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Yo soy el pan de vida

Yo soy el pan de vida

26 de septiembre de 2021

Tiempo de lectura: 5 minutos

En el Nuevo Testamento leemos que, tras la muerte de Jesús, dos de Sus seguidores caminaban tristes, acaso creyendo que con Su muerte ya no habría esperanza; pero lo que ellos no sabían era que Él resucitaría y que caminarían a Su lado, aunque al principio no lo reconocieron.[1] A veces nos sentimos tan mal emocionalmente que nos cuesta ver que Jesús está con nosotros. Pero como les ocurrió a aquellos seguidores,[2] llegará el día en que Él partirá el pan sobre nuestra mesa, serán abiertos nuestros ojos y le reconoceremos. Reconocer a Jesús a nuestro lado[3] solo depende de nuestra fe. Él es nuestro pan de vida y por ello no debemos resignarnos al dolor.

Pero esta no era la primera vez que Jesús partía el pan y, generalmente, cada vez que lo hace, lo multiplica.[4] Dios lleva alimento y provisión donde sabe que hay hambre y necesidad. Él desea bendecirnos y prosperarnos y, de hecho, Él mismo es el pan de vida: la Santa Cena es un recordatorio de que nuestros ojos son capaces de reconocerle. Cada oración que hacemos antes de comer tiene efecto sobre lo que nos alimentaremos en los próximos días. Bendecir nuestros alimentos nos da la garantía de que siempre habrá comida. Porque ese es Dios: alguien con el poder de multiplicar y proveer para Sus hijos.

La tercera vez que Jesús se presentó a Sus discípulos luego de haber resucitado, volvió a hacer un milagro en la pesca de Pedro y a repartir el pan. Al principio nadie lo reconoció y ninguno de ellos se atrevía a preguntarle quién era. Pero cuando recibieron el pan de Sus manos, sus ojos fueron abiertos.[5]

De estos tres episodios podemos concluir que a los primeros, a los que caminaban tristes, les abrió los ojos para que entendieran lo que estaba pasando y lo que había de venir; a la multitud que tenía hambre les multiplicó el alimento delante de Sus discípulos para que estos nunca olvidaran que la provisión es un derecho de los hijos de Dios; y a Pedro, durante la segunda pesca milagrosa que provocaba ante él, le delegó algo más importante: las llaves de Su reino.

Por las heridas de Cristo fuimos sanados. Por esas heridas la sanidad es un derecho que nos pertenece y una enfermedad no puede ser más grande que Su sacrificio. Él partió el pan, lo entregó a cada uno de nosotros y tomó la copa de la redención. Su sangre y Su cuerpo tienen un poder redentor sobre nuestra vida. La salvación es un regalo para quienes aceptamos Su redención. Y aunque no tengamos garantía de cuánto tiempo más viviremos en la Tierra, lo que sí está en nuestras manos es decidir en dónde pasaremos la eternidad.


[1] Lucas 24:14-25: E iban hablando entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido. Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen. Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes? Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido. Aunque también nos han asombrado unas mujeres de entre nosotros, las que antes del día fueron al sepulcro; y como no hallaron su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto visión de ángeles, quienes dijeron que él vive. Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron. Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!

[2] Lucas 24:26-31: ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos. Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo partió, y les dio. Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.

[3] Lucas 24:35: Entonces ellos contaban las cosas que les habían acontecido en el camino, y cómo le habían reconocido al partir el pan.

[4] Mateo 14:15-21: Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. El les dijo: Traédmelos acá. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

[5] Juan 21:1-14: Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor! Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se ciñó la ropa (porque se había despojado de ella), y se echó al mar. Y los otros discípulos vinieron con la barca, arrastrando la red de peces, pues no distaban de tierra sino como doscientos codos. Al descender a tierra, vieron brasas puestas, y un pez encima de ellas, y pan. Jesús les dijo: Traed de los peces que acabáis de pescar. Subió Simón Pedro, y sacó la red a tierra, llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres; y aun siendo tantos, la red no se rompió. Les dijo Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor. Vino, pues, Jesús, y tomó el pan y les dio, y asimismo del pescado. Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos, después de haber resucitado de los muertos.

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