06 de septiembre de 2020
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En semanas anteriores aprendimos la importancia de orar siempre y no desmayar; y además, de ver, creer y sentir a Dios como nuestro Padre. Ahora continuaremos analizando la estructura de la oración, basándonos en la forma como Jesús nos enseñó a orar.[1] La eficacia o ineficacia de una oración se mide por resultados. Por tal motivo, además de ser insistentes, debemos velar porque nuestra oración esté llegando al Padre de la forma correcta.
También aprendimos que nuestro Padre nos adoptó[2] cuando nacimos de nuevo. Por ejemplo, yo nací de nuevo a los veinte años y, debido a que no viví con mi papá, no me costó mucho trabajo reconocer a Dios como mi Padre; sin embargo, esto podría resultar más difícil para algunos debido al conflicto existente entre la imagen del padre terrenal en comparación con la del Padre Celestial. Además, cuando alguien adopta a un niño podría amarlo como cualquier padre amaría a un hijo, dándole su afecto, su apellido y hasta su herencia; pero lo que nunca podríamos hacer con nuestros hijos es darles nuestra sangre.
Esto no pasa con Dios, quien, además de adoptarnos, nos hace una transfusión de Su Espíritu a través de Cristo.[3] Esto no debería de extrañarnos, pues si nosotros, aun siendo pecadores, le damos lo mejor a nuestros hijos, ¿cuánto más no nos dará Dios, nuestro Padre?[4] Salud, bienestar y prosperidad son los deseos de cualquier padre para sus hijos.[5]
Ahora bien, notemos que Jesús nunca llamó a Dios de otra forma que no fuera “Padre”. De hecho, nadie llama a su papá por su nombre. A mí, mis hijos no me llaman “Cash”, sino papá, viejo, tata, etcétera; pero eso no significa que no me tengan suficiente la confianza como para saber quién soy para ellos. Del mismo pasa con Dios: aunque tiene muchos nombres con diferentes significados a lo largo de la Biblia, al dirigirnos a Él como a nuestro “Padre” no le estamos restando importancia a cada uno.
Traigo a colación esto precisamente porque oración que nos enseñó Jesús también nos enseña que debemos santificar el nombre de Dios, pero sin dejar de verlo como tal: como nuestro Padre con muchos nombres que revelan Su identidad:
Si nos damos cuenta todos estos nombres revelan de una u otra forma la identidad de Dios, pero además la identidad de un Padre amoroso, dispuesto a dar lo mejor para Sus hijos. En pocas palabras, estos nombres son evidencia de Su paternidad para con nosotros. Por eso, cuando en oración santificamos Su nombre lo que estamos santificando son todas estas características que hacen posible que nosotros seamos Sus hijos.
Por lo tanto, al santificar Su nombre y todo lo que ello implica, cuando llegamos a la parte de la oración donde corresponde pedir el pan o la provisión de cada día ya habremos llegado sin afán. ¡Y qué mejor referencia para explicar esto que el mismo Jesús! Sus horas previas a Su crucifixión fueron, sin duda, la más difíciles de su vida en la tierra. Sin embargo, aun estando colgado en la cruz todavía tuvo la serenidad suficiente como para interceder por sus agresores[14] y, más aún, por quienes estaban crucificados a Su lado.[15]
Podemos ver entonces que aun con todo Su sufrimiento (pues lo escarnecieron, lo injuriaron y lo humillaron de la manera más vil), tuvo buen ánimo para amar a otros, llegando a dirigirse a cada momento a Su Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Ante esa situación, ¿quién de nosotros en Su lugar, ya sin nada más que perder, no hubiera devuelto por lo menos un insulto al ladrón que ironizaba contra él en la cruz o a algunos de los soldados romanos que lo humillaba? Sin embargo, Jesús calló.
Pero ¿de dónde obtuvo tanto sosiego y tanta paz a pesar de su dolor? La respuesta no es tan difícil de deducir: de la oración que hizo en Getsemaní[16] antes de que pasara todo aquello. ¿Puedes ver por qué Él no alegó nada antes y durante la crucifixión? Porque en lugar de vociferar contra sus ofensores prefirió hablarlo con Su Padre.
Estoy seguro de que Jesús pudo rebelarse y ahorrarse todo ese calvario, pero la oración que tuvo en Getsemaní lo apaciguó de tal manera que pudo llevar a cabo la tarea que el Padre le había comendado. La tristeza, la angustia, el afán… Todo lo dejó en Getsemaní con Su oración.
Y tú, ¿ya tienes un Getsemaní donde puedas comunicarte con tu Padre? ¿Será tu dormitorio, el jardín de tu casa, la sala cuando no hay nadie, el automóvil? El espíritu siempre está dispuesto a orar, pero debes encontrar tu propio Getsemaní y comprometerte cada día más con la oración insistente y eficaz.
[1] Mateo 6:9-13: Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
[2] Romanos 8:15: Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
[3] Gálatas 4:6: Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!
[4] Mateo 7:7-11: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?
[5] 3 Juan 1:2: Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
[6] Jeremías 23:6: En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra.
[7] Levítico 20:26: Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.
[8] Jueces 6:24: Y edificó allí Gedeón altar a Jehová, y lo llamó Jehová-salom; el cual permanece hasta hoy en Ofra de los abiezeritas.
[9] Ezequiel 48:35: En derredor tendrá dieciocho mil cañas. Y el nombre de la ciudad desde aquel día será Jehová-sama.
[10] Éxodo 15:26: Y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador.
[11] Génesis 22:14: Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto.
[12] Éxodo 17:15: Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi.
[13] Salmos 23:1: Jehová es mi pastor; nada me faltará.
[14] Lucas 23:33-37: Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Y el pueblo estaba mirando; y aun los gobernantes se burlaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. Los soldados también le escarnecían, acercándose y presentándole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
[15] Lucas 23:38-46: Había también sobre él un título escrito con letras griegas, latinas y hebreas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
[16] Mateo 26:36-39: Entonces llegó Jesús con ellos a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro. Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.
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