17 de junio de 2018
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Mis padres se separaron cuando yo era muy pequeño, desde entonces, quedé bajo el cuidado de mi mamá. A pesar de que pude ver en su separación una excusa para crecer frustrado o resentido, nada de eso sucedió porque tenía a Dios en mi corazón. Entender la paternidad del Señor me hizo ver la vida de otra forma. Antes del Nuevo Testamento no se mencionaba a Jehová como nuestro Padre y Jesús vino a salvarnos y a regalarnos esa hermosa revelación para que ya no lo viéramos como aquel ser poderoso, distante y hasta secreto que se manifestaba en el Antiguo Testamento sino como nuestro padre adoptivo, por lo que ahora somos hermanos en Cristo. Al descubrir a Dios de esa forma, pude disfrutar del amor que se demuestra y recibe de un padre.
Por muy malos que seamos como hijos, nuestros padres nunca nos dejarán solos, por lo tanto, es un error creer que en la calle podremos encontrar mejor consejo y cariño que en nuestra propia casa. El deseo de que siempre nos vaya bien nace en el Padre.[1] Si nuestros padres nos piden que nos abriguemos bien es porque no quieren que nos enfermemos, y si nos insisten en estudiar es porque desean un futuro prometedor para nosotros.
Mi esposa y yo le pedimos a Dios tres cosas concretas respecto a nuestros hijos: primero, que fueran saludables; segundo, que lo amaran a Él más que a nosotros; y tercero, que fueran humildes y sencillos de corazón, pues sabemos que las personas humildes reciben gracia de Él.
Agradezco a mis padres que ninguno me hablara mal del otro. A veces los divorcios y las separaciones son inevitables, pero sí podemos evitar que los hijos tomen partido en el conflicto. Un día, mi papá apareció en la iglesia ―yo llevaba muchos años de no verlo― y lo primero que me dijo fue que mi madre había hecho un gran trabajo al educarme. “Ella hizo de vos un hombre de provecho”, me dijo. De esa forma me validó, además de validar el trabajo y esfuerzo de mi madre. A pesar de su separación, en el cumpleaños de mi mamá nunca faltó una llamada de él.
Como sociedad, aceptamos la idea de amar a nuestro prójimo, pero no la de amar y bendecir a quienes nos aborrecen; pero como cristianos debemos obedecer esa instrucción.[2] Además, como buenos padres no podemos ser amargados y enseñarle a nuestros hijos a ser rencorosos, porque el corazón que perdona se mantiene saludable y eso es lo que deseamos para nuestros hijos.
Nuestro Padre desea que nos vaya bien en la vida. Él bendijo de muchas maneras al pueblo de Israel y a cambio solo pidió que nunca lo olvidaran. Sin embargo, nos bendecirá aunque lo olvidemos. Además, los padres siempre amaremos y buscaremos la forma de bendecir a nuestros hijos. Mi hija Ana Gabriela y su esposo decidieron ir a Portugal a continuar la obra del Señor. Claro que la extraño mucho y desearía tenerla conmigo, en mi casa, pero lo cierto es que ella estará mejor adonde el Señor la llame y mi corazón de padre se llena de felicidad al verla realizada.
Recuerdo la historia de Fernando Botero, el pintor y escultor colombiano. Sus esculturas elefantiásicas ahora adornan las plazas más prestigiosas alrededor del mundo. En su época de mayor pobreza, y siendo padre de familia, le preparaba a sus hijos una sopa de tomate a la que le metía ojos de plástico. Cuando los niños encontraban esto dentro de la sopa, perdían el apetito. De esa forma tan extraña, él procuró quitarles el hambre a sus hijos y cada día tenía que encontrar una forma distinta de lograrlo.
Como padres de familia, nos toca estar atentos a lo que aprenden nuestros hijos cuando aún están bajo nuestra tutela, pues hay mucho aprendizaje que ellos podrían tomar de malas fuentes. Mis hijos crecieron en un hogar donde aprendieron a bendecir a quienes los maldicen, para que sea nuestro Padre celestial quien valide su identidad como hijos. No olvides que el buen padre de familia hace confesiones de fe para el futuro de su familia[3], declara que todo lo puede por amor a los suyos y que les irá bien, incluso cuando la realidad no es tan positiva. ¡Bendigamos a nuestros hijos enseñándoles los principios de vida que hemos aprendido de nuestro Padre celestial! Demos gracias al Padre por ellos, démosle toda la provisión y el amor que necesitan para su desarrollo integral y espiritual; no olvidemos que ellos ven en nosotros un ejemplo a seguir.
[1] 3 Juan 1:2: Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma.
[2] Mateo 5:43-45: Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.
[3] Filipenses 4:11-13: No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
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