26 de agosto de 2013
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Jesús dijo que cualquiera que tiene fe en Dios, verá que será hecho lo que dice. Me gusta que diga: “Cualquiera” porque significa que todos podemos ver esa manifestación del poder del Señor, si creemos y lo confesamos con nuestra boca. Por lo tanto, Jesús nos pidió que oráramos con fe para que recibamos lo que pedimos1. Así que orar es asunto de fe y de aprender a hablar, porque para recibir hay que creer y decir.
Si no sabemos hablar, si no sabemos expresarnos con palabras, difícilmente sabremos orar, porque al intentar comunicarnos con Dios, buscamos que escuche lo que decimos. Él anhela establecer una relación íntima contigo, pero solo puede hacerlo si le hablas. ¿Acaso es posible tener una buena relación con alguien con quien no se dialoga? Claro que no. Es cierto que Dios sabe lo que pensamos, pero buscarlo para hablarle es manifestar nuestro deseo de relacionarnos con Él. Entonces, si deseas orar, debes fortalecer tu fe y aprender a expresarte verbalmente.
A veces pensamos que orar es solamente llegar delante de Dios y derramar nuestra alma, creemos que llorar es suficiente para recibir lo que esperamos, pero una cosa es desahogarse y otra es creer y confesar Su Palabra con total seguridad. Así que abre los ojos y el corazón para darte cuenta de que orar implica mucho más que buscar a Dios en medio de la dificultad. Llorar delante de Dios no es lo que nos saca adelante. Es la fe que proclamamos, fundamentada en el conocimiento de Su Palabra lo que nos sostiene y nos permite avanzar confiados, aún en medio del dolor y de los problemas. Dios responde a la declaración de nuestra fe, no a las quejas y lamentos, ya que por fe alcanzaron buen testimonio los hombres de la Biblia. Hay que creerle al Señor y expresarlo con palabras y acciones, para ser agradable ante Sus ojos.
La Palabra nos dice que el árbol se conoce por su fruto, es decir que lo bueno o malo que hagamos y digamos será nuestro testimonio de vida. En el original, malo significa: corrupto de raíz, podrido, indigno y no apto. Y lo bueno en el original significa: distinguido, correcto, placentero y de buena naturaleza. Así que debemos hablar y hacer lo agradable, correcto y útil para ser identificados como árbol que da buen fruto2.
Recordemos que el noveno mandamiento tiene que ver con las palabras porque ordena no difamar al prójimo. Entonces, vemos que Dios no solamente aconseja que hablemos bien, sino que condena a quienes usan su boca para decir mentiras en contra de sus hermanos. ¡No critiques! Si no tienes nada bueno que decir, mejor cierra tu boquita, porque serás juzgado por lo que digas, no solo por los hombres, sino por Dios. La gente efectiva para orar es efectiva para hablar, sabe comunicarse con todos, por lo que también establece una íntima comunicación con Dios.
Por supuesto que también debemos desechar la mentira y las exageraciones3. Sobredimensionar los hechos al relatarlos también es mentir y trae consecuencias. Por favor, es más fácil ser santo y no mentir que andar preocupado por recordar las falsedades que has dicho para no contradecirte. Algunos se hunden en mentiras. Recordemos a Ananías y Zafira, quienes mintieron al Espíritu Santo respecto a una ofrenda y murieron en ese instante. Así de terrible es la mentira delante de Dios. La Biblia dice que el padre de la mentira es Satanás y Jesús nos dice la verdad nos hará libres. ¿De quién quieres ser hijo, del diablo o de Dios? Por supuesto que de Dios, entonces usa tu boca solo para decir verdad y para expresar lo bueno y santo.
Edifica y otorga gracia a otros con tus palabras, expresa solo cosas buenas que ayuden a tus semejantes a crecer espiritualmente, ¡alegra al Espíritu Santo!4 Las vulgaridades no son parte del lenguaje de un hijo de Dios. Aléjate de esas palabras corruptas ya que es imposible que con la misma boca quieras bendecir a Dios y maldecir a tus hermanos. Corrige tu manera de hablar porque es uno de los mayores testimonios que puedes ofrecer y tu mejor herramienta para comunicarte con Dios, a través de la oración.
En la vida seremos víctimas de ofensas y también ofenderemos muchas veces, con o sin intensión, especialmente con nuestras palabras. Nuestra lengua es un órgano pequeño pero con gran poder, por lo que necesita ser controlada y bien utilizada para bendecir. Evita que tu lengua te contamine y contamine a otros5. Muchas veces el mensaje no es lo que ofende sino las palabras que se utilizan, así que ten cuidado con lo que dices y cómo lo dices. Jesús dijo que por nuestras palabras seremos justificados o condenados. Alcanza justificación y evita la condenación al decir solo palabras correctas. Satanás necesita tus palabras para dañar y Dios también las necesita para bendecir. ¿A quién las rendirás? ¡Entrega tus palabras a la voluntad divina! Dile claramente: “Padre, declaro que mis palabras se alinearán con las tuyas. Hablaré lo digno y justo, expresaré palabras de fe en lo que creo que tendré”. Recíbelo como tu Señor y Salvador para que renueve tu vida y especialmente, tus pensamientos y palabras.
Versículos de referencia
1 Marcos 11:21-24 dice: Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.
2 Mateo 12:33-37 explica: O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce el árbol. ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
3 Efesios 4:25 enseña: Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.
4 Efesios 4:29-30 advierte: Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.
5 Santiago 3:2-12 comparte: Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce.
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