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Jesús a las escondidas

Jesús a las escondidas

03 de septiembre de 2017

Tiempo de lectura: 7 minutos

Cristo vive en cada uno de nosotros y no podemos juzgarnos según la carne porque la persona que tienes al lado es nueva criatura: Jesús ya murió por sus pecados, y por esta razón ya no lo puedes ver igual y él tampoco a ti. ¿Alguna vez has hecho algo por lo que ya no te puedan ver igual a como acostumbraban a verte? O ¿alguna vez algún amigo te ha hecho algo que provoque que ya no lo puedas ver de la misma forma? Si llegas a tu empresa y te das cuenta de que tu mano derecha te había estado robando, serás consciente de que él o ella hizo algo indebido y eso hará que ya no lo puedas ver de la misma manera. Si llegas a tu trabajo, notas un ambiente extraño y pronto te das cuenta de que tu compañero de labores dijo algo para hacerte quedar mal, ya no lo podrías ver igual a partir de entonces. E incluso —porque no solo en el aspecto negativo sucede—, cuando haces algo bueno que haya sorprendido a alguien, entonces tampoco te podrían ver de la misma forma.

¿Cómo te están viendo las demás personas y de qué forma las ves tú? ¿Las ves a través de la carne o a través de la presencia de Jesús en ellas? Cuando Jesús resucitó se mostró incógnito de muchas formas, quería ver cómo reaccionaban sus discípulos al relacionarse con otros y quería manifestarse con sorpresa. A sus discípulos se les presentó como forastero[1], y para que un judío pudiera tener una conversación con un forastero, tenía que romper con muchos de sus prejuicios y desprenderse de su complejo de superioridad. Jesús quería saber cómo reaccionarían sus discípulos ante un desconocido, así como también quiere ver cómo reaccionas tú con tu prójimo.

¿Alguna vez te has reservado los sentimientos para alguien más? Por ejemplo, cuando estás pasando por un momento difícil o, por lo contrario, el mejor momento de tu vida, y sin embargo llegas a casa y alguien te pregunta: “¿Cómo te fue hoy”, y tú respondes con un simple “Bien”, sin más. Es como cuando ves a tu esposa con ojos llorosos y le dices: “Amor, ¿te pasa algo?”, pero lo que toda mujer contesta en una situación así es… Sí: que no pasa nada.

Pero los discípulos no reservaron sus sentimientos al forastero, que era en realidad Jesús. Más adelante, cuando llegaron a la aldea a donde iban, los discípulos obligaron al forastero a quedarse y esto fue lo que motivó a Jesús a revelarse ante ellos[2], porque vio que tenían un corazón dispuesto a hospedar a alguien. Si tan solo nosotros pudiéramos tener la misma actitud con nuestras amistades para hospedarlos, abrirles la puerta o compartir con ellos nuestras conversaciones y emociones, podríamos ver cómo Jesús se muestra más en nuestras relaciones. Sé que es difícil abrirle las puertas a alguien, pero debemos estar dispuestos a romper con esos estereotipos para brindar nuestra amistad a otras personas y demostrarle a Dios que hay en nosotros un corazón hospedador.

La segunda vez que Jesús se disfrazó para sorprender a alguien fue cuando se manifestó a Pedro en el mar de Tiberias[3]. Una vez más personificó a alguien más, acaso un pescador. Cuando Pedro y sus acompañantes no habían logrado pescar nada, Jesús les dijo que echaran la red al lado derecho de la barca y lo que le motivó a mostrarse ante ellos fue que se desprendieran de cualquier tipo de orgullo para obedecer a un desconocido, pues quizá ellos se podrían considerar a sí mismos expertos en pesca, pero tuvieron la humildad suficiente como para escuchar la instrucción de otra persona. Esto demuestra que debemos aprender a ser humildes, pues cuántas veces no habremos pensado acerca de otros cosas como: “¿Qué me va a enseñar él acerca del matrimonio, si ni casado está?” o “¿Qué me va a enseñar ella acerca de criar, si cómo están sus hijos?, o bien, “¿Qué me va a enseñar aquella persona a administrar negocios, si ni un negocio propio tiene?”. Les aseguro que si muchas veces no hemos logrado disfrutar de la compañía de los demás es porque a nuestro corazón le ha hecho falta humildad.

A mí me gusta mucho el café y sé mucho acerca de su preparación, y es precisamente ese conocimiento el que muchas veces me impide disfrutar de una taza de esta bebida, porque fácilmente me podrían nacer prejuicios hacia su calidad y sabor. Nosotros, de igual forma, muchas veces nos volvemos catadores de amistades: pruebas una amistad y dices: “Esta persona no me gusta, así que con ella no me entrego” o “Esta sí me agrada, así que a ella sí le abro mi corazón”. A veces hasta nos volvemos catadores de iglesias y decimos cosas como: “Esa iglesia sí me gusta porque es moderna” o “Aquella iglesia no me gusta porque allí no tocan la música que a mí me gusta”; o incluso catadores de pastores: “Hoy vino el pastor Cash a predicar, así que me dispongo a aprender” o quizá pienses: “Hoy no vino el Pastor Cash sino su hijo, así que no tengo ganas de aprender”. Lo mismo ocurre con las amistades cuando piensas: “Si él me cae bien, entonces le entrego toda mi amistad, y si no me cae bien, no le entrego nada”. Eso es carecer de humildad.

Aconteció por tercera ocasión que Jesús sorprendió a alguien después de resucitado, esta vez disfrazado de hortelano[4] y se mostró a María Magdalena, quien acababa de ver a dos ángeles pero sin dejarse deslumbrar por ellos, pues ella a quien quería ver era a Jesús. Se acercó a ella el hortelano y, llamándola por su nombre, le preguntó a quién buscaba. Lo que esta vez hizo que Jesús revelase su identidad ante alguien más fue la búsqueda genuina de la mujer oriunda de Magdalá, su deseo inconmensurable de ver a Cristo.

Podemos ver, entonces, que Jesús primero se mostró como un forastero, luego se mostró como un pescador y por último se presentó como un hortelano. Nótese que tanto los apóstoles como María Magdalena querían encontrar a Jesús resucitado y Él se les apareció dentro de otras personas. Asimismo, tú también puedes encontrarlo en la persona de al lado, pero para ello debes romper los estereotipos acerca de con quién relacionarte o con quién dejar de hacerlo.

A veces no somos lo suficientemente buenos para buscar al Señor y, aunque creemos que lo buscamos, esa búsqueda se limita a una oración en nuestra cama esperando a que nos de sueño para quedarnos dormidos. Jesús es cercano a quienes lo buscan de verdad, y para encontrarlo debes aprender a ver dentro de las demás personas. Así que si tú estás buscando a Cristo, entonces a partir de ahora le darás más importancia a las amistades porque Él vive en ellos. Si tan solo pudiésemos abrir nuestros brazos a los demás, nos daríamos cuenta que lo que hacemos en realidad es abrir nuestros brazos a Jesús. Para nuestras amistades debemos tener un corazón hospedador, un corazón humilde y debemos aprender a buscarlas de verdad. Jesús vive en tu prójimo y si tú le brindas tu hospitalidad serás testigo de milagros, verás obrar a Dios en tu vida cuando aprendas a ofrecerte a las demás personas; así que ve y ama a tus amigos y a tus enemigos, a quienes te gustan y a quienes no. Dios te bendiga y ¡a disfrutar de nuevas amistades!


[1] Lucas 24:13-20: Y he aquí, dos de ellos iban el mismo día a una aldea llamada Emaús, que estaba a sesenta estadios de Jerusalén. E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron.

[2] Lucas 24:28-31: Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.

[3] Juan 21:1-7: Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar.

[4] Juan 20:11-18: Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. Cuando había dicho esto, se volvió, y vio a Jesús que estaba allí; mas no sabía que era Jesús. Jesús le dijo: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré. Jesús le dijo: ¡María! Volviéndose ella, le dijo: ¡Raboni! (que quiere decir, Maestro). Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue entonces María Magdalena para dar a los discípulos las nuevas de que había visto al Señor, y que él le había dicho estas cosas.

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