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Le puse mascarilla a mi corazón sin darme cuenta

Le puse mascarilla a mi corazón sin darme cuenta

06 de febrero de 2022

Tiempo de lectura: 4 minutos

En Casa de Dios, dar la vida por los amigos es parte de nuestra visión como iglesia.[1] Esto no solo quiere decir que si una flecha fuera lanzada al pecho de un amigo tuyo te debes atravesar para que te impacte a ti y no a él. Dar la vida por los amigos es mucho más que eso.

En uno de los capítulos de La cuarta dimensión, libro del pastor coreano David Yonggi Cho —quien llegó a tener la iglesia más grande del mundo— se cuenta esta historia:

Eso sucedió durante la guerra de Corea, cuando quinientos pastores fueron capturados y fusilados inmediatamente, y dos mil iglesias evangélicas fueron destruidas. Los comunistas se portaron sádicamente con los pastores. La familia de un pastor fue apresada y los líderes comunistas los sometieron a lo que ellos llamaban un “tribunal del pueblo”. En estos famosos tribunales, los jueces siempre preguntaban: “¿Es este hombre culpable de tal crimen? ¿Debe ser castigado por este crimen?” Y en el caso de este pastor, la respuesta unánime del pueblo fue: “Es culpable, que sea castigado”. Acto seguido, los comunistas cavaron un gran hoyo y pusieron dentro al pastor, a su esposa y a varios de sus hijos pequeños. Entonces, el líder del pueblo le dijo: “Por todos estos años que ha enseñado y predicado al pueblo la superstición de la Biblia, si ahora públicamente delante del pueblo quiere retractarse de su equivocación, usted y su familia serán liberados. Pero si persiste en su superstición, usted y toda su familia serán enterrados vivos. Es su decisión”. Los niños que estaban en ese hoyo con su papá, empezaron a decir: “Papito, papito, piensa en nosotros”.

En este punto el pastor Cho una pausa para preguntarnos: “¿Qué hubieras hecho tú en su lugar?”, y añade: “Yo soy padre de tres hijos y prefiero verme arrojado al fuego antes de verlos sufrir tan inicuamente”. Luego, continúa el relato:

Este pastor fue conmovido por el clamor de sus hijos y dijo: “Sí, sí voy a negar mi…”, pero antes de que terminara su frase, su esposa lo interrumpió para decirle: “Mi amor, no niegues nuestra fe”, y dirigiéndose a sus hijos, esa valiente mujer dijo: “Silencio, chicos, no teman porque esta noche vamos a cenar con el Rey de reyes y Señor de señores”. La misma madre comenzó a cantar y a guiar a sus hijos en el himno y todos se unieron en este canto triunfal. Los comunistas empezaron a echar paladas de tierra hasta que la familia entera quedó cubierta”.

Estas son personas que dieron su vida por amor a Cristo y a Su Evangelio. Quisiera que reflexionáramos ahora nosotros: ¿qué hubiéramos hecho en su lugar? ¿Aún estamos dispuestos a dar la vida por Cristo? Nosotros, a diferencia de esa familia, tenemos la dicha de estar en un país libre donde podemos practicar libertad de culto. Pero ¿aún estamos dispuestos a dar la vida?

El Señor nos poda para que podamos dar mucho fruto, pero para un cristiano dar mucho fruto también implica dar la vida unos por otros.[2] Esa es una señal de que somos hijos de Dios. Mi sueño siempre ha sido que a los cristianos nos reconozcan más por nuestras buenas acciones que por nuestra forma de culto.

Hace unos días, mi esposa y yo íbamos en nuestro vehículo y vimos un accidente: una mujer en moto fue atropellada. Mi esposa, quien iba al volante, me dijo que fuera a ver si la mujer estaba bien, pero yo me quedé frío: no quería ir. Era más fuerte mi comodidad, acaso una inconfesable indiferencia. “Si no voy yo, de todas formas, alguien más lo hará”, pensé entonces. Sin embargo, el Espíritu Santo me habló en ese momento y me dijo: “¿En qué momento le pusiste una mascarilla a tu corazón? ¿Aún estás dispuesto a dar la vida por Cristo y por las personas?” Entonces no lo dudé más y me bajé el auto para acercarme a la mujer. Lo primero que le pregunté fue si estaba bien. Afortunadamente llegaron los bomberos, la atendieron y la llevaron al hospital.

Esta experiencia me hizo pensar en tres situaciones que, aunque no lo parezca, también están relacionados con quitarnos cualquier mascarilla del corazón y dar la vida por nuestro prójimo: 1. Pregunta a las personas cómo están, y hazlo no como una cortesía, sino con un interés sincero. 2. Exprésales que estás para servirles, pregúntales en qué puedes hacerlo, y sírveles de corazón. Y 3. Hazles sentir que estás con ellos y acompáñalos genuinamente en los momentos buenos, pero también en los malos.

La sangre y cuerpo de Cristo fue entregada por nosotros. Fue por Su gracia que fuimos salvos. Nos rescató, nos cubrió con Su amor y nos sigue transformando de gloria en gloria. Ese es el mejor ejemplo de dar la vida por los amigos. Dar la vida por los amigos implica sacrificio y desgaste; implica quitarnos cualquier mascarilla de comodidad o supuesta seguridad. No cometas el error de creer que mientras más avanzas en tu ministerio menos desgaste habrá, pues en realidad es todo lo contrario; pero te aseguro que Dios te recompensará por todo el amor que has puesto en cada persona.


[1] Juan 15:12-13: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.

[2] Juan 15:13-17: Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé. Esto os mando: Que os améis unos a otros.

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