28 de abril de 2019
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Sabemos que Dios nos acompaña y que tiene promesas para nosotros, pero ¿cuántos tendremos el coraje para conquistarlas? ¡Muchas veces somos derrotados por nuestra propia cobardía! Por eso quiero explicarte estas tres formas de ver nuestra fe.
Analicemos cómo vemos a Dios: si como a un juez o como a un padre amoroso; si como a alguien que demanda perfección o alguien que nos ayuda a ser mejores. Porque no basta creer en Dios, también hay que hacerlo de la forma correcta.
Mi esposa me cuenta que cuando me vio por primera vez pensó que yo era creído, pero cuando me conoció cambió su percepción de mí. De igual forma nos pasa con Dios. A veces creemos que Él nos espera en la puerta de la iglesia para darnos un chancletazo por nuestros pecados, pero lo cierto es que siempre está con los brazos abiertos para abrazarnos. Todo lo que podamos creer sobre Él cambia podría cambiar cuando nos acercamos y lo conocemos. Él quiere que crezcamos en nuestras convicciones por medio de la Palabra, la oración y el testimonio porque con ellas también crece nuestra fe.
¿Te tirarías de espaldas a un grupo de amigos sabiendo que te sostendrán y no te dejarán caer? Seguramente sí, pero no es lo mismo “creer” que entre todos tienen fuerza para sostenerte que “confiar” en que en verdad te van a sostener. Hay personas que se quedan con la creencia, pero les cuesta confiar y la confianza con Dios solo llega cuando tenemos una relación con Él.
Cuando recién aprendemos a hacer algo nos falta confianza, pero la ganamos después de tener práctica, persistencia y constancia. Es como cuando empezamos a manejar automóvil en una ciudad congestionada: solo tendremos confianza hasta que lo hagamos todos los días.
Una vez mi papá me dijo: “Nunca conseguí nada por lo que me haya afanado, pero siempre conseguí todo por lo que creí”. El afán no lleva a nada, la confianza sí. No es lo mismo creer que Dios es nuestro proveedor que confiar en que nos proveerá. Si estás en medio de una prueba es porque Él está trabajando en tu confianza y al salir de la prueba no serás el mismo que cuando iniciaste.
Para conquistar la tierra prometida, los israelitas tuvieron que salir de su zona de confort en el desierto y armarse de coraje.[1] No basta con creer que hay una tierra prometida: hay que tener coraje para conquistarla; de igual modo, no basta con creer en las promesas del Señor: hay que tener coraje para alcanzarlas. Como Él estuvo con Josué y con Moisés, también estará contigo y te seguirá adonde vayas[2] porque te ama.
No te acomodes ni te acostumbres al dolor porque Dios también necesita de tu coraje para sacarte adelante. No temas a las pruebas o a los nuevos retos porque Él siempre estará contigo. La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder y trae grandes resultados, así que pídele a nuestro Padre que te dé coraje para superar las pruebas y alcanzar sus bendiciones.
[1] Números 13:25-33: Y volvieron de reconocer la tierra al fin de cuarenta días. Y anduvieron y vinieron a Moisés y a Aarón, y a toda la congregación de los hijos de Israel, en el desierto de Parán, en Cades, y dieron la información a ellos y a toda la congregación, y les mostraron el fruto de la tierra. Y les contaron, diciendo: Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac. Amalec habita el Neguev, y el heteo, el jebuseo y el amorreo habitan en el monte, y el cananeo habita junto al mar, y a la ribera del Jordán. Entonces Caleb hizo callar al pueblo delante de Moisés, y dijo: Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos. Mas los varones que subieron con él, dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros. Y hablaron mal entre los hijos de Israel, de la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos.
[2] Josué 1:1-6: Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. Yo os he entregado, como lo había dicho a Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie. Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Éufrates, toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se pone el sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la daría a ellos.
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