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El poder del bautismo

El poder del bautismo

12 de septiembre de 2021

Tiempo de lectura: 4 minutos

Quienes estamos en Cristo somos nuevas criaturas y día a día experimentamos nuevas misericordias de Dios;[1] pero también empezamos a ser objeto de bendición para otras personas. Él nos habla y nos da dirección para bendecir a otros. Así fue como le sucedió a Felipe, cuando un ángel del Señor le dio instrucción para que fuera a mostrarle el Evangelio de Jesús a un etíope que leía a Isaías.[2] Al final el etíope fue bautizado.[3]

El bautismo tiene tres beneficios puntuales que podemos encontrar el libro de Romanos. El primero de ellos es que nos motiva a ya no seguir pecando.[4] ¿Y por qué es un beneficio? Porque el pecado nos estorba, impidiéndonos avanzar en nuestra vida. Esta bendición nos hace ver que, aunque es cierto que no somos perfectos, no debemos usar esta cualidad humana como excusa para seguir pecado.

El segundo beneficio del bautismo es que el antiguo ser muere y con esa muerte nace uno nuevo. Nacemos de nuevo y el pecado pierde su poder sobre nosotros.[5] ¡No te imaginas lo liberador que fuer para mí darme cuenta de esto! O sea, darme cuenta de que ya no debía arrastrar con el yo pecador que era antes de aceptar a Cristo. Fue muy liberador.

Ahora bien, es cierto que la gracia de Cristo es redentora, pero no debemos “columpiarnos” en ella. Con esto quiero decir que no solo porque Él nos libró de nuestros pecados en la cruz significa que tenemos licencia para pecar. Arrepentirnos implica honrar la omnipresencia de Dios y no cometer más malas acciones, sabiendo que el Espíritu Santo estará presente a donde quiera que vayamos.

Y el tercer beneficio es el más alentador: al bautizarnos podremos estar seguros de que viviremos con Cristo, sabiendo que resucitó y que la muerte ya no tiene poder sobre Él.[6]

Podemos ver entonces que el bautismo es un acto de obediencia, pero también de transformación para bien. Por lo tanto, ¿qué hace falta para que seamos parte de él y también hagamos parte a los demás? Aunque nosotros ya estemos bautizados, hay personas que aún no conocen a Cristo y no han recibido esa bendición. No olvidemos que para que Jesús fuera bautizado tuvo que existir un Juan el Bautista; y para que Cornelio fura bautizado tuvo que existir un Pedro. ¿Por qué no ser nosotros también uno de ellos?

Me bauticé hace 23 años, a la edad de 18, cuando un amigo me invitó a la iglesia. Ese día no iba preparado. Ni siquiera sabía que iba a haber bautismos. Ni siquiera sabía qué era un bautismo. Llegué sin la menor sospecha de lo que iba a pasar, entré a la pileta bautismal y me bauticé. Soy sincero al decirles que en ese momento no sentí nada. Ningún fuego que me quemara por dentro. Ninguna voz que me hablara. Y ni siquiera lloré de la emoción. Simplemente entré seco y salí mojado; pero con toda la ilusión de que el pecador que era se había quedado en aquella pileta.

Desde pequeño siempre creí que iba a morir joven porque mi vida estaba llena de tinieblas: era una persona muy violenta; pero que alguien me dijera esa mañana que mi vida podía cambiar a partir de que saliera de la pila de bautismo, fue algo que me llenó de esperanza. No tenemos idea de lo que Dios puede hacer por nuestra vida, pero no olvidemos que el bautismo en agua sin arrepentimiento no salva a nadie.

Arrepiéntete de tus pecados y bautízate si no lo has hecho. Y si ya estás bautizado, sé de bendición para que otros puedan hacerlo.


[1] 2 Corintios 5:17: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

[2] Hechos 8:26-35: Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías. Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? El dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él. El pasaje de la Escritura que leía era este: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida. Respondiendo el eunuco, dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.

[3] Hechos 8:36-38: Y yendo por el camino, llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado? Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.

[4] Romanos 6:1-3 (TLA): ¿Qué más podemos decir? ¿Seguiremos pecando para que Dios nos ame más todavía? ¡Por supuesto que no! Nosotros ya no tenemos nada que ver con el pecado, así que ya no podemos seguir pecando. Ustedes bien saben que, por medio del bautismo, nos hemos unido a Cristo en su muerte.

[5] Romanos 6:4-7 (NTV): Al ser bautizados, morimos y somos sepultados con él; pero morimos para nacer a una vida totalmente diferente. Eso mismo pasó con Jesús, cuando Dios el Padre lo resucitó con gran poder. Si al bautizarnos participamos en la muerte de Cristo, también participaremos de su nueva vida. Una cosa es clara: antes éramos pecadores, pero cuando Cristo murió en la cruz, nosotros morimos con él. Así que el pecado ya no nos gobierna. Al morir, el pecado perdió su poder sobre nosotros.

[6] Romanos 6:8-11 (NTV): Si por medio del bautismo morimos con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él. Sabemos que Jesucristo resucitó, y que nunca más volverá a morir, pues la muerte ya no tiene poder sobre él. Cuando Jesucristo murió, el pecado perdió para siempre su poder sobre él. La vida que ahora vive, es para agradar a Dios. De igual manera, el pecado ya no tiene poder sobre ustedes, sino que Cristo les ha dado vida, y ahora viven para agradar a Dios.

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