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Su sacrificio nos salvó

08 de abril de 2012

Tiempo de lectura: 3 minutos

 

Valoramos lo que nos ha costado esfuerzo, pero en el caso del sacrificio de Jesús, debemos demostrarle que le agradecemos Su infinito amor al morir por nosotros en la cruz. Todo regalo es valioso porque es una muestra de cariño y debe agradecerse. Dios nos ha regalado vida y salvación, ¡no hay obsequio más valioso!, y debemos agradecerlo infinitamente.

Cada año, reservamos una semana para recordar Su pasión, muerte y resurrección porque queremos conmemorar ese hecho que nos dio salvación y nueva vida. Durante ese tiempo, recordamos cómo fue herido de muchas formas, con un látigo que demolió Su cuerpo, con golpes, con empujones, insultos y escupitajos. Fue coronado con espinas y crucificado para que muriera de forma dolorosa y humillante. Su sacrificio era necesario para que el plan de salvación del Padre se cumpliera, porque la paga del pecado es muerte y alguien debía cumplir esa condena en nuestro lugar.

Por supuesto que ninguno de nosotros pidió que así sucediera. Nadie le dijo a Jesús: “Por favor, carga con mis culpas, con mi enfermedad y mi pobreza”. Él lo hizo voluntariamente por amor. Es como si Jesús se acercara a cada uno y dijera: “Dame tu enfermedad, Yo la padeceré, Yo la tomo, dame tu pecado y tu pobreza, Yo cargaré con ello”1. Por eso, Su sacrificio es el regalo más grande que hemos recibido y no podemos menospreciarlo o ignorarlo, al contrario, debemos agradecerlo eternamente. Ciertamente no nos costó nada, de hecho, Él lo hizo para evitarnos el sufrimiento, pero es nuestro deber demostrarle que Su sacrificio valió la pena y que lo agradecemos con nuestra vida entregada a Su amor y alejada del pecado.

Todos moriremos, este es un hecho inevitable, pero sabemos que morir no es el final porque Jesús nos dio la vida eterna con Su muerte y resurrección. Él despojó al diablo de la potestad que tenía sobre nuestra existencia. Desde el momento de la resurrección del Señor, ya no hay condena, sino salvación para todos2. Antes de ese hecho glorioso, el diablo podía presentar un acta contra nosotros para condenarnos a la muerte eterna, pero esa prueba ya no existe, porque Jesús pagó el precio por nuestra vida presente y futura.

El día de Su muerte, la Biblia cuenta que el velo del templo se rasgó por la mitad para que tuviéramos acceso directo al Padre. Así que a partir de ese momento, podemos acercarnos como hijos Suyos a adorarle y agradecerle Su amor. Ahora sabemos que la muerte es solamente el paso a una nueva vida y que mientras eso sucede, Su plan perfecto también tomó en cuenta nuestra existencia en el mundo, por eso, Jesús, además de nuestros pecados, tomó nuestras enfermedades y se hizo pobre para que tuviéramos la posibilidad de una buena vida. Su regalo es de bendición eterna.

Él tomó nuestro lugar de maldición y muerte. Lo castigaron por los pecados que no había cometido, lo crucificaron y lo sepultaron, pero ¡ese sepulcro quedó vacío! Ya no hay más lamentos, sino alegría y promesas de vida en abundancia. Agradécele Su sacrificio con tu vida de perdón, amor y servicio. Nunca olvidemos lo que hizo por nosotros, nunca dejemos de valorarlo y reconocerlo, porque el amor de nuestro Dios es extraordinario.

Llegará un día cuando tendrás a Jesús frente a ti, podrás ver las cicatrices en Sus manos, y podrás agradecerle por la eternidad, pero mientras llegue ese momento, vive cada día como si fuera el último y demuéstrale que Su amor valió la pena. Alábalo, ámalo y glorifícalo con cada paso que des, con cada expresión de interés por tus semejantes. Dios no fue escaso al amarte, así que no seas escaso al agradecerle, no te limites, entrégate por completo, tal como Él lo hizo.

El sacrifico de Jesús valdrá la pena en la medida que sea evidente en tu vida íntegra y entregada al servicio de tus hermanos. Sus expectativas respecto a tu vida son tan grandes como Su sacrificio. Dile: “Señor, tengo suficientes razones para darte gracias por tanto amor. De ahora en adelante, mi existencia será una expresión de gratitud. Hoy me santifico y prometo obedecer Tu Palabra. Ya no seré esclavo del pecado porque Tú me liberaste, por eso, me consagrado a Ti y me comprometo a cambiar la vida de otras personas que te conocerán a través de mi testimonio”.

 

1 Isaías 53:3-5 comparte: Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

2 Hebreos 2:14 asegura: Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.

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