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El Dios que me ve

10 de octubre de 2006

Tiempo de lectura: 4 minutos

La congoja ensordece

Unas semanas atrás, compartí un mensaje titulado “La bendición de la soltería”, en el que hablaba de la congoja que los solteros sienten al no encontrar pareja y cómo en vez de entristecerse, deberían aprovechar la oportunidad única de agradar al Señor y servirle. Esto lo hice basado en la Escritura de 1ra de Corintios 7:32-34. En ella, el Espíritu me dio a entender que la congoja es un sentimiento que bloquea nuestros sentidos espirituales al punto de limitarnos en nuestra búsqueda de Dios. De esa manera, los solteros afanados o preocupados por su edad y su estado civil, no ven cómo podrían dedicar más tiempo a orar, leer su Palabra y servir en su obra.

Cuando seguí meditando acerca de la congoja, encontré que ésta nos priva de alcanzar las promesas de Dios en cualquier área de nuestra vida. Por ejemplo, el pueblo de Israel no escuchó lo que Moisés les debía decir en nombre de Dios, porque sus corazones estaban acongojados. Lo mismo con los hermanos de José. Y Abraham, cuando Dios le habló que su esposa Sara tendría un hijo, se rió y pidió que el hijo de la esclava fuera bendecido. Todos ellos estuvieron delante de una palabra divina, pero no la recibieron, porque estaban más conscientes de sus problemas que de Dios.

Esto podría estar pasando en tu vida. Dios puede darte la promesa que te bendecirá y prosperará en tu trabajo, pero el cansancio de las adversidades te evita escuchar su promesa y no te ilusionas del porvenir. La congoja y la carga te podrían apartar del socio o compañero con quien Dios desea bendecirte. Puedes estar perdiendo la ayuda divina para tu matrimonio por preocuparte tanto de los problemas. La depresión no te permite gozar de los días que el Señor te ha dado.

Cuando dejas que la tristeza te invada el corazón, ésta no te permitirá escuchar a Dios. En vez de confrontarte con su Palabra, buscarás justificar tu tristeza o amargura. Esto no te deja creer en Dios, porque estás tan centrado en ella que no puedes decir: “Sí, Señor, creo en lo que tú dices”. La congoja no te permite disfrutar la vida como Dios siempre lo planeó para ti.

Hay quienes no escuchan su Palabra ni la creen por el sentimiento que llevan en su corazón. Así hay mucha gente hoy en las iglesias, sentados oyendo mensajes que les predican, pero pensando en otra cosa. Sus mentes divagan en los problemas, en los culpables, en las ofensas y en las suposiciones, en vez de escuchar la Palabra que los puede hacer libres. Es irónico, pero la misma congoja que los aprisiona, les impide escuchar lo que les libertaría. No necesitan que el diablo robe la semilla de sus corazones, la tristeza y la amargura lo hacen.

La voz interna

Todos tenemos una voz interna. Aunque no lo creas, tú mismo eres quien más se habla a sí mismo. Dentro de ti, escuchas tres voces: la de Dios, la del diablo y la tuya. Pero la que más resuena es la tuya. Hay quienes se hablan para motivarse y edificarse a sí mismos, cultivando su fe. Por eso triunfan y son seguros de sí mismos. Los triunfos y los halagos de los demás sólo confirman lo que ellos ya han creído anteriormente, y por eso no les afectan. Por el contrario, hay quienes se autoflagelan con sus comentarios, haciéndose a sí mismos de menos. Éstos poseen una imagen propia pobre reflejada en su inseguridad ante los demás. Para éstos los comentarios y gestos negativos de la gente sólo confirman lo que ya han dicho de sí mismos y les afecta. Por eso se separan de todos aquellos que les recuerden esa voz interna.

Leyendo Génesis 17, encontré un ejemplo de esto. Abraham se encuentra con el Señor, quien le confirma promesas que cualquiera de nosotros saltaría de alegría sólo de escuchar. Pero Abraham no reaccionó así. Cuando el Señor le habló que su esposa de noventa años tendría un hijo, Abraham se postró hasta la tierra y se rió. Esto a pesar que Dios le repitió la promesa dos veces. Su acto de postrarse podría interpretarse como un gesto espiritual, pero no fue así. El se agachó para que Dios no viera lo que iba a decir. Se rió porque no creía lo que estaba escuchando. Pensó que ya era demasiado viejo para tener un hijo con su esposa estéril, así que se había resignado a criar al hijo que la esclava Agar le había dado. El pensó dentro de sí algo equivocado. Su edad y la falta de un hijo lo tenían acongojado, y eso le evitó escuchar la mismísima promesa que por tanto tiempo había deseado.

Como sabrás, el Señor le reprendió por su incredulidad y le afirmó que nacería Isaac, el hijo de la promesa. Hasta le dio el tiempo del cumplimiento: un año. Y así sucedió. Hoy, el pueblo de Israel existe gracias a una promesa cumplida en una pareja anciana con problemas de esterilidad. Pero esa historia quedó escrita para enseñarnos a no confiar en nuestros sentimientos o perspectivas.

Abraham pensó dentro de sí algo que trajo a luz en la conversación con Dios. Así somos nosotros en algunos momentos. Pensamos cosas dentro que nunca decimos, pero que sí rigen nuestra vida. Muchas veces son buenas razones, pero aún así, nos privan de recibir las promesas de Dios. Lo que Abraham debía haber dicho desde el inicio era: “Señor, te creo”. De igual forma, nosotros.

¿Por qué no podemos creer a la primera? ¿Por qué no podemos creer que Dios realmente nos ama y nos desea bendecir? Cuando Dios te dé una promesa, debes decirle: “Te creo”. Todas las promesas de Dios son “Sí” y “Amén” en Cristo.

Cuando Dios te diga “Te amo” y “eres mi especial tesoro”, dile “te creo”, y los complejos y la imagen de inferioridad desaparecerán. (Jeremías 31.3, Malaquías 3.17)

Cuando te prometa: “te bendeciré grandemente y te multiplicaré en gran manera”, respóndele: “te creo”; y la ilusión de una vida próspera y exitosa florecerá en tu corazón. (Hebreos 6.14)

Cuando te afirme: “ningún enemigo te podrá hacer frente en todos los días de tu vida” y “te he dado autoridad sobre toda fuerza del enemigo y nada te dañará”, dile: “Te creo”; y tendrás una vida de victoria. (Josué 1.5, Lucas 10.19)

Y cuando te asegure que “todo pecado ha sido perdonado” y que él es “tu ayuda y tu libertador”, créele, y vivirás una vida en su gracia, ayudado en cada prueba que enfrentes. (Efesios 1.7, Salmo 40.17)

El es el Dios que te ve. El mira tu interior y conoce los pensamientos de tu corazón. Evalúalos tú, y ponlos de acuerdo a su Palabra, y vivirás la vida plena y abundante que El siempre ha deseado para ti.

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