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La bienaventuranza de los anónimos

30 de abril de 2017

Tiempo de lectura: 7 minutos

El Señor quiere que todo el mundo escuche sobre Él, nos ha dejado el mandato de predicar, de compartir las buenas noticias de salvación. Y para lograrlo, también nos ha dejado la posibilidad de obrar con poder para hacer la obra[1]. Esta gran comisión es de vital importancia. No se trata de una opción, es un mandato que significa vida o muerte para quienes están esperando que prediquemos. Hablamos de la posibilidad de que alguien vaya al cielo o al infierno eternamente. Es hora de que la Iglesia deje de jugar al liderazgo y tome conciencia de su responsabilidad.

En la Escritura, el Salmo 2 es mesiánico porque se refiere a Jesús. El Padre lo llama Su Hijo y lo motiva a pedir las naciones[2]. ¿No es increíble? ¡Jesús no había nacido y el Padre ya le dice que le pida! Algunos aseguran que no es correcto, profundo ni maduro acercarse a Dios para pedirle. Incluso se jactan: “No le pido a Dios, solo lo adoro y lo bendigo”. Si no confían Dios, ¿en quién confían, a quién acuden? De muchas formas, nuestro Señor nos motiva a pedirle, y si nos insiste, es por le agrada que lo hagamos. Claro, es nuestro Padre, y ¿a qué padre no le gusta que sus hijos le confíen sus deseos y le pidan? ¡Nuestros hijos nos piden incluso en el vientre de la madre! Y desde que nacen se encargan de expresarnos sus deseos a través del llanto, aunque la mamá sea la única que lo entiende si llora porque tiene hambre, frío, cólico o sueño. Así que Jesús pidió las naciones, justo porque sería quien vendría a salvarlas, pero no se quedó solo en eso.

De hecho, Él murió para salvarnos, es nuestro mayor intercesor delante del Padre y también desarrolló la mejor estrategia para que Su deseo de obtener las naciones se hiciera realidad: nos encomendó hacer discípulos[3]. Por lo tanto, alegrémonos, porque ¡nosotros somos la respuesta del Padre a la petición del Hijo! Tú que haces discípulos, eres la respuesta de Jesús. Dios te responde a ti y a través de ti. Siento un tremendo honor en ser parte de esa respuesta. ¡Te imaginas! Para que el Padre le entregue las naciones al Hijo, tú y yo somos necesarios. Cuando Jesús sanó a la suegra de Pedro, pasó ministrando sanidad toda esa noche porque le llevaban a los enfermos. Luego, se retiró a orar. Yo creo que Él oró por discípulos que lo ayudaran y cuando Pedro se le acercó, imagino que le dijo: “Eres la respuesta a Mi oración”.

Además, Él les enseñó a orar. En una ocasión, lo hizo porque se lo pidieron. Y les enseñó la hermosa oración del Padre Nuestro[4]. Pero en otro momento, cuando tuvo compasión de las personas porque estaban como ovejas sin pastor, les mandó a orar por obreros porque la mies es mucha y hay que recogerla[5]. Él había ministrado y sanado a las personas, pero la obra no estaba completa, continuaban dispersas y había que reunirlas, cuidarlas, enseñarles. Cuando abres tu grupo y reúnes a las personas, colaboras con Jesús. ¿Cómo crees que Él ve a alguien que cuida de sus ovejas? ¡Lo agradas de sobremanera! Esa es la compasión que necesitamos y debemos tener. Es una gran bendición predicar y sanar, como Jesús lo hizo y como leemos en el verso 35 de Mateo 9, pero sirve de poco sin trabajar por reunirlas y cuidarlas como se explica en el verso 36. A veces, solo se busca lograr el 35, tener un ministerio, ir y venir con invitaciones a predicar, pero el glamour de las plataformas y púlpitos es una cortina de humo si realmente no nos dedicamos a pastorear y cuidar. Jesús dice que la mies es mucha y los obreros pocos, y pide que roguemos por obreros. Todo lo que ves en Casa de Dios es hecho por nuestra gente, el templo, tv, radio, las redes sociales, el CIEM, las Noches de Gloria, los libros y YouTube. Cuando oramos por obreros, ¡aparecen! Porque Dios ya nos dio a las naciones y también nos dará todo para ganarlas y compartirles el Evangelio. Ese es el método que Jesús nos regaló, así que dejemos de pretender lograrlo con nuestros métodos.

¿Qué pasó con la pesca milagrosa? Jesús le dijo a Pedro que tirara la red y él se resistía, pero al final obedeció. Con su método de pescador experimentado, Pedro no logró nada, pero con el método de Jesús, el carpintero, pescó tanto que casi se hunde su barca. No menosprecies el poder de la Palabra de Dios porque es más valiosa que tu título universitario e inteligencia. Y si Él dice que oremos por obreros, hagámoslo. De hecho, demostró que es el método más efectivo, porque además de los doce, fue posible comisionar a otros setenta a quienes envió de dos en dos. Y lo más emocionante es que ellos fueron muy efectivos en su labor[6]. Sabemos el nombre de los doce: Pedro, Juan, Mateo, Lucas, Judas, Bartolomé, Tomás, Felipe, Santiago…ahora, te reto a que menciones un nombre de los setenta. ¡No es posible! Bíblicamente, son anónimos, pero muy importantes. Los doce se sentían tan privilegiados, que incluso se disputaban la preeminencia y cada uno buscaba ser el más importante, al contrario, de los setenta solo se menciona que recibieron instrucciones, las obedecieron y se gozaron de los resultados. ¿Qué recompensa tendrían? Pues nada más y nada menos que Jesús les aseguró su nombre escrito en el cielo y los comparó con niños doblemente bendecidos, privilegiados, a quienes les revelaba grandes verdades, incluso sobre los profetas y reyes. ¡Ni siquiera a los doce les dio esa seguridad! Qué importa quién en el mundo sabe cómo te llamas, sirve al Señor, haz discípulos y tu nombre estará escrito en el cielo. Seamos como uno de esos setenta que no se distrajeron con vanalidades. A los doce, Jesús a veces, incluso, les habló algo intenso, como cuando les preguntó: “¿Hasta cuándo tendré que aguantarlos, hombres de poca fe?” Deja tanta excusa, deja que buscar privilegios, solo sirve al Señor y punto. Eres identificado como alguien obediente y esforzado, ¿qué más quieres? Nadie con esas credenciales se queda sin recompensa. No en las páginas amarillas, no en el grupito del WhatsApp, tu nombre está escrito en el cielo, ¡eso es glorioso!

Esos setenta discípulos nos enseñan otra clave importante para que el modelo de discipulado de Jesús funcione: el gozo. Así que gozo, amor y oración son la fuerza que mueve nuestro motor. ¿Otro elemento importante? El tiempo. Jesús hizo funcionar Su modelo en tres años de intenso aprendizaje que selló con la unción del Espíritu Santo. A los líderes esforzados que hacen sacrificios por sus ovejas, que las cuidan con amor, incluso dan su vida por ellas, Jesús les asegura que son más bienaventurados que los profetas. Hoy que predicamos a Jesús, Isaías estaría aquí anhelando esa doble porción de gozo del Señor. ¡Somos bienaventurados porque hacemos que Dios se regocije!

El amor de las ovejas y del Señor es suficiente para pasar por alto las difamaciones, las dificultades y el cansancio. Perseveremos porque nuestro trabajo no es en vano. Demos gracias al Señor porque tenemos la oportunidad de hacer la diferencia en medio de una sociedad que cierra sus ojos al amor, la gracia y la misericordia que debe caracterizarnos como hijos de quien no escatimó por darnos vida en abundancia. Prediquemos el Evangelio, cuidemos de las personas y compartamos el gozo del Señor. ¡Hagamos la diferencia en nuestro entorno!


[1] Marcos 16:15-18: Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.

[2] Salmo 2:7-8: Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra.

[3] Mateo 28:18-19: Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;

[4] Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.

[5] Mateo 9:35-38: Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.

[6] Lucas 10:1: Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir.

Lucas 10:17-24: Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. Jesús se regocija. En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.  Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Y volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis; porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.

 

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