17 de junio de 2025
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Los padres tienen un potencial para desarrollarlo en relación con sus hijos y los hijos tienen un potencial que crece mientras son formados por sus padres. Por eso la Biblia señala que para que nos vaya bien y seamos de larga vida sobre la tierra, el principio es honrar la autoridad de los padres.[1] Mientras los padres cuidan, instruyen y corrigen a sus hijos también los hijos contribuyen a desarrollar amor, paciencia y propósito en ellos.
La misericordia y la paciencia se comprenden mejor cuando se tiene un hijo, porque se convierte en una motivación que ayuda a caminar en la dirección correcta. Por eso, en medio de la disfuncionalidad de las familias y los diferentes tipos de padres desde los buenos hasta los menos buenos en sus roles, aparece el principio que puede traer sanidad y es la honra a la autoridad que ha sido colocada en los padres.
La clave que las Escrituras establecen es honrar a los padres independientemente de su edad o de cómo sean con sus hijos. Quien honra a su padre recibe el beneficio para que le vaya bien, goce de mejor salud y su vida se prolongue sobre la tierra.
Entonces, la bendición de Dios no tiene que ver con los padres correctos o espectaculares sino con la actitud correcta de honrarles. Dios dice si tienes honra, honor y actúas correctamente te bendeciré.
El ejemplo es el rey David, que desde niño aprendió a honrar a sus padres aunque no tuviera los mismos privilegios de sus hermanos en educación y preferencias sociales, como los vio el padre para pensar de ellos como candidatos para gobernar la nación. En consecuencia, cuando honras Dios te bendice.
Otro ejemplo fueron los hijos de Noé, dos dispuestos a cubrir la desnudez de su padre y uno que no lo consideró importante. La bendición vino sobre quienes honraron la autoridad paterna independientemente de juzgar lo que Noé estaba haciendo. Una generación que no sabe cubrir a sus padres nunca prosperará: hay un poder en la honra que es necesario asimilar.
Todas las relaciones sanas en la vida tienen su origen en casa, pues todo lo que se vive con los padres se reproducirá en la sociedad. Por ejemplo, las heridas emocionales con los padres tienden a propagarse en todos los lazos familiares, laborales y emocionales subsecuentes. Y todo, porque el mismo valor que se le da a los padres, la gente te lo dará a ti. La inseguridad para tomar decisiones empieza dentro del hogar. Quien no supo recibir amor y perdón, tendrá limitaciones para concederlo a lo largo de su vida. Por eso, la sanidad se hace necesaria, porque no existen hogares, padres o hijos perfectos. Entonces, la manera en que nos relacionamos con los padres afectará todo lo demás.
De niños se honra a los padres con respeto y obediencia.[2] De joven honro a mis padres aceptándolos y apreciando su esfuerzo y sacrificios. La aceptación es una clave, pero si no hay un padre presente se debe reconocer que hay un Padre perfecto en los cielos, quien tiene cuidado de nuestra vida.[3] No obstante, el hijo debe ir a su padre comprendiendo que detrás de esas canas hay una historia que debe escuchar. [4] De esa manera, para que haya sanidad en las futuras generaciones los hijos deben sanar en su presente y los papás tienen que sanar su pasado, la comunicación se debe abrir aunque sea incómodo, solo de esa manera vamos a tener generaciones sanas. Honra también es confrontar con sabiduría y camaradería, en un entorno agradable y de amor.
Al analizar cuatro generaciones desde los tatarabuelos se comprende que la honra tiene más que ver contigo y tu futuro que con la conducta de los antepasados, y que esto es tan poderoso que el fundamento de tu futuro se encuentra en la honra a tus padres. Dios dice que debemos afirmar, valorar y no abandonar a nuestros padres.[5] [6]
Cuando Dios te da un hijo te da una misión de vida, pero el primer enemigo de un hijo es un padre no sano. Hay que marcar a los hijos para la vida sin dejarles cicatrices. La única marca que deben llevar es la Palabra de Dios.[7] Los padres que serán honrados, deben ser honorables, hay que proveer una niñez memorable porque los hijos serán niños por un corto espacio de tiempo, pero los padres lo son para toda la vida.
Y si los hijos no conocieron a su padre, es necesario recordar que Dios es el esposo para la viuda y el Padre para el desamparado.[8] Ahora bien, el amor imperfecto de los padres es lo que nos puede llevar a conocer el amor perfecto de Dios.[9] La buena noticia es que si recibiste piedras y serpientes de niño, hoy puedes tener al Espíritu Santo y ser adoptado como un hijo de Dios para tener sanidad y un futuro glorioso.[10]
[1]Éxodo 20:12 (RVR1960): Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da.
[2]Efesios 6:1 (RVR1960): Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo.
[3]Colosenses 3:20-21 (NTV): Hijos, obedezcan siempre a sus padres, porque eso agrada al Señor. Padres, no exasperen a sus hijos, para que no se desanimen.
[4]Proverbios 3:27 (NVI): No niegues hacer un favor a quien te lo pida, si en tu mano está el otorgarlo.
[5]Proverbios 23:22 (RVR1960): Oye a tu padre, a aquel que te engendró; y cuando tu madre envejeciere, no la menosprecies.
[6]Efesios 6:4(NVI): Y ustedes padres, no hagan enojar a sus hijos, sino críenlos según la disciplina e instrucción del Señor.
[7]Mateo 18:6 (RVR1960): Y cualquiera que haga tropezar á alguno de estos pequeños que cree en mí, mejor le fuera que se colgase al cuellos una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.
[8]Salmo 27:10 (RVR1960): Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová, me recogerá.
[9]Lucas 11:11 (RVR1960): ¿Qué padre de vosotros si su hijo le pide pan le dará una piedra o si pescado en lugar de pescado le da una serpiente? Si vosotros siendo malos sabéis dar buenas a Dios a vuestros hijos cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan.
[10]Romanos 8:15-16 (RVR1960): Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.
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