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Se viene una Iglesia poderosa

02 de diciembre de 2016

Tiempo de lectura: 5 minutos

El mundo pide a gritos una Iglesia que actúe, que seamos lo que decimos ser porque parece que hemos decaído. He sido testigo de congregaciones que se han dividido, que han sido destruidas con solo una murmuración, ¿cómo ha podido suceder, si Jesús dijo que el infierno no podría contra nosotros[1]? En este tiempo nos corresponde renovarnos, porque los retos que enfrentaremos son grandes, así como grande será el avivamiento.

Cuando leo el relato de la última Pascua que Jesús celebró, me gusta revivir los hechos, imaginando a los discípulos como los humanos que eran, muchas veces desconcertados frente a lo que su Maestro hacía, acciones de amor que seguro los destanteaban. Yo creo que mucho de lo que vieron fue difícil de comprender, pero todo tenía un propósito. Durante esa última cena, Jesús tenía plena conciencia de que Su hora había llegado y no tenía tiempo que perder[2]. Dios le había dado poder para hacer lo que quisiera, pudo decidir no ir a la cruz o enviar a alguien más, pero obedeció y cumplió Su propósito. ¿No sería genial tener ese súper poder para hacer lo que queramos? ¿Seríamos capaces de obedecer y amar como Jesús amó, si tuviéramos esa capacidad ilimitada?

Sabemos que Jesús nos expresó Su amor en la cruz, pero también lo hizo de otras formas durante Su vida. Por ejemplo, esa noche de la cena de Pascua, lavó los pies de sus amigos. Ellos seguramente quedaron sorprendidos porque su Maestro estaba haciendo algo que no se hacía, ya que lavar los pies era una actividad de sirvientes y esclavos. Al hacerlo, Jesús se faltaba el respeto a sí mismo. Por eso, Pedro le dijo que no dejaría que lo hiciera. Y Jesús le respondió: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. Así que Pedro accedió y hasta le pidió que le lavara las manos y la cabeza. Esa fue una lección de humildad, servicio y amor. Debemos ser capaces de ese nivel de entrega en la Iglesia de hoy.

Luego, Jesús les dijo que había un traidor entre ellos. Realmente podríamos decir que todos lo traicionaron porque Pedro lo negó tres veces, no pudieron velar con Él y la mayoría huyó cuando Jesús fue apresado. ¿Pensamos que hubiéramos actuado diferente? Tengamos cuidado con lo que condenamos porque todos hemos fallado en algún momento. Así que concentrémonos en ayudarnos, no en señalarnos y juzgarnos.

Sabemos que el primer mandamiento en el Antiguo Testamento es amar a Dios con todo lo que somos y amar al prójimo como a nosotros mismos, pero Jesús lo cambió al decir que el mandamiento más importante es: “Ámense como Yo los he amado”. El cambio es importante porque se puso como parámetro y modelo; ya no importa cómo amas tú o yo, sino cómo ama Él. La Iglesia más efectiva, la que Dios levantará, es una que lave los pies a los que se equivoquen, a los traidores, a los pecadores, a nosotros mismos. Nuestras tradiciones, divisiones, nuestras interpretaciones ya no serán lo más importante, porque será una Iglesia que tendrá el corazón de Jesús. Para la nueva generación ya no será tan importante lo que te guste sino lo que le guste al Señor. Me interesa muchísimo esta generación de jóvenes ya que serán quienes ministrarán a mis hijos, a los niños pequeños que constituyen el reto más grande que hemos enfrentado. Debemos prepararnos porque son una generación exigente que representa un enorme desafío. Solo quienes tengan el corazón de Jesús podrán amar y constituir una Iglesia poderosa.

De hecho, ahora debemos cambiar nuestro enfoque y terminología. Dejemos de decir que vamos a la iglesia, porque somos la Iglesia. Iglesia debe ser un verbo no un sustantivo, es acción no un concepto abstracto. Me gusta convertir la palabra en un verbo en infinitivo “iglesiar” que significa salir al encuentro de aquel que se equivocó, lavarle los pies, ir a buscar, restaurar, sanar, obedecer el nuevo mandamiento con el corazón de Jesús, amar como Él amó. Hacer Iglesia no es apuntar con el dedo y condenar a quienes se equivocan. No debemos ir a la iglesia, debemos hacer Iglesia. Entonces, Jesús nos reconocerá como Sus enviados.

Se viene una Iglesia distinta, renovada, donde debemos amar genuinamente. Demos la vida por nuestros niños, jóvenes y líderes. Se viene una Iglesia poderosa. Si el mundo pide a gritos a Jesús, seamos Jesús.


[1] Mateo 16:18: Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

[2] Juan 13:1-21: Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis. No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar. Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy. De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. Entonces los discípulos se miraban unos a otros, dudando de quién hablaba. Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto.

 

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