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¿Y si su poder no está?

¿Y si su poder no está?

07 de diciembre de 2019

Tiempo de lectura: 4 minutos

Los apóstoles fueron ungidos por Jesús, quien los empoderó para que fueran e hicieran milagros como el que relata el libro de Hechos y que tiene lugar con la sanidad de un cojo en la entrada del templo.[1] Nosotros también estamos empoderados con la unción del Espíritu Santo, pero ¿qué pasa cuando, por más unción que tengamos, ese poder no funciona?30

Imagina que se te arruina el automóvil de noche a media carretera, o el celular con todas las fotos de las vacaciones familiares, o la computadora con la tarea de final de semestre adentro. ¡Puede ser tan frustrante! Lo mismo ocurre cuando nuestros dones no fluyen como nosotros deseamos, cuando con ellos queremos ayudar a otros[2] y no podemos. Personalmente me parte el corazón cuando alguien me pide un domingo oración por sanidad y al siguiente domingo esa persona sigue enferma, por eso a veces también me he llegado a preguntar: “¿Y si su poder no está?”

Déjame decirte que hay casos en los que tú y yo tenemos algo más para utilizar: nuestras manos, nuestros pies, nuestro ingenio, nuestra boca… Cualquier cosa que nos haga actuar y no conformarnos con la primera negativa o derrotarnos ante el primer tropiezo.

El Nuevo Testamento no solo está lleno de milagros provocados por la bondad de Jesús, sino también por la fe con acción de las personas que los recibieron. Uno de ellos ocurre cuando unos amigos subieron al techo de una casa donde se encontraba Jesús, para poder descender a un amigo paralítico desde allí.[3] Había una multitud que bloqueaba la entrada, ellos sabían que iba a ser difícil que pudieran interceptarlo cuando Él saliera, pero su fe y su amor por ese amigo fue tan grande, que se las ingeniaron —¡Cómo le habrán hecho!— para subir al techo y desde allí bajarlo para que Jesús lo sanara.

Cuando sientas que tus dones no funcionan date cuenta de que hay muchas formas de levantar a un paralítico. Talvez no tengas la unción directa de los apóstoles, pero si tienes amor por tus amigos, créeme que lo tienes todo para buscar la manera. Hay muchas cosas que tenemos en nuestras manos y no nos damos cuenta, y que no las activamos porque nos falta la fe suficiente para movernos y usar nuestro ingenio. ¡No dejes de caminar hasta alcanzar lo que deseas!

Y no lo hagas por reconocimiento, porque muchas veces, injusto o no, no tendrás ese reconocimiento. Quizá sea a un pastor a quien ves predicando en tu iglesia, pero no sabes cuántas personas hay detrás y antes que él. No solo es por mí que puedo predicarte hoy, sino por la fe de mis padres y la de un equipo que lo hace posible. Todos ellos vieron más de una forma cuando el poder no llegaba. Por eso no te quedes de brazos cruzados viendo cómo “muere un paralítico” y alinea tus acciones con tu fe para ver el milagro.


[1] Hechos 3:1-8: Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.

[2] Mateo 10:7-8: Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.

[3] Lucas 5:17:26: Aconteció un día, que él estaba enseñando, y estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor estaba con él para sanar. Y sucedió que unos hombres que traían en un lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle delante de él. Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho, poniéndole en medio, delante de Jesús. Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa. Al instante, levantándose en presencia de ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa, glorificando a Dios. Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.

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