06 de mayo de 2009
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Herederos y sucesores:
Somos heredero de Dios y coheredero con Cristo. Al recibir a Jesús nacemos de nuevo y más que criaturas, somos hijos del Señor.
Proverbios 30:21-23 Por tres cosas se alborota la tierra, Y la cuarta ella no puede sufrir: Por el siervo cuando reina; Por el necio cuando se sacia de pan; Por la mujer odiada cuando se casa; Y por la sierva cuando hereda a su señora.
Hay que comprender el contexto, nadie espera que un siervo reine o que un necio reciba bienestar económico. La Biblia nos habla de una sierva que se vuelve heredera, no sucesora. Lo más probable es que esta señora no tuviera hijos, o los hijos que tenía menospreciaban la herencia. Hay herencias que cambian de mano. Esaú y Jacob son un ejemplo de ello. Se supone que Esaú era el primogénito y su padre lo iba a bendecir pero vendió su primogenitura por un plato de lentejas. Así que la primogenitura, con todo lo que implica, pasó a ser de Jacob. Es necesario que abramos los ojos a las bendiciones que Dios tiene para nosotros por el simple hecho de ser sus hijos. No somos sus sucesores pero sí sus herederos.
Génesis 24: 1-10 nos comparte: Era Abraham ya viejo, y bien avanzado en años; y Jehová había bendecido a Abraham en todo. Y dijo Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano debajo de mi muslo, y te juramentaré por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac. El criado le respondió: Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra. ¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Y Abraham le dijo: Guárdate que no vuelvas a mi hijo allá. Jehová, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra de mi parentela, y me habló y me juró, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra; él enviará su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo. Y si la mujer no quisiere venir en pos de ti, serás libre de este mi juramento; solamente que no vuelvas allá a mi hijo. Entonces el criado puso su mano debajo del muslo de Abraham su señor, y le juró sobre este negocio. Y el criado tomó diez camellos de los camellos de su señor, y se fue, tomando toda clase de regalos escogidos de su señor; y puesto en camino, llegó a Mesopotamia, a la ciudad de Nacor.
Dios habló a Abraham para bendecirlo pero él no tiene a quién heredar la bendición. Solamente tiene a su sirviente Eleazar. Generalmente los padres de familia pensamos en dar algo valioso a nuestra descendencia. Vemos a nuestros hijos como herederos pero no como sucesores. Lo ideal es que ambos roles se combinen. Cuando una familia prospera en su negocio se espera que uno de los hijos se prepare para asumir la dirección de la empresa. Sin embargo, ocurre que los hijos tienen su propia vocación y desean ser profesionales en otra área. Esto no es malo, pero lo ideal es que se preparen para ser herederos y también sucesores.
Hijos que merecen heredar
En el Antiguo Testamento, el grado más alto al que se podía optar era de amigo de Dios. A Moisés le dijo “mi siervo”; a Abraham, “mi amigo”. Antes del sacrificio de Jesús solamente podíamos optar al grado de “amigos”, después de Él, podemos ser llamados “hijos”. Muchos se equivocan al decir: “Yo quiero ser amigo de Dios”. Definitivamente es mejor ser Su hijo porque también implica la relación de amistad. Los padres e hijos deben ser amigos sin olvidar su categoría de familiares íntimos. Uno de mis hijos me dijo: “Papi quiero que seas mi mejor amigo”. Yo le dije: “No te equivoques, porque no puedo dejar de ser tu papá. Amigos puedes encontrar muchos, pero papá, sólo uno”. No sean sólo amigos de Dios si ya son hijos. Yo tengo muchos amigos pero es obvio que amo más a mis hijos.
Recuerda que los amigos no heredan. Jamás pasemos la vergüenza de que alguien herede por nosotros sin ser hijo. Si como hijo renuncias a tu derecho cualquier amigo o siervo se podría quedar con lo que te pertenece. Para que un siervo herede, el amo debe carecer de descendencia. La Palabra nos enseña de siervos fieles que bendijeron la vida de sus amos.
Lealtad sin límites
2 Reyes 5:1-4 nos relata: Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra. Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel.
Naamán era un hombre virtuoso pero padecía una enfermedad desagradable aunque no se sentía humillado. Su sierva era una esclava que le honró. Era la única que sabía lo que se escondía debajo de la valiente armadura. Se encargaba de lavar y planchar las prendas. Tal vez incluso le tocaba despegar pedazos de carne de la ropa de su amo. Pudo pensar muchas cosas negativas pero su dedicación la hacía candidata a recibir agradecimiento. A este hombre su sirvienta lo favorece y le ayuda a recuperar la salud. Al morir Katherine Cullman, la mujer de los milagros, se formó un alboroto porque heredó toda la riqueza que Dios había puesto en sus manos a los dos ancianos que la cuidaron durante su enfermedad. Jamás desprecie a alguien por su condición social porque puede ser la persona que Dios use para bendecirte.
En Lucas 7:1-9 leemos: Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum. Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir. Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga. Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
Aquí tenemos otra historia que ejemplifica la fidelidad y lealtad digna de recompensa. Este centurión era un romano que tenía un amplio círculo de relaciones y tenía una inteligencia social sorprendente. Estaba bajo autoridad y además tenía soldados que respetaban su autoridad; tenía gracia delante de Dios e influencia sobre los ancianos judíos porque les hizo un templo. Es bueno aprender esto. No todas las personas que frecuentas tienen la misma condición social o económica, pero debes relacionarte sin discriminar a nadie. Bendigo a Dios porque en Coatepeque nadaba en la piscina de los chalets de mis amigos y también iba al estanque municipal. Mi círculo de amistades era muy amplio. A veces tenía sólo para mi entrada, entonces pedía colaboración para ajustar el costo de la entrada de otros.
Recuerdo que cuando recibí al Señor, yo trabajaba en la ciudad de Guatemala y le compartí a todos sobre Jesús pero casi nadie quiso recibirlo. Empecé a repartir unos tratados en la calle, invertí todo lo que pude pero necesitaba más documentos. Entonces fui con los que no quisieron aceptar a Jesús en su corazón y les dije: “Ustedes no quisieron, pero hay otros que quizás sí quieren; así que denme Q10.00 cada uno porque necesito comprar más de estos tratados para regalarlos en la calle”. Todos colaboraron.
Cuando aceptas a las personas sin rechazar a nadie desarrollas inteligencia social que luego es útil. El centurión, además de buenas relaciones tenía dinero y sabía utilizarlo. Construyó la sinagoga solo, sin ayuda financiera de nadie. Adoptó la religión del pueblo que estaba bajo su gobierno. Cuando su sirviente enfermó tuvo la oportunidad de recibir la cosecha de lo que había sembrado y la aprovechó. Cierta vez un hombre me pidió intercesión por su suegro enfermo de cáncer. Dijo que no era cristiano pero que era bueno y que le había construido su iglesia a los hermanitos de la finca. Entonces, le dije: “Te voy a dar una Palabra: Hubo un hombre que hizo un templo y a cambio de eso pidió salud para su siervo y se le concedió. Si Jesús lo hizo una vez, lo puede hacer otra vez. Dile que por cuanto hizo ese templo, será sano”. Y el Señor obró el milagro.
Amar y dar
Los ancianos le dijeron a Jesús: “hay un hombre que es digno que le concedas esto, porque nos ama y nos ha construido una sinagoga”. Se puede dar sin amar pero jamás se puede amar sin dar porque el amor se refleja en obras. El centurión era un hombre que sabía dar, por lo tanto, nunca tuvo pena de pedir. Aprendes a pedir cuando sabes dar. Además, era humilde porque a pesar de tener la capacidad de llevar a su enfermo donde un médico, tuvo fe y confió en el poder de sanidad de Jesús.
También es muy aleccionador notar que a pesar de todo, no se sentía digno de recibir al Señor. Esto nos da indicios de que tal vez su conducta no era del todo correcta y probablemente el sirviente guardaba sus secretos porque era el único que vivía bajo su mismo techo. Este era un siervo capaz de heredar a su amo.
Fidelidad a toda prueba
Ahora existe poca fidelidad. Si te invitan a cenar a casa de unos amigos que se esmeran en atenderte, no es correcto que los critiques al día siguiente. En vez de agradecer las atenciones, terminas hablando del sillón roto que viste. Cuando te abren las puertas de un hogar, lo mínimo que puedes ofrecer es agradecimiento. Aprende a ser fiel y leal, digno de heredar.
Cuando tu jefe tiene problemas financieros recuerda la oportunidad que te dio y la paga puntual que recibiste durante mucho tiempo. Piensa que tal vez tiene hipotecadas sus propiedades para poder pagar la planilla, y dile: “En qué puedo servirle, yo he estado con usted en las buenas y me va a tener en las malas. Mi familia está padeciendo, pero la suya ha de estar peor”. Todos representamos al Señor y a Guatemala. Yo siento una gran responsabilidad por representar bien a mi país donde quiera que vaya. No falta quien diga: “En su país están fregados con tanta violencia”. A lo que respondo: “Sí, pero creo que le están exagerando un poco porque los chapines somos gente linda que anhela la paz. No todos son violentos.” Pero hay otros guatemaltecos que dicen: “Es una desgracia, el país se va a hundir, no aguanto más”. Hablar así del lugar que te vio nacer y te provee el sustento es un error. Recuerda que el maíz y las verduras que comes son frutos de esta tierra. Dios te ha puesto en el país donde vives y debes demostrar fidelidad. Hay mucha gente cristiana que se jacta de que Dios le entregó la nación. De ser así, no puedes quejarte de aquello que te ha dado. Un día escuché el himno nacional y no podía dejar de llorar al tomar conciencia de todo bello y digno que confesamos con esa canción.
Jóvenes, el hecho que tus padres no te den permiso o dinero para todo lo que quieres, o se descontrolen de vez en cuando, no te da derecho a hablar mal de ellos con tus amigos. Regresa a la senda del respeto, la lealtad y la discreción. Necesitamos replantear nuestros valores. El centurión pensaba que sus pecados no lo hacían digno, pero su conducta humilde lo hacía merecedor de recompensa. Hay personas que no se creen dignas por dos o tres errores cometidos. Quizá Marta y María tenían más errores pero sí se creían dignas de comer con Jesús.
Como pastor sé muchas cosas de mis ovejas y no todas son agradables, pero mi trabajo es orar por su conversión y darles oportunidades de volver al Señor. Cuando alguien me cuenta un problema o pecado ministro sin indagar morbosamente sobre los detalles. Si una mujer se acerca a confesar que tropezó y cayó con un hombre, no empezamos a preguntar el cómo, cuándo y dónde. Simplemente la restauramos.
Ahora tienes la oportunidad de prometerle fidelidad y lealtad a Dios, a tus hermanos y a tu nación. Es inevitable que las personas se cambien de iglesia, pero los mando a callar cuando vienen e intentan hablar mal de su pastor. Si hoy hablan de él, mañana hablarán de mí. No hay herencia para un siervo así. En Casa de Dios oramos por todos sin distinción aunque alguno me haya criticado anteriormente. Entrégale tu corazón al Señor y pídele que te haga una persona leal y fiel.
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