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Llegó la hora de edificar II

Llegó la hora de edificar II

02 de diciembre de 2017

Tiempo de lectura: 3 minutos

Dios quiere que edifiques algo significativo con la vida que te dio. El lugar en el que naciste no fue casualidad, sino que Él te colocó estratégicamente allí para marcar la diferencia en tu país. Todo lo que Dios hace siempre lo empieza con un plan. ¿Ya tienes ese plan? Quizá no tengas idea de cómo será, pero puedes empezar anotando algunos puntos clave. ¿Quieres edificar una iglesia, ser un músico, convertirte en un empresario? ¡Díselo! Todo empieza con un plan corto. La misión de nuestra iglesia el Sudáfrica es un plan que se resume en influenciar al mundo, alcanzar a las personas e impactar sus vidas. Con esa misión bien definida surgió en un lugar poco impresionante y sin nada que se pudiera destacar del entorno. Todo empezó en un salón pequeño, sirviendo a un Dios grande, y no pensamos en quién llegaría a congregarse o quién nos llegaría a conocer, sino en servir de corazón a un Dios grande. Él compensa a todos los que le sirven, así que nunca subestimes lo que puede hacer en ti.

Si realmente deseas edificar una vida significativa, no solo debes tener un plan: también debes añadirle valor a eso. No tiene sentido esforzarnos tanto en edificar una vida si eso no le añadirá valor a alguien más. Tu vida debe estar diseñada para añadirle valor a otros, no solo recibirlo. Es fácil quedarse sentado en un lugar cómodo y recibir en vez de dar, y aunque a veces también recibiremos, nuestra vida no solo puede consistir en abrir la mano para recibir. En los planes de Dios jamás estuvo que fuéramos personas que solo reciben, sino que también contribuyen a la vida de los demás. Él no quiere que seas alguien ocioso, incapaz de transmitir fruto y valor.

La Biblia nos enseña acerca de eso con Jesús ante la higuera que no daba fruto[1] y ante los mercaderes del templo[2]. Ambas historias están conectadas de algún modo, pues tanto la higuera como los mercaderes no aportaban ningún tipo de valor: la higuera tendría que dar fruto y el templo tendría que estar diseñado para darle un valor espiritual a las personas.

Si quieres edificar tu vida, no puedes vivir solo como un consumidor: también tienes que producir, añadir valor desinteresado a los demás. La misma esencia de Cristo es el desinterés: dar la vida por el bien de otros. Tienes que marcar el cambio en ese sentido, caracterizarte por dar, no solo por pedir. No permitas que digan de ti: “Allá viene Fulano, me pregunto qué nos pedirá ahora”.

Cuando cursé el bachillerato, Dios me habló sobre la manera de cambiar la vida de mis amigos. De inmediato le dije: “¿Yo? Pero si ni siquiera soy famoso, ni atractivo, ¡no sé qué quieres que haga!”, pero Él quiso que intercediera por mi escuela y así lo hice. Todos los días me levantaba temprano en la mañana, me iba al sótano de mi casa y allí invertía el tiempo que fuera necesario para interceder por mi escuela. Así lo hice, con mucha constancia, pero nunca vi un cambio inmediato. Apenas algunos cuántos amigos le llegaron a entregar su vida a Cristo, pero no vi ese avivamiento que esperaba. Aun así, no dejé de interceder aunque pareciera que Dios no escuchaba; sin embargo, años después alguien me contó que por lo menos doscientos alumnos se reunían a orar en el gimnasio de la escuela ―pues era el único lugar donde alcanzaba tanta gente―; y eso que ni siquiera se trataba de un colegio cristiano.

Siempre habrá algo que podamos hacer para añadirle valor a la vida de alguien más. Fuiste diseñado para marcar algo significativo en este mundo en el que Dios te dio la vida. Desde orar hasta dar palabras de ánimo a alguien que lo necesita, hay muchas formas en las que puedes marcar ese impacto. No vivas como alguien que solo espera recibir de la gente, sino como alguien que también puede dar, sin importar las situaciones adversas.


[1] Marcos 11:12-14: Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas, fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos.

[2] Marcos 11:16-17: Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

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