31 de enero de 2021
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He mencionado antes que, si el reino de Dios se pudiera resumir en una sola palabra, esta sería restaurar. Y para que Dios restaure a una familia, una sociedad o una nación completa iniciará por las personas encargadas. Por los que mandan, por los que influyen. Así lo hizo en el Antiguo Testamento cuando inició restaurando a los jueces de Israel antes que al resto del pueblo.[1]
Quienes somos padres, para llegar a ser la cabeza de nuestra familia tuvimos que pasar por un proceso de madurez y restauración, pues solo de esa forma podríamos restaurar a quienes están a nuestro alrededor. Lo mismo pasa cuando somos líderes de cualquier grupo u organización, donde, muchas veces, cuando estamos en esta posición, tomamos la actitud de señalar a los demás, diciendo cosas como: “Si tan solo él hiciera lo que le corresponde”, “Si tan solo ella cambiara esa actitud”. Pero Dios siempre esperará que, antes de señalar, seamos capaces de vernos a nosotros mismos. Él no puede restaurar a quienes están a nuestro alrededor si no nos restaura a nosotros primero. Por eso pidámosle que obre primero en nosotros.
Por otra parte, cuando los líderes de Israel creyeron que habían conquistado la tierra prometida, Dios les hizo ver que no todo estaba hecho: Él dejó algunas ciudades para ponerlos a prueba y que siguieran batallando por ellas.[2] [3] Debemos tener presente que nunca nos graduamos de pelear y que esto es igual a reparar cosas: cuando creemos que en casa ya todo está reparado, siempre vendrá algo nuevo que arreglar. Y entonces pensamos: “¿A qué hora dejaré de hacer reparaciones en esta casa? ¡Ya no estoy para esto!”
En tu vida llegará el día —si es que no ha llegado ya— en que ya no creerás en los mismos milagros de antes. En que dirás que ya no estás para cadenas de oración y ayuno o para levantarte los domingos temprano e ir a la iglesia. Y quizá digas cosas como: “Al final qué importa, si de todas formas nunca se terminan las batallas”. Pero ¿sabes por qué Dios les dejó a los israelitas otras naciones para conquistar?
Cuando nos preguntamos para qué doblar rodillas otra vez, para qué ayunar, para qué diezmar o para qué ir a la iglesia, basta con que veamos a nuestra descendencia; esa que aún no ha librado nuestras mismas batallas y que tarde o temprano también tendrán que librar.[4] Este es el propósito de que las batallas que libramos día a día nunca terminen.
Cuando usamos nuestras manos para restaurar algo hay alguien más que nos ve y aprende a hacerlo. Tengas hijos o no, siempre habrá alguien más que te podrá ver y aprender a orar, a ayunar o a buscar al Señor como tú lo haces. Las siguientes generaciones necesitan aprender de nuestro esfuerzo y entrega. Dios no pudo levantar a Otoniel sin haber levantado antes a Caleb.[5] Por eso debemos enseñarles con nuestras batallas y nuestro ejemplo que busquen al Señor antes que a cualquier otra cosa.
[1] Isaías 1:21-26 (NTV): Miren cómo Jerusalén, que antes era tan fiel, se ha convertido en una prostituta. Antes era el centro de la justicia y la rectitud, pero ahora está repleta de asesinos. Antes eras como la plata pura, ahora te has vuelto como escoria sin valor. Antes eras pura, ahora eres como el vino diluido en agua. Tus líderes son rebeldes, compañeros de ladrones. A todos ellos les encantan los sobornos y exigen que se los den, pero se niegan a defender la causa de los huérfanos y a luchar por los derechos de las viudas. Por lo tanto, el Señor, el Señor de los Ejércitos Celestiales, el Poderoso de Israel, dice: «¡Me vengaré de mis enemigos y a mis adversarios les daré su merecido! Levantaré el puño en tu contra; te derretiré para sacarte la escoria y te quitaré todas tus impurezas. Otra vez te daré buenos jueces, y consejeros sabios como los que antes tenías. Entonces Jerusalén volverá a ser llamada Centro de Justicia y Ciudad Fiel».
[2] Jueces 3:1 (NTV): El Señor dejó a ciertas naciones en la tierra para poner a prueba a los israelitas que no habían conocido las guerras de Canaán.
[3] Jueces 3:1: Estas, pues, son las naciones que dejó Jehová para probar con ellas a Israel, a todos aquellos que no habían conocido todas las guerras de Canaán.
[4] Jueces 3:2 (NTV): Lo hizo para enseñar a pelear en la guerra a las generaciones de israelitas que no tenían experiencia en el campo de batalla.
[5] Jueces 3:7-11 (NTV): Los israelitas hicieron lo malo a los ojos del Señor. Se olvidaron del Señor su Dios y sirvieron a las imágenes de Baal y a los postes dedicados a la diosa Asera. Entonces el Señor ardió de enojo contra Israel y lo entregó en manos de Cusán-risataim, rey de Aram-naharaim. Y los israelitas sirvieron a Cusán-risataim durante ocho años. Pero cuando el pueblo de Israel clamó al Señor por ayuda, el Señor levantó a un libertador para salvarlos. Se llamaba Otoniel, hijo de Cenaz, un hermano menor de Caleb. El Espíritu del Señor vino sobre él, y comenzó a ser juez de Israel. Entró en guerra contra Cusán-risataim, rey de Aram, y el Señor le dio la victoria sobre él. Y hubo paz en la tierra durante cuarenta años. Luego murió Otoniel, hijo de Cenaz.
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