10 de febrero de 2015
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Hay muchas rutas para conseguir lo que deseamos, pero Dios nos muestra el mejor camino[1], el que está delimitado por el amor y el desarrollo de nuestros talentos, fundamentados en valores como el respeto y la integridad. Para que nuestros planes se cumplan, ya sabemos que lo primero es ponernos delante del Señor y permitir que Él nos haga saber Sus planes y alinearnos a ellos. Luego, al tener claro el camino, debemos buscarlo en primer lugar y deleitarnos en Su presencia. Solo de esta forma logramos esa relación íntima en la que conocemos los deseos de Su corazón, y Él conoce los nuestros. Si Dios es nuestra prioridad, Su prioridad seremos nosotros[2]. Él es nuestro Padre y nos ama, por eso, desea guiarnos y darnos lo mejor. A través de Jesús, fuimos adoptados como hijos, por lo que podemos acercarnos a Dios y clamarle Abba Padre[3].
Cuando leemos las Escrituras, vemos que Jesús se refería a Dios como Padre, por eso, los judíos lo condenaron al acusarlo de blasfemo, pero nosotros ya tenemos libertad para llamarlo Padre y no debemos desperdiciarla. Yo he visto que las mujeres se entregan por completo al gozo de ser llenas del Espíritu Santo, en cambio los varones son más resistentes, quizá porque nos han enseñado más a proveer, a asumir responsabilidades que ha recibir y dejarnos querer. Pero debemos liberarnos de esa rigidez y deleitarnos en nuestro Padre, quien concederá las peticiones de nuestro corazón. Los padres de familia no deben olvidar que también son hijos y pueden acercarse a su Padre para que los ame y reconforte. Recordemos que si lo buscamos a Él y le damos el lugar protagónico que merece, todo lo demás será añadido[4]. El afán del mundo no debe absorbernos ni robarnos el tiempo para amar y atender a nuestro Señor. Eso es lo más importante, lo demás viene después, y lo enfrentaremos con mayor ánimo, si primero nos dedicamos a amar y dejarnos amar por nuestro Padre celestial, consagrarnos a Él, escuchar Sus enseñanzas y hacerlas parte de nuestra existencia.
La Palabra nos asegura que seremos doblemente dichosos si reconocemos las prioridades en nuestra vida, si ponemos al mundo en su lugar, es decir, si Dios y Su Palabra están antes que el consejo y la compañía de otros; si la ley del Señor es nuestro deleite y la meditamos de día y de noche, lo que significa aprenderla y practicarla. De eso depende que todo nos vaya bien, que todo lo que hagamos tenga éxito y prospere, porque seremos como árboles plantados junto a corrientes de agua[5]. Entonces, hay dos aspectos básicos, santidad y meditación. El tiempo que has ocupado en caminar junto a personas que no te dejan nada bueno, empléalo en meditar la Palabra de Dios. Tómate el tiempo de conversar con Papá, quien sí te dará buenos consejos. Claro que está bien que tengas amigos, pero siempre aparta tiempo para estar con tu Padre, porque de Él es de quien recibirás lo mejor. Como decimos a veces: “No hay pierde”, en las Escrituras está tu bienestar, ¡deja de buscarlo en otros lugares! Nada es más poderoso que meditar en Su Palabra y tomarla como la guía para nuestros actos. Hacerlo cambiará nuestro pensamiento, potenciará nuestra concentración, nuestro enfoque y capacidad de esfuerzo, además de liberar tensión y estrés. Vivir confiados en el Señor nos da energía y paz para trabajar y amar.
Nuestro Padre siempre nos muestra un camino mejor, el de los milagros, no el camino del mundo natural, sino el del mundo sobrenatural, donde se puede pescar en abundancia si le obedecemos, donde es posible alimentar a una multitud con cinco panes y dos peces, donde se puede sacar dinero de la boca de un pez; esa naturaleza es la que Jesús desea compartirnos, la de Su reino, no la del reino de Adán, la del mundo que nos condena. Prepárate porque si le crees a tu Padre, ¡deberás pedir ayuda para recibir toda la bendición que recibirás! Será necesaria más de una barca para toda la pesca que lograrás[6]. No te detengas a ver tus imperfecciones, claro que somos pecadores y debemos pedir perdón, pero nuestro Padre nos ama y nos bendice para que creamos y nos alejemos del mal. Con amor nos convence de que es mejor buscar el bien. Digamos: “En Tu Palabra, yo echo la red, aunque el mundo me diga que no es el momento, aunque no lo comprendo, te obedezco y sé que recibiré bendición sobreabundante”. Porque toda buena dádiva viene de Sus manos[7].
Por supuesto que debemos buscar ser justos, pero no hay que confundir esa palabra con perfectos. Dios nos hace justos si lo buscamos, sin nos deleitamos en Él, si oramos fervientemente. Somos débiles, pero Él, que no es débil, nos responde si le pedimos que nos justifique y nos ayude a ser mejores. Abraham fue justificado por su fe. Cuando hacemos oración de fe, somos justificados, entonces nuestra oración será efectiva para pedir y recibir. Hay que orar fervientemente, orar en secreto, con manos levantadas, declarando la Palabra, diciendo con fe: “Padre, yo creo en Tu Palabra, escrito está que serán bendecidas todas las familias de la tierra. Clamo por ver Tu justicia, por ver cómo harás prosperar todo cuanto hago con fe. Declaro que todo lo que emprenda en Tu nombre será bendito”. ¡Así se ora!
Recordemos que Jesús nos ha escogido para que llevemos fruto y seamos testimonio de que al pedir con fe y en Su nombre, recibimos bendición[8]. Prométele a tu Padre que te esforzarás más por meditar Su Palabra, que lo buscarás y será tu prioridad cumplir Sus mandamientos. Ora fervientemente y verás que tus planes de bien se cumplirán para la gloria del Señor.
Versículos de Referencia:
[1] 1 Corintios 12:31 explica: Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.
[2] Salmo 37:4-5 dice: Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón. Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará.
[3] Romanos 8:15 enseña: Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: !!Abba, Padre!
[4] Mateo 6:33-34 indica: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.
[5] Salmo 1:1-3 asegura: Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará.
[6] Lucas 5:1-8 relata: Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.
[7] Santiago 1:16-18 pide: Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas.
[8] Juan 15:16 asegura: No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé.
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