11 de julio de 2021
Tiempo de lectura: 3 minutos
Luego de darnos la vida, lo que Dios tiene para nosotros son promesas. Podremos pedirle un trabajo, una casa y muchas otras cosas, pero en realidad lo que Él nos dio fue la promesa de bendecirnos, independientemente del contexto o nuestras ambiciones. Como padres tenemos la preocupación de dejarles herencia a nuestros hijos, pero no solo dinero y cosas materiales, sino también valores, buenas costumbres y —por qué no— objetos con valor sentimental: desde un anillo de bodas que fue de nuestros padres hasta las recetas de la bisabuela.
El rey Salomón, uno de los hombres más sabios —quizá el más sabio después de Jesús— estaba muy preocupado, pues no sabía si el que vendría después de él iba a ser lo suficientemente sabio como para continuar con la obra que él ya había iniciado. De aquí saco la conclusión de que mientras trabajamos duro para que nuestros hijos tengan una herencia, también debemos trabajar para formarlos como herederos y sepan administrar sabiamente lo que les hemos damos.[1]
Somos herederos desde el momento que somos hijos de Dios, coherederos con Cristo.[2] Lo único que nos pide a cambio de Sus promesas es que creamos en ellas, pues son eternas, no caducan y no hay manera de que nos las roben. Con sus promesas ya somos bendecidos,[3] por eso debemos actuar, pensar y hablar como tal. No menosprecies Su bendición con ambiciones específicas: recuerda que eres tú el heredero de Sus promesas, no los negocios o proyectos que quieras emprender. Confórmate con saber que ya eres bendecido y que toda promesa Suya[4] prosperará.[5] Él nos sustenta con la diestra de Su justicia, no nos abandonará[6] ni nos desamparará.[7] ¡Todas sus promesas se cumplirán![8] Declara con seguridad que no morirás sin verlas cumplirse.[9]
Si no desarrollas una seguridad en ti, ¿cómo desarrollarás una seguridad en Dios? Si no crees lo que ves en el espejo, ¿cómo creerás en el que no ves? ¿Cómo confiar en Dios si ni siquiera desarrollas confianza? ¿Cómo creer en Dios si no crees en Sus promesas? Mantente firme en la fe.[10] Las bendiciones no son más grandes que Aquél que las da.[11]
La razón por la que diezmamos no es porque nos lo diga la gente que se debe diezmar, sino por las razones bíblicas que nos enseñan que el Señor ya nos dio las promesas[12] y que somos dignos de recibirlas.
[1] Lucas 15:11-13: También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
[2] Romanos 8:16-17: El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.
[3] Hebreos 6:11: Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas.
[4] 2 Pedro 1:3-4: Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.
[5] Hebreos 6:13-14: Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente.
[6] Isaías 41:8-10: Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.
[7] Josué 1:5: Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.
[8] Josué 21:45: No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.
[9] 2 Corintios 1:20: Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.
[10] Hebreos 10:23: Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió.
[11] Hechos 7:6-7: Pero aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor.
[12] 2 Corintios 7:1: Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.
Temas relacionados:
Éxito | Fe | Herencia | Promesas
La libertad que da el Espíritu Santo con Su presencia te permite decidir, expresarte y vivir relacionado con tu Padre eterno por medio de la adoración y eso genera seguridad, confianza, energía espiritual y bendiciones milagrosas.
El exterior de las personas puede provocar una opinión errónea, pero un verdadero adorador sabe que Dios ve su corazón, aunque la gente vea tan solo su apariencia, porque las apariencias engañan.
En esta serie se invita a integrar un modelo de comportamiento compartido, que se adquiere desde la fe y el corazón rendido a Dios, mientras se responde la pregunta: ¿Por qué es tan importante para Dios buscar un adorador?