beneficio de los pobres, pero Jesús la defendió, asegurando, además, que para siempre se recordaría a aquella mujer.[3]
Otra persona que se ganó un lugar en el corazón de nuestro Padre fue un centurión romano que había sido gentil con el pueblo de sus siervos, construyéndoles una sinagoga, y que mandó a buscar a Jesús para que sanase a uno de ellos.[4] Estas dos historias se ganaron el corazón del Señor y son un ejemplo de lo importantes que pueden ser nuestras acciones para Él.
Dios no olvida nuestras buenas acciones y nuestros sacrificios,[5] cada decisión y cada promesa de fe que con esfuerzo hemos hecho para su gloria. Él es fiel y justo, nunca te abandonará y no se olvidará de recompensar tus acciones. Cuando ponemos nuestra confianza en Él suceden cosas sobrenaturales. ¡Démosle gracias por su amor y fidelidad!
[1] Isaías 43:25: Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.
[2] Miqueas 7:18: ¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia.
[3] Mateo 26:6-13: Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa. Al ver esto, los discípulos se enojaron, diciendo: ¿Para qué este desperdicio? Porque esto podía haberse vendido a gran precio, y haberse dado a los pobres. Y entendiéndolo Jesús, les dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella.
[4] Lucas 7:1-5: Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.
[5] Hebreos 6:10: Porque Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.
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